Caras y caretas cordobesas
El general Roca era visitado en enero de 1905 en su famosa casona de la Estancia “La Paz”, donde veraneaba con su familia. El militar sesentón lucía su autoridad y su presencia, tras despedirse del último período presidencial.
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
“La Paz”, teatro del General Roca (Primera parte)
Discutido, y al mismo tiempo insoslayable, el general Julio A. Roca es de esos próceres inamovibles como ciertos días feriados, con quienes te topas en las viejas fotos y en los libros que testimonian un período de treinta años de historia argentina. Durante ese tiempo ejerció Roca su hegemonía en el espacio político nacional, logrando completar un récord de doce años de mandato presidencial en dos períodos, de 1880 a 1886 y de 1898 a 1904.
El foco de estas digresiones soslaya la carrera militar y la política de Roca, siempre oportunas para la polémica y, en cambio, pretende dirigir su interés más bien a aspectos de la construcción simbólica de la figura del héroe, operación impulsada a la vez por propia decisión del caudillo, y en la que tuvo parte principal la prensa gráfica de la época, cuyos medios oficiaron ese proceso en el mismo momento en que las cosas transcurrían. No todos los enfoques fueron a su favor, pero la legitimación en el tiempo hizo que terminásemos obligados a dar con su efigie a cada paso, como ocurrió con el famoso billete de cien pesos en el que el general posaba y pasaba de mano en mano, billete que, como el mismo modelo, también durante treinta años ejerció un mandato de lenta y continua devaluación.
Los episodios de la vida de Roca han sido generosamente explayados desde numerosos ángulos por la literatura existente, seguramente ofrecerá mejores enfoques sobre su vida que estas notas. Aquí el interés se dirige a actitudes que definen en sentido relativo al personaje, dictadas por su exposición como figura pública, por su vocación de prócer, y también por la presentación pública esperable de un militar, un jefe guerrero que hace gala de sus dotes de gran macho sentado a la cabecera de la mesa. Podía tratarse de lucir sus capacidades ecuestres, su puntería, sus cualidades de esgrimista, y a la vez exhibir su pertenencia al gran mundo, la vida cultural y social de calidad que había en su tiempo. Otra mirada de reojo merece el gusto probado de Roca por ser retratado, es decir, su clara preocupación por dejar una iconografía asegurada para la posteridad.
Empezamos el recorrido, por definición, con una nota de Caras y Caretas publicada el 8 de enero de 1905, titulada Roca en “La Paz”, que incluía varias fotografías del héroe sesentón, recién despojado de la máxima investidura política, dominando escenas de su vida doméstica en las sierras de Córdoba. Las fotografías se referencian a la casona de la Estancia, en Córdoba, propiedad heredada por su esposa Clara Funes, que Roca había convertido otrora, por períodos, en su centro de decisiones para gobernar el país.
La producción del semanario de marras le hacía una visita en la estancia de Ascochinga, en 1905, y mostraba al general junto a su familia, cumpliendo un esperado descanso en el solar, aunque sin evitar dar muestras de alguien que no se ha retirado aún de la lucha. Esto es parte de lo que expresará la nota de Caras y Caretas, firmada por “Goyo Cuello”, seudónimo frecuentemente usado por el redactor español Julio Castellanos en Caras y Caretas, publicación de la que llegaría a ser secretario de redacción.
El texto de la nota describía la mejora general del aspecto y la salud del general en su retiro en la mansión campestre, lo que atribuía a su alejamiento reciente de las preocupaciones en el máximo poder de la nación. También refiere las rutinas del viejo luchador (contaba sesenta y dos años, pero había empezado temprano), el paso de sus horas y de sus días veraniegos. Las fotos, por su cuenta, desplegaba situaciones sin duda preparadas, donde se ve a Roca escuchando un concierto, a Roca saliendo de rezar en una capilla, sosteniendo un lance de esgrima en la sala de armas, montado a caballo recorriendo la zona, capitán de un pequeño bote a punto de atracar, a Roca abuelo con su nieto en las rodillas, y otras escenas de corte más social. La estancia era teatro ideal para esas apariciones.
Comenzamos a compartir el artículo de Caras y Caretas:
“Al pie de las sierras de Córdoba, y en un lugar que Virgilio no hubiese desdeñado cantar en sus Bucólicas, se alza la estancia «La Paz», delicioso retiro donde el general descansa de las fatigas pasadas durante su histórica presidencia.
Allá, libre de emociones que crispen sus nervios y sus oídos de lisonjas que envenenan, el general ha ido recobrando poco a poco aquel buen humor tan ponderado por sus íntimos. En los pocos días que lleva de respirar aquellos aires, viciados en illo tempore por la plana mayor de la política, ha empezado la salud a pavonearse por su cuerpo. Aquel rostro, antes triste y macilento, se tornó en colorado y alegre, y aquel mirar, receloso y apagado, en vivaz y fulgente; y eso que una gran pena acabara con su alma al encontrarse sin su fiel Gramajo; pero el oxígeno de las sierras le ha injertado juventud encontrándose ahora más ágil, más robusto, más sano, y contra lo que muchos incautos creen, podemos asegurar que el general es hoy más que nunca, un hombre de peso, según confidencia hecha flor la báscula de la estancia que le atribuye 80 kilos.
¡Cualquiera diría al verle tan rozagante que se estuviera entrenando para empalmar la tercera presidencia!
Sus costumbres por aquellos pagos, no pueden ser más patriarcales: se levanta así que los gallos echan diana, y a caballo por aquellos montes contento y decidor como un colegial en vacaciones.
Y en un delicioso vagar por aquel paraíso roquista, se larga de visita hasta Ascochinga, La Pampa y Santa Catalina, donde no le faltan amigos con quienes echar un párrafo y tomar un amargo; los días festivos se costea hasta la capilla, y es de ver el respeto profundo con que saludan su paso los comprovincianos del gobernador Olmos.”
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