Reflexiones sobre el aniversario del 24

Reflexiones sobre el aniversario del 24

Nacional 25 de marzo de 2024 Javier Boher Javier Boher
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Por Javier Boher
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La Argentina de las batallas culturales es así. Todo se vive como si se tratara de refundar el sentido común de la gente, como si no fuésemos lo suficientemente inteligentes como para darnos cuenta de que nos estuvieron engañando durante años. Esto no significa que seamos los más despiertos de la región, pero lo opuesto tampoco es cierto.
Ayer fue un nuevo aniversario del golpe de estado de 1976 y se pueden sacar algunas conclusiones al respecto, que son valiosas para pensar en la deriva que puede tomar la cosa.
En primer lugar, hay gente que todavía sigue estructurando su identidad política a partir de algo que ocurrió hace casi medio siglo. No está bien; no está mal. Simplemente no tiene en cuenta que el mundo cambió.
Yo egresé del secundario en 2003, hijo de un padre clase '53 (como Cristina Kirchner) que vivió los '70 como toda su generación. Hablarle del golpe del '76 a quienes egresan hoy del secundario es el equivalente a lo que era para mí que me hablen de la Revolución Libertadora. Marcó a la generación de los '70 que creció con esas historias, pero la que vivió aquel golpe fue la de mí abuela, que tenía 25 cuando derrocaron a Perón. Para los chicos de hoy hay otras cosas mucho más actuales, las que les explican por qué viven tanto peor que las generaciones que los precedieron.
En segundo lugar, la idea de que alguno de todos los problemas que tiene el país se va a resolver con esta pelea por el pasado es, mínimamente, infantil. Sirve para que algunos cierren filas, pero no mucho más. Hay ciertos consensos mucho más firmes hoy que hace unos años, a pesar de las críticas o apoyos que puedan surgir para gobierno y oposición. La historia no le pertenece a ninguno de los dos bandos, por más en que insistan en que ellos saben la verdad de las cosas.
Eso nos lleva a un tercer punto: la gente tiene su propia imagen o idea de las cosas, que puede parecerse mucho, poco o nada a las que tienen los políticos. Por más que estos últimos quieran modificar las creencias de la gente, eso no es posible. Lo que sí puede pasar es que haya algunos -más hábiles y oportunistas - que sepan leer su propio tiempo histórico para tratar de interpretar a la nueva masa de jóvenes que asoma a la política. 
A eso lo supo hacer Alfonsín a la salida de la dictadura, Menem a principios de los '90, Néstor en el post 2001 y nadie más. Hoy Milei parece interpretar mejor las cosas, aprovechando la transformación en la forma de pensar de los jóvenes: no es el artífice del cambio de ideas, sino el que mejor supo interpretarlas.
En cuarto lugar, la marcha: así funcionan las democracias, con una sociedad movilizada. Aunque no me gusta el movimentismo, poner a la gente en la calle sirve para que el poder vea que la sociedad no se va a quedar quieta. Después se verá si es un aluvión que pone en riesgo al gobierno o si es la comprobación de que hacer política funciona para ponerle un límite a los gobiernos, pero esa gente movilizada es una señal de que ahí hay algo que le llega a muchas personas. Pasó con las marchas del campo, con las que se hicieron contra la cuarentena y con tantas otras que surgieron de las entrañas del pueblo (una palabra que no me gusta pero que resulta adecuada para ilustrar el punto). Tal vez por eso no hubo protocolo antipiquetes ni disturbios, porque el mensaje está bastante difundido entre la población.
Quinto, siempre va a haber gente que quiera que las cosas se pudran. Gente quemando un muñeco de Milei, algunos pintando paredes, otros defendiendo causas que nada tienen que ver con la lucha por la democracia y algunos argumentando abiertamente contra la misma porque las urnas determinaron que esta vez les tocó perder. Ese es el mayor aprendizaje que hay que hacer ahora: algunas veces se sale derrotado y hay que aceptarlo; ganar no da derecho a ignorar o perseguir a los derrotados.
A pesar de la crispación y la sensación de conflicto que flota en el aire, por ahora nada pasa a mayores y está bien que así sea. La democracia puede no ser el mejor sistema en la cabeza de la gente, pero es el mejor sistema que existe para que la gente no pierda la cabeza porque otro decidió que había que salir a degollarlos. Las leyes e instituciones existen y deben funcionar del mejor modo posible, tratando de aislar a los que atentan contra las mismas para poder seguir viviendo en un clima de relativo respeto por el otro. Aunque aumenten los discursos confrontativos y se trate de generar encono entre distintas facciones sociales, la democracia tiene que seguir ahí para demostrarles a esos verborrágicos oradores en qué lugar están los límites.
Pasan los años y las historias se van diluyendo, reduciéndose cada vez más a una simple fecha que no puede decir todo lo que conlleva implícita. Hay que aceptar que la gente empiece a querer dejar de hacer tanto análisis sobre lo que pasó en esos años, para quedarse con lo verdaderamente valioso: que no vuelva a suceder algo parecido.
 

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