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En un paso significativo hacia la cooperación internacional
Otra vez un ejemplo de la marginación que generan las ridículas políticas identitarias con las que el kirchnerismo pretende mostrarse progresista.
Nacional13 de julio de 2023Javier BoherPor Javier Boher
Ayer hubo una noticia que pasó desapercibida, como todo lo que tiene que ver con con el derrotero del presidente testimonial que detenta el cargo. Alberto Fernandez anunció la construcción de un barrio exclusivo para personas con problemas de salud mental. Si algo le faltaba a este Gobierno era que, so pretexto de incluir a las personas menos favorecidas, se dedicara a aislarlas en guetos.
Hace dos años pasó algo similar, pero respecto a un barrio para la comunidad LGBTIQ+ a construirse en la provincia de La Rioja. Como tienen problemas para insertarse en la sociedad, ¿qué mejor que construirles barrios para que estén entre ellos, relacionándose y subsistiendo aislados del resto de la comunidad?.
Hace ya un tiempo que las políticas de etiquetas y exclusividad solamente consiguen marginar aún más a los que son distintos. De hecho el liberalismo lleva 400 años tratando de convencer a la gente de que no deben importar el color de piel, la orientación sexual o las creencias religiosas sino la simple condición humana para hacerse sujeto de derecho. La única igualdad por la que se puede empezar es por la igualdad ante la ley, por más que las otras sean igual de deseables y se pretenda alcanzarlas en algún momento.
Hace dos semanas la Corte Suprema de Estados Unidos dio un paso significativo a favor de la igualdad ante la ley, al fallar en contra de los cupos raciales en las universidades, la famosa “discriminación positiva” con la que se pretende aumentar las posibilidades de los grupos menos favorecidos de la sociedad.
La decisión cosechó críticas por todos lados, a pesar de basarse en principios tan básicos y elementales como la mencionada igualdad legal. De hecho, las estadísticas marcan que los más perjudicados por los cupos son los estudiantes de origen asiático, que suelen tener mayores índices de éxito que los blancos, por lo que la rigidez del cupo terminó dejando afuera a los que se supone son desfavorecidos.
La idea de construir barrios para comunidades específicas tiene como supuesto el mismo error conceptual de establecer un criterio arbitrario según el cual es deseable integrar a todas las personas de una categoría similar en un único espacio. Si en lugar de barrio LGBT o barrio para gente con problemas mentales el gobierno decidiera hacer barrios para bolivianos, judíos, senegaleses o gitanos, ¿cuál sería la reacción de los políticos?.
Esto no excluye la posibilidad de que los individuos se agrupen de la manera que mejor les parezca, como de hecho ocurre en los barrios, donde las diversas comunidades tienden a concentrarse en determinados espacios. Ahora bien, lo opuesto -definir que deben vivir en determinado lugar porque el Estado les construye viviendas- es lo que está definitivamente mal.
Los guetos son un problema creciente de la sociedad actual, donde la inseguridad ha empujado a los sectores más favorecidos a barrios cerrados o exclusivas urbanizaciones en las que los robos, los arrebatos, la droga en las esquinas, las peleas en los kioskos o la gente revolviendo en la basura queda del otro lado del alambrado.
La polarización es tan grande que ya nadie parece darse cuenta. Hay una fragmentación social y económica que no se resuelve prohibiendo esos barrios, sino generando condiciones de vida que no hagan que incluso los trabajadores de barrios de cooperativas de viviendas pidan alambrados o tapias para alejarse del entorno circundante.
Ahora bien, ¿de qué le sirve a la población desarrollar su vida al margen de lo que le pasa a otras personas?¿de qué sirve estar entre supuestos iguales, en lugar de compartir con la diversidad de los que son iguales ante la ley? La dignidad humana no conoce de colores, credos o ideas, como parecen querer establecer algunos actores políticos de la sociedad.
La idea de establecer barrios para gente de un determinado grupo en particular nunca salió bien en ningún momento de la historia. Eso solamente genera enojo, rechazo y resentimiento a partir del desconocimiento sobre los otros con los que se construye la sociedad.
Hace poco tuve la posibilidad de comprobar, por enésima vez en mi vida, el poder homogeneizador de la escuela pública, esa que los políticos insisten en destruir a partir de su indiferencia. En una discusión futbolera mi hijo acusó a alguien de boliviano (siendo que ese no es el origen del atacado), en lo que es un típico insulto de cancha.
La charla posterior fue un intento de enseñar que esas categorías son absolutamente irrelevantes, señalándole que uno de sus compañeros es hijo de bolivianos. “Pero él es argentino”, me dijo. “Por supuesto, porque nació acá. Pero los padres nacieron en Bolivia y son bolivianos, ¿vos creés que está bien andar diciendo eso como si fuese un insulto?¿cómo se sentiría si te escuchara decir eso?”. Me miró con esa cara que ponen los chicos cuando hay algo que no terminan de entender pero que los deja pensando, me dijo que su compañero es su amigo y nunca más usó esa expresión para atacar a alguien. El viernes pasado, último día de clases, andaban los dos compartiendo un chocolate con churros o pateando la pelota en el patio después del acto.
Solamente a alguien profundamente ignorante, que no cree en la verdadera igualdad entre las personas, se le puede ocurrir que separar a las personas por algún rasgo que no eligieron es una buena manera de construir igualdad y reducir la exclusión, la marginación o la discriminación en la sociedad.
En un paso significativo hacia la cooperación internacional
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