Peso fuerte
Las quejas por el atraso cambiario muestran que hay cosas que no cambian, aunque cambien los perjudicados
Hay algo especial en la forma trágica en la que los opositores argentinos viven su condición. Cuanto más improbable es revertir el resultado, más sienten que pueden lograrlo y más se frustran por las decisiones de quien gobierna. Esto era real con el kirchnerismo y lo es ahora, que algunos viven el presente como si fuese el inicio de la destrucción del país como lo conocemos.
Hay cosas que incluso hacen que todo sea aún mejor, al ver que las mismas políticas que garantizaron triunfos políticos a unos ahora son vistas como un problema grande cuando son aplicadas por otros. Lo verdaderamente extraordinario es que todo esto es enunciado sin percibir las contradicciones de haber bancado lo anterior y rechazar lo actual.
No soy economista, así que no tengo herramientas suficientes para decir si hay o no hay atraso cambiario, ni tampoco si el resto de las decisiones del gobierno agrandan el supuesto problema de tal situación. Hay economistas que tiran todos los análisis posibles y cada uno sabrá a quién escucha, pero no es ese el tema importante acá: si se está incubando una crisis o no es irrelevante frente al hecho de que se aprecian los sueldos en un contexto de recesión. Esa fue la receta del éxito kirchnerista hasta 2011, los años de la “década ganada” que añoran los pocos fieles que quedan.
El correlato de esa apreciación del peso es el abaratamiento del dólar, que pasa a comprar menos cosas que las que compraba antes. Algo de eso es lo que se vio el fin de semana, cuando se viralizó un tuit de un extranjero residente en Argentina que se quejaba de que no podía salir a comer con toda la familia a uno de los restaurantes más exclusivos de Buenos Aires con una frecuencia de TRES VECES POR SEMANA. El país se puso caro en dólares.
Lo mismo fue lo que lloró la cocinera Narda Lepes, que dijo que ahora el tema está complicado y le cayó la actividad, porque los turistas extranjeros ven que su restaurante está muy caro. Cada uno sabe cuánto vale lo que vende, pero tener que pagar más en Buenos Aires que en una parrilla argentina en Nueva York a mucha gente le va a parecer un exceso.
Así, con ejemplos como estos, va quedando a la vista quiénes ganaban y perdían con el modelo anterior de cepo cambiario y brecha astronómica, empobreciendo a los trabajadores argentinos y enriqueciendo a los que traían dólares para gastar. Quizás ese haya sido uno de los puntos más notorios de la cubanización de nuestra economía, donde toda la intervención estatal destruyó a los locales y benefició a los de afuera que (como el difunto cantante inglés que fue noticia hace un mes y medio) venían a dar rienda suelta a sus pasiones a precios ridículamente bajos.
Hay gente advirtiendo sobre los límites de este modelo y dando sesudas explicaciones sobre por qué el tipo que trabaja a distancia para afuera y negrea todos sus ingresos debería ser consentido más que los trabajadores locales, pero ninguno busca formas de contener a todos, sino maneras de beneficiar a unos perjudicando a otros. Indudablemente que algo así es insostenible en el tiempo, un mal incentivo para exportar servicios al mundo que debería resolverse cuanto antes y de la mejor manera posible.
Milei toma decisiones que resultan antipáticas para los que ganaban con el modelo anterior, pero lo más importante es que se anima a tomarlas a pesar de que efectivamente sean rechazadas por toda esa gente. Quizás eso sea lo que más irrita a los que se sienten importantes para el país, ser relegados a un sector más de todos los que hay en la economía. No, Narda, tu restaurante no es más importante que el resto de los sectores. Estos festejaban cuando el kirchnerismo canchereaba con eso de “llegó el momento de ganar menos, muchachos”. Incluso ahora deben seguir siendo incapaces de darse cuenta de lo mal que está decir y defender cosas como esas.
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