Sin nada de recursos exóticos
“Jurado N°2”, la más reciente película dirigida por Clint Eastwood que acaba de ser estrenada en la plataforma de Max, se encuadra a la perfección dentro de ese modelo de cinematografía que abreva en las raíces y se hace fuerte desde una adhesión plena a lo que indica el manual.
J.C. Maraddón
Según la lógica de una natural evolución, el cine ha venido experimentando diversos cambios en cuanto a su manera de narrar las historias, a partir de una necesidad de sorprender a los espectadores que creen haberlo visto todo. Mientras que algunas décadas atrás sólo se podía acceder a los filmes en el circuito de salas, con el paso de los años se han multiplicado las opciones y hoy tenemos a nuestro alcance una variedad de títulos de infinitas procedencias y de todas las épocas, lo que torna aún más difícil que algo pueda resultarnos lo suficientemente novedoso como para dejarnos desorientados.
Quizás esa sea la gran preocupación de la factoría cinematográfica estadounidense, que pugna por salir de los lugares comunes pero siempre mediante procedimientos controlados, que no terminen espantando al público y fracasando en la taquilla sin remedio. Dispuestas a correr riesgos, algunas compañías productoras ensayan formatos diferentes que en ciertas ocasiones suelen recibir el beneplácito de la Academia de Hollywood y se llevan alguna que otra estatuilla de la ceremonia de los premios Oscar, pero los elogios que cosechan de la crítica pueden no verse reflejados en la cantidad de entradas que venden ni en el número de reproducciones en el streaming.
Son los últimos largometrajes del realizador Yorgos Lanthimos los que mejor ejemplifican esta tendencia, porque allí se aprecia a actores de gran popularidad inmersos en relatos de no muy fácil lectura, que pulen detalles del vestuario y la fotografía para zambullirnos en un mundo pesadillesco. Por otra parte, el año pasado la Academia distinguió como Mejor Película a “Todo en todas partes al mismo tiempo”, una pieza inclasificable que dispara estímulos por doquier para narrar una historia de modo desopilante. Y en 2021 la misma distinción había recaído sobre “Nomadland”, un retrato de personajes marginados que bordea el estilo de un documental.
Sin embargo, para no perder la referencia siempre es bueno que haya directores y guionistas chapados a la antigua, dispuestos a respetar ciertas convenciones del lenguaje cinematográfico, que han admitido se las altere pero que todavía siguen en pie. Son esos filmes tan simples como atrapantes, los que ejercen una especie de fuerza centrípeta sobre aquellas cintas que aplican el método de la excentricidad y escapan de las formalidades, a pesar de que en no pocas ocasiones esa deriva vuelva confuso su argumento y, de esa forma, conspire contra la paciencia que pueda llegar a tener quien se sienta a verlas.
“Jurado N°2”, la más reciente película dirigida por Clint Eastwood, se encuadra a la perfección dentro de ese modelo de cinematografía que abreva en las raíces y se hace fuerte desde una adhesión plena a lo que indica el manual. A los 94 años, no se le podría exigir a este cineasta que se despache con algo revolucionario, pero lo que él despliega en esta obra va tan a contramano de las modas en vigencia, que se convierte en un aporte singular, donde la estructura narrativa, las actuaciones y el suspenso funcionan como un mecanismo de relojería.
En esta producción, disponible en Max desde el viernes pasado, la justicia debe resolver si condena o absuelve a un sospechoso por un caso cuyas circunstancias nos son reveladas de antemano. Y a pesar de darnos esa chance, Eastwood se las arregla para mantenernos en ascuas durante casi dos horas, con la maestría de aquellos que no necesitan de recursos exóticos para llegar a buen puerto. Planteo moral de por medio, “Jurado N°2” es apenas una ficción muy bien contada, con todo lo que eso significa a esta altura del siglo veintiuno, cuando pareciera que ya no queda nada nuevo por inventar.
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