Antes Monzón que Mandela

Por Javier Boher 

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Hasta hace algunos años nos veíamos obligados a retener en la memoria las cosas que pasaban. Era difícil tener archivo de todo, por lo que los recortes específicos de diarios o las libretas de apuntes eran fundamentales para recuperar las cosas del ayer. Por suerte hoy existe Google, herramienta con la que basta un vago recuerdo de algo como para tirar de esa punta del hilo y desarmar el ovillo.

El escándalo por los seguros entró en una nebulosa y hace rato dejó de estar bajo el foco del periodismo. Siempre hay cosas que mueven un poco más el amperímetro que los lerdos tiempos de la justicia. Afortunadamente, ayer copó las redes sociales una impensada derivación del tema. A partir de la lectura de los chats entre la secretaria de Alberto Fernández y diversas personas en el marco de la investigación por ese fraude de los seguros se conoció que habrían existido situaciones de violencia de género o violencia doméstica entre el ex presidente Alberto Fernández y su concubina, Fabiola Yáñez.

Todo se mantiene en el plano de los potencial, pero incluso los abogados de las partes han deslizado que la relación era mala y que las discusiones eran subidas de tono, aunque nadie confirmó que el ex mandatario fuese de la escuela de cacheteadores de Arnaldo André.

Ante este escenario bastó con hacer un rápido repaso por las declaraciones de Fernández para corroborar, una vez más, que el que se llena la boca hablando de algún tema suele ser el que peor marca en el mismo campo. Se carece de lo que se declama, otra vez.

El progresismo vernáculo estaba exultante por el discurso de asunción del tipo común, fana del bicho y profe de la UBA.  En el mismo afirmó que “Ni una Menos debe ser una bandera de toda la sociedad y de todos los poderes de la república”, nombrando -además- por primera vez al feminismo en un discurso de ese tipo. 

La frase más reconocida, sin embargo, fue la que pronunció tras la aprobación del proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo: “Estoy muy feliz de estar poniendo fin al patriarcado”. Ni Superman, que es capaz de volver el tiempo atrás viajando en sentido contrario al de la rotación de la tierra, podía remontar tremenda exageración y payasada. Con qué impunidad se habla algunas veces en este país.

Pegado a la ley del aborto se sancionó la ley de los 1000 Días, para ayudar a las mujeres embarazadas. “Mujeres, empodérense; les prometo que el primer feminista voy a ser yo”, dijo en el discurso alusivo, prometiendo que iba a terminar con la discriminación por género. Quizás ya era hora de sospechar, pero la mayoría seguía sin verlo.

También se sumó a la onda “aliade” para afirmar, categórico, que “El machismo mata”, a raíz de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer. En el mismo tono, dijo: “No queremos ver más cómo las mujeres sufren y mueren a manos de los violentos”, al presentar el Plan Nacional de Acción contra las Violencias por Motivos de Género para el bienio 2020-2022. Increíble.

Las señales estaban todas ahí, a la vista de todos los que preferían creer en las grandes cualidades de un tipo que llegó a la presidencia maltratando mujeres en redes sociales, queriendo agarrarse a trompadas al ser increpado en un shopping o pateando a un jubilado en el suelo. Cuando se elige el autoengaño ideológico es más fácil ver Mandelas que Monzones.