
Todo cambia, nada cambia
Como una cruel broma del destino, la undécima edición local de “Gran Hermano”, que arrancó el lunes pasado, se ambienta en una crítica circunstancia del país, con no pocas similitudes respecto de aquella que en marzo de 2001 enmarcó del debut de este formato televisivo en Argentina.
14 de diciembre de 2023

J.C. Maraddón
El 10 de marzo de 2001, cuando “Gran hermano” hacía su debut en Argentina, Ricardo López Murphy acababa de asumir en el Ministerio de Economía en reemplazo de José Luis Machinea, quien había desempeñado ese cargo desde la asunción como presidente de Fernando de la Rúa en diciembre de 1999. La receta de López Murphy (quien hasta ese momento reportaba como Ministro de Defensa) para vencer la crisis económica consistía en una política de shock, que implicaba severos recortes en la administración pública, la salud, la educación y el sistema jubilatorio, medidas que desataron una inmediata ola de protestas, apenas realizados los anuncios.
Ese era el clima social reinante en el país al momento en que los doce concursantes seleccionados tras un exigente casting ingresaron en la casona del Gran Buenos Aires, donde se los desafiaba a permanecer durante los siguientes 112 días, tal como lo estipulaba el reglamento. A su arribo fueron recibidos por el movilero Mariano Peluffo, que había hecho sus primeras armas en la televisión animando programas infantiles en la señal de Cablín. Desde los estudios de Telefé, la conductora del ciclo era la actriz Soledad Silveyra, y los debates estaban moderados por Juan Alberto Badía, Jorge Dorio y Any Ventura.
Frente a una situación tan acuciante como la que se vivía en el exterior, parecía lógico que hubiese incontables interesados en encerrarse en una casa donde nada les iba a faltar, excepto la privacidad. Cámaras ubicadas en lugares estratégicos de la mansión iban a transmitir en tiempo real lo que sucedía adentro, para que fuesen los propios espectadores los encargados de juzgar la conducta de los participantes y así votar quién se debía ir en las galas de eliminación y quienes podían permanecer en carrera, con aspiraciones a ganar un suculento premio en efectivo, recompensa por demás preciada en ese contexto.
El sábado 30 de junio, quien resultó coronado triunfador de esta primera experiencia argentina de “Gran Hermano” fue el profesor de educación física Marcelo Corazza, que había entrado como suplente de Gustavo Jodurcha, cuando este decidió abandonar la competencia. Corazza, hoy procesado y encarcelado en una causa por corrupción de menores, volvió a tomar contacto con el mundo real y se encontró con que el Ministerio de Economía era ocupado por Domingo Felipe Cavallo, quien se había hecho cargo de esa función tras la renuncia de López Murphy, apenas 15 días después de haber sido designado. A Cavallo lo esperaba un destino similar en el trágico diciembre de 2001.
Como una cruel broma del destino, la undécima edición local de “Gran Hermano”, que arrancó el lunes pasado, vuelve a desarrollarse en una crítica circunstancia del país, con un gobierno flamante que ha prometido realizar un ajuste inédito para frenar la inflación. Los 22 elegidos para convivir en la casa de la localidad de Martínez, provincia de Buenos Aires, alcanzaron a presenciar la asunción del nuevo presidente, antes de aislarse en un certamen cuya extensión no ha sido confirmada aún, pero que se asegura podría comprender entre cinco y seis meses.
Muchas cosas han cambiado en el programa desde aquel debut en 2001: son bastante más los que participan, el conductor es Santiago del Moro, las reglas fueron variando para hacerse más laxas en algunas cosas y más estrictas en otras, y la emisión durante las 24 horas es posible ahora a través de las plataformas de streaming. Pero lo que no parece haberse modificado mucho en estos 22 años es la asfixiante coyuntura que le toca atravesar a una población harta de no poder llegar a fin de mes con sus ingresos. Ni tampoco asoman soluciones diferentes a las que en aquel entonces se planteaban como mágicas y efectivas.


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