La compulsión a mentir
“El hombre que amaba los platos voladores” sigue la trayectoria del cronista José De Zer, cuyas bizarras notas de exteriores ya son un clásico de la televisión argentina, por la tensión que imprimía a sus coberturas y por las desopilantes temáticas que abarcaba en su trabajo.
J.C. Maraddón
Las redes sociales, que incrementaron de modo exponencial su influencia en los últimos diez años, han sido el principal impulso que tuvieron las fake news para establecerse como una práctica habitual en el ecosistema informativo dentro del que se maneja la sociedad. Muy pronto los usuarios aprendieron a incorporar falsedades en sus posteos, al percatarse de que en repetidas ocasiones esas mentiras eran leídas como verdades y por ende causaban un impacto enorme, en especial cuando era alguien influyente el que las lanzaba o las reproducía. En un principio, los medios tradicionales observaron con recelo el fenómeno y a veces cayeron en la trampa de difundir tales embustes.
Y es que el hábito de tergiversar la información no es privativo del siglo veintiuno: antes también circulaban noticias incomprobables y había personas que las tomaban como ciertas. Pero al restringirse el monopolio de la comunicación a los mass media, que debían cuidar su credibilidad si deseaban conservar su prestigio, cabía la posibilidad de una rápida desmentida que descartase la versión. En todo caso, la discusión se circunscribía al manejo periodístico de los datos y no a la utilización que hoy se hace de los canales digitales para divulgar lo que a cada uno se le ocurra.
Desde aquellos lejanos tiempos previos al imperio de la virtualidad, cuando la prensa seria se disputaba la audiencia con la amarillenta, los estudios sobre el tema determinaron que la gente tiende a convencerse de aquello que confirma sus presunciones, más allá de que sea verdadero o no. Si alguien, por ejemplo, está seguro de que los fantasmas existen, tendrá propensión a escuchar como verosímil un relato que describa algún fenómeno sobrenatural de ese tipo, en tanto que un individuo escéptico en esa materia descartará lo narrado y calificará de mentiroso a quien propaló esa especie informativa.
Tan simple como ese era el mecanismo que activaba la usina de falacias a la que apelaron algunas señales televisivas en los años ochenta, que en su búsqueda de elevar el rating consintieron que ciertos profesionales fueran más allá de lo comprobable y hundieran sus narices en las historias más alocadas. En la película “El hombre que amaba los platos voladores”, estrenada recientemente por Netflix, se reproduce en la ficción ese momento en que las autoridades de Canal 9 se rinden ante la evidencia y festejan que su noticiero “Nuevediario” sea uno de los más vistos… gracias a las fake news.
El filme de Diego Lerman sigue la trayectoria de quien fue el propulsor de ese formato, el cronista José De Zer, cuyas notas de exteriores ya son un clásico de la televisión argentina, por la tensión que imprimía a sus coberturas y por las desopilantes temáticas que abarcaba en su trabajo. Este largometraje se focaliza en su fascinación por los ovnis y en las artimañas a las que apeló para mantener atentos a los televidentes, que lo seguían en su aventura por las sierras de Córdoba en búsqueda de vida extraterrestre, con un convencimiento a toda prueba de la presencia de estos alienígenas entre nosotros.
Tan bizarra como el personaje al que retrata, esta película protagonizada por Leonardo Sbaraglia se asienta en un registro de comedia que nunca termina de tomar forma y resbala en su objetivo de biografiar a un periodista de personalidad inasible. Sabedor de que muchísimos espectadores de la TV no tenían dudas acerca de la existencia de seres venidos de otros planetas, él se dedicó a alimentar esa fantasía y su popularidad creció sin límites. Tal vez él compartía esa creencia y terminaba engañándose a sí mismo, igual que sucede ahora con quienes sufren una compulsión a mentir en las redes.
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