Libertad en el río

El episodio del turista enojado porque no lo dejaban escuchar música a todo volumen sirve para ilustrar una forma de entender la política y las relaciones sociales

Provincial 08 de enero de 2024 Javier Boher Javier Boher
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Por Javier Boher
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La escuela es un lugar donde se aprenden muchas cosas, pero las más importantes se aprenden en la casa: la libertad de uno termina donde empieza la del otro, que junto a "no le hagas a otro lo que no te gusta que te hagan" son la base de la civilización occidental y del orden liberal en el que todos podemos convivir. A la primera Bakunin la completó con eso de que la libertad de uno existe y se enriquece con la libertad del otro, que la puede reconocer.

A algunos esas enseñanzas no les llegaron nunca. Vaya uno a saber por qué mecanismos dejaron al otro afuera de todo cálculo, independientemente de su elección ideológica o del lugar que ocupe el otro en su retórica. Pasa entre los que igualan al otro con la patria y entre los que hablan del respecto irrestricto del proyecto de vida del otro. La indiferencia está en todos lados.

Estas reflexiones me llegaron rápidamente a la cabeza después de ver el vídeo del turista porteño -genérico para las tonadas napolitanas que llegan desde la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores- enojado porque no lo dejaban poner música al lado del río. 

Quizás si sólo se hubiese quedado en la expresión de fastidio su opinión hubiese sido valorada de otra forma (porque de hecho en la imagen se ve que están abajo de un puente, donde no hacen nido ni las palomas, así que el ruido de la naturaleza queda en la columna del debe). Pero no. Como buen militante nac&pop el señor sacó a relucir la carta de que se lo prohibían porque esta es una provincia macrista y él es kirchnerista y van a volver. Al menos lo dijo gratis y fue sincero, no como la vez que en cierto canal de noticias se la agarraron contra la provincia por una situación en la calle homónima. 

El nivel de mezcla de temas es fascinante, como si alguien le hubiese preguntado a quien votó para hacerlo dejar el parlante en el auto. La regla es universal, para todos aquellos que quieran hacer uso del espacio públicos regidos por el municipio (porque, de hecho, en otros lugares no hay ordenanzas similares o hay espacios privados, como campings, en los que cada uno puede escuchar la música que quiere.

Lo mejor fue cuando deslizó su deseo de que vuelva el kirchnerismo. No lo dijo en tono de justicia social, ampliación de derechos, ni matriz diversificada con inclusión social, sino con la idea de la venganza o revancha más primitiva. Se podía interpretar algo así como "vamos a volver y vamos a llenar la costa del río con parlantes que pasen la marcha peronista todo el día, gorilas macristas". Pero la política no es eso y no funciona así.

La política existe porque existen desacuerdos, desacuerdos que existen porque existen otros. Así, si no existieran los otros no habría desacuerdos ni política. Entenderla como la eliminación del otro y la disidencia es no entender en absoluto de qué se trata la política.

Afortunadamente la pulsión por la diferencia es muy fuerte y muchas veces logra imponerse a la pulsión de conformidad. La segunda es la que nos empuja a parecernos al resto, para no quedarnos solos. La primera es la que nos empuja a ser distintos, para ser reconocidos. Esta nos dan la identidad como individuos, mientras que la otra nos la da como grupo. Tanto enojo contra los macristas, a la tercera la festejó con las mismas ganas que se festejó acá, porque estamos todos bajo ese mismo paraguas de argentinidad. Algunas veces somos del mismo equipo y otras veces somos de otro, según dónde se trace la línea. Es que, al final, si fuésemos todos iguales seríamos todos fácilmente reemplazables y si fuésemos todos distintos sería imposible construir algo en común. Hay que tener un poco de cada cosa para mejorar la vida cotidiana.

El problema central del sujeto enojado porque no le dejan disfrutar de sus vacaciones es no entender en dónde termina su libertad para que empiece la de los otros. Suponiendo que no todo el mundo busca lo mismo yendo al río, es lógico entender que se prohíban ciertas cosas a fin de que más gente pueda ir a tener una mejor experiencia y le den ganas de volver. Por cada uno que se queja porque no le dejan usar el parlante debe haber dos o tres grupos felices por no tener que escuchar música que no le gusta.

Tuve la suerte de poder pasear una semana por la costa argentina, recorriendo distintas localidades, tanto en la playa como en el camino (soy de los que hace distintas rutas de ida y vuelta o que para en estaciones adentro de los pueblos para dar una vuelta y conocer). 

En algunas las cosas funcionan bastante bien y en otras son un desastre. Hay playas impecables y hay playas que parecen vertederos de basura. Hay pueblos sin baches y hay pueblos en los que no se puede circular. Hay plazas con el pasto corto y flores en todos lados y otros en los que los bancos están rotos y pintarrajeados.

En cada lugar me puse a ver quién gobernaba y cómo había salido la elección. La sorpresa viene del lado de que eso importa menos de lo que uno se imagina. Las ciudades o pueblos son mejores porque sus individuos entienden mejor dónde empieza y termina su libertad, porque saben ponerse en el lugar del otro y porque le reclaman a los políticos que hagan ciertas cosas, independientemente de su partido.

No importa la orientación política del enojado por el parlante, importa su falta de respeto para con el otro. Si no puso música pero cuando se fue dejó su basura, al problema lo tenemos igual, pero manifestado de otra forma. Volví de la provincia de Buenos Aires convencido de que Córdoba la supera ampliamente en casi todo lo que se pueda imaginar. Eso no es obra de los políticos, sino de la gente que no se olvida cuál es el trabajo que les corresponde y les pasa factura si no cumplen. Quizás por eso el turista no lo entiende.

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