Fórmula Villarruel

Por Javier Boher 

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Hace ya tiempo que está claro que el espectro político se ha corrido a la derecha, porque incluso la parte de frontera de los votantes de Massa tiene una visión más o menos favorable a las cuestiones básicas de una economía capitalista y abierta. A esta altura del partido no se puede insistir con supuestas inclinaciones progresistas en una sociedad que ha elegido virar para otro lado.

Por supuesto que no todo lo que está a la derecha es lo mismo, por lo que ese espacio dista de ser homogéneo. Es más: es más heterogéneo que lo que está en el otro extremo. Esto tiene que ver con la cantidad de votantes que hay de un lado y del otro, y que si de un lado buscan la supervivencia (por eso el kirchnerismo sigue sólido en su primera minoría) en el otro buscan diferenciarse a partir de matices.

A este péndulo llegamos desde la elección de 2011 que fue bastante parecida, pero de signo ideológico contrario, con un espectro progresista dividido por matices que parecían diferencias más profundas. 

En la derecha actual hay de todo. Libertarios, Pro y liberales inorgánicos son -quizás- los más parecidos entre sí. Las diferencias son de modos y algo de la agenda ideológica, con el tema del sexo biológico, el matrimonio igualitario, el aborto y otras cosas por el estilo alejando a bloques con grandes coincidencias económicas.

Un poco más al centro están los distintos peronismos provinciales, que no terminan de definir su posición. Hacen equilibrios por necesidades puntuales y está perfecto. Los radicales están en un lugar parecido, pero tironeados por un radicalismo porteño que sí tiene mucho para ganar si se hace progresista (y por mucho decimos lo único que le importa, la capital). Todo eso conforma, de manera algo ecléctica, la derecha.

Pero hay, en medio de ese tironeo de fuerzas, alguien que juega con independencia. La vicepresidenta tiene una agenda propia sin nada de estructura, pero trabaja sin descanso para construirla.

Victoria Villarruel salió del mismo submundo del que lo hizo Javier Milei. Se sentó en las sillas de cuanto programa de panelistas la invitaron, exponiendo un conjunto de ideas algo contradictoria con sus modos -suaves pero punzantes- que le valía seguir siendo invitada cada semana. Si Milei fue la furia, ella representó algo más parecido a la cordura. Ese es el costado que trata de explotar frente a la irascibilidad del loco (que, igualmente, está más tranquilo que en la época de sus raids televisivos).

Los bloques oficialistas en diputados y senadores perdieron miembros en la última semana, por lo que la sangría se mantiene desde principios de año. Allí hay gente dispuesta a acercarlos a una construcción que vaya más allá de 2025, mínimamente apuntando a 2027. Villarruel juega su partido dentro de un espacio que no le es propio, pero que aún es insuficientemente orgánico como para ser de alguien. Su imagen excede al mundo libertario y se proyecta hacia todo el electorado, acaso lo que trata de hacer recorriendo el interior luciendo poncho y sombrero. Parece ser la única que tiene en mente la regularidad histórica de que el peronismo poderoso se construye desde el interior, obviando al conurbano y eligiendo al campo, en todas sus diversas formas.

Quien entendió el potencial del interior productivo fue Macri, pero Villarruel parece entender que ese interior también es bastante conservador. Los dos parecen darse cuenta de que el gobierno de trolls, tuiteros, triángulos de hierro y monjes negros no tiene futuro por su tendencia a replegarse sobre sí mismo. Quizás el espectro esté tirado a la derecha, pero con una atomización por la que el esfuerzo tiene que estar en agrupar antes que en dividir.

Hace un tiempo pude estar en un almuerzo del partido cordobés como acompañante de un invitado. Algunas de las personas con las que me encontré (con alguna simpatía por el pro) me aseguraron que habían ido porque esperaban que estuviera la vicepresidenta, que dos días antes había estado en Villa Allende. Esa es la atracción que genera en mucha gente, que la ve como algo diferente al fracaso relativo de Juntos por el Cambio y más educada en sus formas que un grupo de funcionarios que parece un puñado de adolescentes en plena revolución hormonal.

Ahora que todos están revolucionados con la fórmula 1 por la llegada de Franco Colapinto, bien viene la analogía. Cuando hay algún peligro en la pista los banderilleros muestran la bandera amarilla. Milei debe estar preocupado cada vez que pasa frente al banderillero y mira por el retrovisor. Ahí viene la vicepresidenta, que sabe que la carrera es larga y tiene que cuidar el auto, especialmente si el que va primero sigue conduciendo de manera temeraria.