Nacional Por: Javier Boher01 de noviembre de 2024

Llorando por Alfonsín

Muchos radicales se ofendieron por las palabras de Milei sobre el ex presidente, aunque el dolor quizás sea por otra cosa

Por Javier Boher 
rjboher@gmail.com 
La vida es un proceso muy complejo y por eso nos dedicamos a simplificar las cosas. Simplificamos las relaciones personales (“con la gente que es de x forma lo que hay que hacer es…”), los colectivos sociales (“tal conjunto de personas es…”) y hasta las ideas políticas (Larreta era comunista o, las recientemente, Mondino pro dictadura cubana). Todo cae bajo el efecto de la simplificación, lo que nos permite sobrellevar con mucha más tranquilidad nuestras vidas. Lo opuesto es complejo y fatigoso.
Toda la historia política de nuestro país es analizada con el mismo prisma. Así, todos los que formaron parte de algún gobierno que no nos gusta son dignos de rechazo, mientras que todos los que concuerdan con nosotros la tienen clarísima. Cuando se habla de liderazgos políticos pasa lo mismo, armando una imagen infantil de nuestros líderes pasados.
Hace unos días se fundó una agrupación juvenil libertaria autodenominada “La Carlos Menem”. Ellos se agarraron de las reformas promercado y las privatizaciones. Los del otro lado, de la voladura de Río Tercero. Nadie dijo lo básico: Menem fue las dos cosas (y muchas más).
Lo mismo pasó después de que Javier Milei dijo que Alfonsín había conspirado junto a Duhalde para derrocar el gobierno de Fernando De la Rúa (quizás no con esas mismas palabras, pero esa fue la idea). Rápidamente salieron los radicales a ofenderse, algunos de manera muy enfática y otros con la tranquilidad de que Alfonsín está muerto, el suceso en cuestión pasó hace casi un cuarto de siglo y el retorno a la democracia fue hace 40 años. 
La frase del presidente fue -como tantas de las cosas que dice- una expresión sincera de lo que cree. Habla sin medir mucho las consecuencias de sus palabras, sin importarle cuánto se puedan ofender aquellos que hoy le garantizan la gobernabilidad. Mauricio Macri debe sentir mucha envidia de eso, ya que a él le tocó andar pidiendo perdón porque los tenía dentro de la coalición y del gobierno. Su frase sobre el populismo de Hipólito Yrigoyen (de la que solo pueden dudar los que lo endiosan) incrementó la tensión con Gerardo Morales, uno de los que quiere que el partido se aleje de Milei.
Más allá de esas cosas, Alfonsín fue un presidente con aciertos y errores -como muchos otros- y un producto de su tiempo. Desde su época hasta hoy se terminó la Guerra Fría, aumentó el comercio internacional, se profundizaron relaciones de integración regional, aumentaron los flujos transnacionales de conocimiento y las tecnologías de la información y la comunicación cambiaron el mundo. Es otro mundo absolutamente diferente, como lo fue el mundo de Perón, Yrigoyen o Roca.
Alfonsín es recordado como el padre de la democracia y de eso se aferran los radicales más lacrimógenos. Tuvo actividad en defensa de los DDHH y la democracia ya desde la dictadura y encabezó el primer gobierno civil a nivel mundial que se encargó de sentar en el banquillo de los acusados de atentar contra la democracia, hayan sido militares o guerrilleros. Le tocó gobernar el peor momento de la Argentina, con crisis económica por la pésima gestión del Proceso y la crisis de la deuda, una herida social muy fuerte por la Guerra de Malvinas y una presión política sin igual con los militares inquietos en los cuarteles.
Entregó el poder antes de tiempo, pero le pudo poner la banda a otro presidente constitucional. Eso solo ya fue un logro para un país en el que eso no ocurría desde hacía más o menos medio siglo. La rutina democrática hace que a la distancia parezca poco, pero no lo fue.
Entre las contras tuvo aquello con lo que lo corren los libertarios: tiene el récord de haber destruido dos signos monetarios dentro de un solo mandato. Parte de eso tuvo que ver con su visión del mundo y la economía, la que sostuvo hasta su muerte y la que lo enfrentó a De la Rúa, con quien se odiaban profundamente.
En los ‘90 cedió al Pactó de Olivos, pero negoció lo necesario para que el menemismo no se llevara puestas las leyes forzando la reforma. Ya en el gobierno de la Alianza, Alfonsín fue parte de los que no ayudaron a De la Rúa. La renuncia de Chacho Álvarez, la derrota legislativa de 2001 y la presión para devaluar y cambiar el modelo económico se sumaron a un gobierno ya muy débil, que no podía frenar los embates del peronismo, movilizado con su liga de gobernadores. 
Acá es donde la cosa se pone borrosa y donde las versiones se multiplican. Decir que Alfonsín conspiró contra De la Rúa es una exageración que pretende lavarle la cara a Duhalde y el resto del peronismo, pero lo cierto es que tampoco hizo un gran esfuerzo para sostenerlo. Cuando un barco se hunde, el que se va a pique con él es su capitán; ningún capitán de otro barco de la misma empresa se va a querer ir al fondo por solidaridad. En el peor de los casos, y tomando una figura que se usa para otras cosas, lo que hizo Alfonsín se catalogarlos de “omisión de auxilio”: no intervino para detener un perjuicio mayor. Quizás haya habido ahí una necesidad de no ser el único en fracasar.
No sirve simplificar los procesos políticos por una necesidad puntual del momento o por un cambio de los tiempos históricos. Algunos radicales siguen siendo víctimas de su hipersensibilidad, la que exageran para demostrar su punto de vista sobre el gobierno, lo que alimenta ese análisis básico e infantil sobre personajes y momentos profundamente complejos. Algunos se tienen que sacar el complejo de víctima si pretenden que no los provoque un tipo que llegó a presidente con mucha menos vida política que ellos. Eso debe ser lo que más les duele de esto.

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