Terrorismo rosarino

La situación de violencia que vive la ciudad santafesina ha llegado a un punto en el que, a través de ataques indiscriminados contra la población civil, se atenta directamente contra el Estado y su existencia

Nacional 11 de marzo de 2024 Javier Boher Javier Boher
2024-03-10-boher
Por Javier Boher
En mi adolescencia me encantaba leer las columnas dominicales de Juan Marguch, con las que opinaba elípticamente sobre política cuando le habían prohibido escribir en tono opositor al gobierno nacional. Por intermedio de una de esas notas fue que sentí nombrar -por primera vez- a Serguei Gennadievich Nechayev. El ruso fue el padre del terrorismo moderno, sentando las bases en su ensayo "Catecismo de un revolucionario".
El libro es un reflejo de una época en la que el anarquismo violento estaba en boga, alentando la "propaganda por el hecho", algo que un siglo después sería llamado un ataque "de lobo solitario" al hacer referencia al terrorismo islámico en Europa. El fin es siempre el mismo, sembrar terror en la población civil, la que empieza a condicionar su vida para cuidarse de ataques que pueden ocurrir en cualquier momento y lugar. No hay nada más político y totalitario que querer meterse en la vida privada de la gente.
En los últimos días Rosario vivió una serie de hechos que han generado una situación que encuadra plenamente en las definiciones más básicas de terrorismo, entendido como la "forma violenta de lucha política mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de temor e inseguridad". 
Tras la embestida del gobierno provincial contra las organizaciones ligadas al narcotráfico, la reacción no se hizo esperar y fue de lo más violenta. Uno podría pensar que una ciudad que está a punto de entrar en la lista de las 50 más violentas del mundo no tiene muchas posibilidades de empeorar, pero pasó. Aunque según los números oficiales se redujo la cantidad de homicidios, lo que cambió fue el tipo de asesinato. Si antes se debía a cuestiones de ajustes de cuentas, choques entre bandas o inseguridad común y corriente (qué terrible haber naturalizado esto) lo que sucede ahora es significativamente peor, ya que se trata de asesinatos completamente al azar, a personas que no tienen nada que ver con las drogas y su comercialización, por el simple hecho de aterrorizar a la gente. Viven en un TeleKino sangriento, preguntándose "¿Y si esta semana te toca a vos?".
El video del homicidio del playero ultimado el sábado a la noche es terrible. Encerrado en un cubículo, ingresando datos en una computadora, aparece un sicario caminando y lo ejecuta a sangre fría. No hay posibilidades de defensa, no hay voz de alto, no le quiere llevar las pertenencias, no hay un forcejeo, no hay nada de nada, solo violencia de la más brutal. Pese a lo crudo del cuadro, seguramente habrá algún antiguo docente compungido por el derrotero del pobre asesino, un victimario convertido en víctima del sistema, tal como ocurrió con el inadaptado que murió electrocutado en Rosario tras intentar robar unos cables.
El sicario dejó una nota en la que reclama por los derechos de los detenidos, a los que se les ha restringido el contacto con el exterior y el uso de celulares, entre otras medidas. Los derechos de los detenidos son aquellos referidos a un justo proceso y a condiciones de vida dignas, sin estar hacinados, mal alimentados o recibiendo tormentos de algún tipo, pero no se trata de una estadía turística a costa de los contribuyentes. Tantos años de trato indulgente para con los presos (usados después para hacer el trabajo sucio de la política) generaron un empoderamiento absurdo por el cual sus secuaces consideran que deben extorsionar al conjunto de la sociedad con estos asesinatos al voleo, usando el temor como herramienta de presión sobre los gobernantes.
Antes de las elecciones circuló un audio atribuido a un preso vinculado a una causa narco. En el mismo se hacía referencia a cómo un triunfo de Pullaro y Bullrich era negativo para ellos, los que viven de actividades ilegales. Tácitamente implicaba, lógicamente, que con el otro partido iban a poder seguir haciendo de las suyas. Aunque al principio podía parecer exagerado, fraguado o manipulado, la situación de inseguridad que se vive hoy en Rosario parece confirmar su autenticidad.
Rosario sigue sin ser hoy un tema de preocupación mayúscula para los argentinos, aunque debería de serlo (especialmente para los cordobeses). Si la lucha de Pullaro y su gobierno -en conjunto con las fuerzas del gobierno nacional- da sus frutos y consiguen doblegar a las bandas ilegales que aterrorizan a civiles desarmados, ese negocio multimillonario se trasladará a otros puntos del país, donde las necesidades económicas de algunos políticos con sed de ascenso pueden servir de resquicio para que el narco anide.
Hace unos pocos días se retiró el fiscal Alberione, luego de haber sufrido amenazas en San Francisco, algo que nunca quedó del todo aclarado. Esa ciudad -junto a Villa María- son los principales nexos para el tráfico de drogas entre las dos provincias. Aunque el ministro de seguridad Quinteros haya preferido minimizar el tema cuando lo consultaron desde el noticiero de canal 12, la realidad es que la inseguridad está en ascenso (con ejecuciones absurdas como la del motociclista de barrio Yofre Norte) y todos temen que la cosa siga empeorando si los narcos rosarinos deciden hacer rancho en nuestra provincia.
Rosario ha entrado en una etapa en la que la violencia es un mensaje estrictamente político. Ya no se trata del control del negocio ni de la creación de un "estado paralelo" que se autoregule, sino que se disputa la soberanía misma del Estado, o su capacidad de definir reglas e imponer un orden basado en las mismas. Es inconcebible que con el historial de violencia política irracional que ha vivido este país no hayan salido todos los partidos políticos del país a condenar los asesinatos que se ven en Rosario. Quizás nunca hayan creído tan en serio en la centralidad del Estado y en la preferibilidad de la democracia.
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