Por Javier Boher
Cada tanto volvemos a cruzarnos algún desafío sobre el color de algún objeto que se ve en una foto. Recuerdo el de un vestido blanco y dorado que otros ven negro y azul. La ilusión es fascinante, porque realmente la gente ve de manera diferente lo que figura en la imagen. No es que estén con ganas de pelear: por más que uno haga el esfuerzo, va a ver un determinado color y no otro.
Algo así es lo que pasa con Cristina Fernández de Kirchner, a quien la Justicia condenó en segunda instancia. Hay gente que la ve absolutamente culpable, mientras que hay otros que no tienen dudas de que es absolutamente inocente. No existe la posibilidad de cambiar de opinión al respecto (salvo, quizás, alguno de los funcionarios kirchneristas que hoy están empleados en el gobierno libertario).
No hay dudas de que más allá de lo que perciba cada uno, cada una de las condiciones excluye necesariamente a la otra: así como el vestido no puede ser blanco y negro al mismo tiempo, una persona no puede ser culpable e inocente (por el mismo hecho) simultáneamente. Hay una respuesta que excede a lo que se percibe.
La ilusión óptica del vestido puede ser explicada mediante la ciencia: lo que hace que se vea de un modo u otro es la iluminación. Simpáticamente, en el caso de Cristina pasa algo parecido: cuanto más luz se echa sobre sus acciones, mejor se ve las razones de la condena. Si se elige confiar en la imagen que devuelve la oscuridad, la opacidad, entonces sí no se duda de su inocencia.
La Justicia, bastante desprestigiada por mérito propio, ha investigado a la ex presidenta a pesar de todas las presiones. Así como al mejor defensor alguna vez se le filtra un delantero, a esa Justicia que hizo lo posible para que a Cristina no le pase nada se le terminó escapando esto. En realidad, no es que se les escapó: la evidencia es tan contundente que es casi imposible desestimarla sin quedar muy expuesto. A algunos eso no les importa, pero se ve que a otros si, porque ahí está un segundo paso en ese camino a que no pueda seguir siendo disputado el veredicto.
Ayer se multiplicaron las expresiones de júbilo por la ratificación de la primera condena, pero en todos lados se las reemplazó por algo entre la amargura y la resignación: nadie cree que esto acelere hasta la Corte como para que la condena firme le llegue en vida, sino que se la imaginan como a Menem, consumiéndose en el Senado, aferrada a sus fueros. Nuestra clase dirigente no puede ser mejor que la sociedad, por más que nos guste pensar lo contrario. Si cualquier hijo de vecino va a hacer lo imposible por eludir una condena, ¿qué podemos esperar de una ex presidenta, que acepte estoica la condena en lugar de usar su poder e influencia para evadirla?
A raíz de esto, muchos seguidores de Cristina gritaron ¡Lawfare! y amenazaron con la prueba irrefutable de la experiencia previa: Macri subió a la viuda de Néstor al ring, polarizó con ella y terminó perdiendo contra su muletto, Alberto. Insisten en que a Milei podría pasarle lo mismo si insiste en seguir por este camino. Disiento, por varios motivos.
La Cristina de hoy no es la de 2019. Es una obviedad, pero el tiempo es tirano. En 2027 va a tener 74 años, lo que no la haría ser la presidenta más vieja en ser elegida, aunque casi ninguno de los que fue elegido más o menos con esa edad terminó bien. Le juega en contra, además, que Milei tiene la edad a la que se construyen las nuevas hegemonías.
El kirchnerismo tampoco es el mismo. Los jóvenes de La Cámpora tienen 50, con más canas que logros. Perdieron todas las elecciones desde 2013 (salvo 2019) y no le aseguran el triunfo a ningún gobernador. El recuerdo del desastre albertista (gestión del COVID incluida) es mucho más fresco que el de la primavera nestorista.
El que definitivamente no va a ser el mismo es el electorado: los más chicos que voten en 2027 serán los nacidos en 2011, el inicio del estancamiento de hoy. Si Milei hace que la economía más o menos repunte, no va a haber épica que alcance. Apenas los más grandes de la mitad más joven del electorado habrán vivido su preadolescencia en un momento importante del kirchnerismo, el periodo 2008-2011. Ese cambio generacional es muy duro para los que apuestan todo a representar a una juventud que prefiere darles la espalda.
Finalmente, porque con algo de trabajo de los legisladores y un poco de suerte en la interpretación jurídica, una ley de Ficha Limpia (como la que podría resultar si prospera el proyecto que presentó ayer el Pro), excluiría a personas condenadas por delitos ligados al mal desempeño o corrupción en la función pública. Eso también marcaría un cambio de los tiempos, aunque es más difícil que los políticos acepten votar algo que atenta contra su propia supervivencia.
Cristina puede hacer todo el esfuerzo del mundo por mostrarse como inocente, firme, la única que puede llevar al peronismo a la victoria. Pero los hechos no se pueden alterar. Independientemente del color que ella diga que es el vestido y de la cantidad de gente que lo vea igual que ella, ese vestido tiene el color que tiene. Y por más que insista, después de que la Corte lo vea bien a la luz, quedarán zanjadas todas las dudas.