Cultura Por: Víctor Ramés05 de febrero de 2025

Caras y caretas cordobesas

La prensa ofrecía diversas facetas de ese gran actor de su poder que era Julio A. Roca. Fotos y crónicas captan calculadas poses y gestos, remarcan su centralidad en la estancia cordobesa u otros escenarios donde hubiese un cronista dispuesto a retratarlo.

Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com

“La Paz”, teatro del General Roca (Segunda parte)

Retomando el relato propuesto por Caras y Caretas en enero de 1905, testimoniaba su autor que el general Roca “se dejaba vivir” en sus vacaciones en La Paz. Apostaba también el cronista a que pronto el personaje se aburriría del descanso y recomenzaría el tejemaneje político. “Estos paseos en los que tiene que hacer dos o tres leguas internándose por quebradas, pasando ríos y trasponiendo valles, le ocasionan menos fatiga que contestar al «buen día» de un aspirante a diputado.
Razón tenía al escribir a su amigo el señor Mariano de Vedia: «¿Cuándo me hace la visita prometida? Unos días de sierra y de despreocupación periodística le han de sentar bien. Córdoba tiene que ser la Sabina de nuestra tierra, donde los extenuados por la vida de las ciudades vengan a buscar nuevas fuerzas e impresiones sanas y tranquilas»...
Así es: el general se deja vivir en aquel edén, rodeado de sus hijos y deleitándose con las gracias de su nieto Julio Antonio, no faltándole distracciones que llevan a su espíritu la tranquilidad que tanto necesita, después de seis años de labor gubernativa. Pero como no hay mal ni bien que cien años dure, y la época no es lo más a propósito para que los políticos de su calibre se lo pasen imitando a Fray Luis de León «lejos del mundanal ruido» y aunque el general durante el tiempo que permanezca en su estancia se haya propuesto no ocuparse de política, las circunstancias modificarán su parecer. Por lo pronto, no creemos en su viaje a Europa y no abandonando el país, para no aburrirse tendrá que entrar en juego.
Estamos seguros que «La Paz» se verá turbada en breve... porque caerán allí como langosta a tomar el santo y seña, esa colección de levitas en que suelen embutirse los gobernadores de tierra adentro, sin que por eso falten los flamantes jaquets o los bien cortados sacos con que suele engalanarse nuestra representación nacional.
Y todos esos solos, que al pasar hemos oído ensayar en los centros políticos y que nos parecieron notas discordantes, es posible que bajo la batuta del hábil maestro, se fundan armónicamente y formen una sinfonía que oirán con disgusto los pensionistas de la Casa Rosada.
Goyo Cuello

Roca no cedería a la tentación de un tercer período presidencial en 1910. Limitándose a manejar el partido desde dentro, se dejó vivir apenas cuatro años más, hasta los 71.

A tono con la construcción del héroe, operación que no cesaba ni aún con las hirientes tapas de Caras y Caretas y otras publicaciones que ejercitaban la burla y el sarcasmo, nos atraen unos retratos periodísticos del general cuando ejercía su segunda presidencia. Tomamos referencias de la emergencia del reporterismo viajero en la prensa porteña de entresiglos, trabajo de Martín Servelli y Sylvia Saítta. Allí se menciona “una serie de crónicas de El Diario, firmadas con el seudónimo de Algarrobo”, llenando la sección “Desde las sierras de Córdoba”. Allí se reflejaron las sucesivas vacaciones veraniegas del mandatario. En una de las crónicas así se presentaba Roca, reflejado por el periodista como un emperador: “Pasea diariamente seguido de su edecán el coronel Gramajo. Viste holgado traje de brin claro y calza botas con corvas. En vez de la diadema romana que los césares usaban, en lugar de la incómoda corona, emblema que distingue a los reyes, se envuelve debajo del saco una faja colorada con borlas.”

En aquellos tiempos del poder, la estancia cordobesa era punto de atracción de “una cohorte de «politiqueros de provincia» necesitados del espaldarazo del general: gobernadores en desgracia, diputados que cesan en el cargo o que aspiran a obtenerlo.” Siempre Roca era el actor principal en ese fastuoso escenario. 

Incluso con la prensa en contra, no se detenía la construcción -en ese caso crítica- del héroe. Un héroe humano, puesto a la altura del resto, ya que no hay como bajar del pedestal para conquistar la confianza de la plebe. Así, Roca se mostraba “en mangas de camisa trepado en una escalera, podando ramas secas o atrofiadas; juntando frutas; trabajando con la pala”, un héroe democrático, al fin y al cabo. 

El mismo trabajo de Servelli y Saitta cita una crónica firmada por Roberto J. Payró en La Nación, sobre un viaje suyo en tren de Madryn a Trelew junto a la comitiva presidencial. En aquella ocasión, el general ordena a cierta altura hacer parar el tren para bajarse a cazar unos guanacos, pero yerra el disparo. Otra crónica tomada de El Diario, refería una segunda vez, o una escena similar, en la que el héroe le atinaba a un pobre bicho. También se ve al presidente internarse en la sala de máquinas de la embarcación que lo llevaba de Puerto Belgrano a Buenos Aires, cambiarse de ropa y seguir al maquinista “por entre ese laberinto de pistones, balancines, bombas y volantes”, con el propósito de batir un récord de velocidad.

A esos fragmentos, facetas de un retrato donde las descripciones se superponían con las representaciones, las fotografías con sus puestas, las crónicas con unas caricaturas satíricas, dejamos para el final los retratos artísticos que intentaron extraer del rostro de Roca una autoridad, una astucia, un alma. Roca fue pintado, entre otros, por maestros como Juan Manuel Blanes y el cordobés Genaro Pérez, considerados los mejores logros pictóricos destinados a preservar su fisonomía, si bien paralelamente se hicieron varios retratos fotográficos. A fines del siglo XIX circuló masivamente un retrato impreso a color, firmado por Cao, el ilustrador de Caras y Caretas. También lo pintaron Antonio Alice, Ángel Della Valle, Gregorio Kogan y Rafael de Villar. La artista Lola Mora esculpió su busto e hizo relieves de medallas del rostro de Roca, con quien la unían lazos de amistad.

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