Para que los ideales sobrevivan
Que a sus 81 años Paul McCartney anuncie el inicio de una nueva gira mundial, no solo representa una alegría para los viejos fans de los Beatles, ni es apenas un mero ejemplo de longevidad que conmueve por venir de un ícono que a esta altura no necesitaría seguir en carrera.
J.C. Maraddón
Transcurrido bastante más de medio siglo desde aquellos años sesenta que supusieron una revolución cultural a escala planetaria, cabe preguntarse si los promotores de aquellos cambios radicales tienen todavía algo que decir a los jóvenes de hoy, que podrían ser sus nietos. Y es que es difícil pensar que haya un hilo conductor entre esos ideales que animaron a los que encendieron la antorcha de la rebelión juvenil, y los que en la actualidad disfrutan de libertades conquistadas en aquel entonces, sin tener conciencia de que alguna vez estuvo prohibido mucho de lo que ya está incorporado a sus hábitos.
Atrapados como están en una realidad que privilegia lo virtual por encima de lo real, tal vez se hayan desentendido de la genealogía que conecta su presente con un ayer en el que quienes tenían la misma edad que ellos tienen ahora, se atrevieron a cortar lazos con sus mayores para imponer paradigmas que han prolongado sus efectos hasta este tercer milenio. Dar por supuesto que ciertos derechos existieron desde siempre, los priva de dimensionar la circunstancia histórica que les ha tocado vivir, en la que muchas cosas los están beneficiando, en tanto otras siembran de penumbras las perspectivas futuras.
Después de que en la segunda mitad de la pasada centuria se tomara conciencia del poder que residía en el recambio generacional y se alcanzara un grado muy alto de politización en los reclamos por un mundo mejor, la sensación es que esas garantías conseguidas se encuentran en peligro ante el resurgimiento de las posibilidades de restauración del antiguo orden. Y es ante ese panorama que vuelven a cobrar sentido muchas de las consignas sesentistas, a las que la música sirvió como canal de divulgación y como trinchera de combate cuando arreciaron los embates de los siempre belicosos policías de la moral.
Por eso, aunque haya pasado demasiado tiempo y pueda creerse que aquella épica está muerta y sepultada, vale la pena actualizar su vigencia y prestar atención a la obra de quienes fueron sus referentes, a ver si todavía tienen cosas para comunicar a quienes comienzan a incorporarse a la vida en sociedad. Refrescar la memoria y agitar esos recuerdos podría ser una buena manera de alertar a esa flamante camada que tanto cariño tiene por lo vintage, pero que suele aferrarse a sus aspectos formales, sin profundizar en las razones por las que eso alguna vez supo ser una bandera común.
Que a sus 81 años Paul McCartney anuncie el inicio de una nueva gira mundial, no solo representa un ejemplo de longevidad que conmueve por venir de un ícono que a esta altura no necesita de seguir en carrera para mantener su nivel de ingresos. Tampoco es suficiente valorar este gesto como un guiño para los veteranos fanáticos de los Beatles a los que este anuncio ha emocionado más que a nadie, porque les asegura que podrán seguir disfrutando en vivo de ese bajista zurdo, socio compositivo de John Lennon, que es hoy el principal custodio del legado de los Fabulosos Cuatro.
En realidad, esta guapeada de Paul no tendría sentido si no hubiera una legión de melómanos noveles que es permeable a esas canciones y que requiere de abrevar en esa fuente para no perder contacto con los orígenes de un fenómeno que está en los libros de historia, pero que también se conecta con la realidad de estos días. Como sobreviviente de una época legendaria, él nos impide olvidar que hubo un mundo en el que ser joven era un castigo, y que ese antecedente bien puede recobrar su fuerza si no se le opone resistencia.
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