Por Javier Boher
Es notable cómo el 24 de marzo sigue siendo importante para la gente, capturando toda la discusión pública. Ayer fue un día de discutir cosas que ya deberían haber quedado saldadas.
En su proyecto de antinomia con el kirchnerismo el gobierno ha decidido tocar todos los temas sagrados para esa gente. Si bien el revisionismo indulgente con el Proceso es minoritario en la sociedad, Milei y los suyos insisten en poner el tema en agenda. Resulta comprensible: cualquier intento de disputar el sentido de la fecha o el dogma progresista altera a los guardianes del relato, que rápidamente refrescan la memoria de los que se aguantaron el kirchnerato en la vereda de enfrente.
Todo régimen político existe en el presente y se justifica en el pasado, pero solo prospera cuando puede transmitir una idea de futuro y acumula éxitos en ese rumbo que propone. Argentina lleva 40 años sin poder mejorar la calidad de vida de la gente, por eso todos los gobiernos terminan más preocupados por el pasado que por el futuro. Eventualmente esos relatos caducan y la gente busca una alternativa, que llega con su propia visión del pasado, pero proponiendo algo distinto para el presente y el futuro.
Claramente los ‘70 fueron un periodo complejo, donde es muy fácil elegir buenos y malos, pero donde no existieron buenos y malos absolutos. Por supuesto que los militares ocuparon el poder del Estado y ejercieron un poder excesivo violando las leyes que decían venir a hacer cumplir, pero del otro lado no había meros militantes políticos. La violencia era la moneda común de la política de entonces, dentro de las organizaciones, entre ellas y en otros ámbitos de la sociedad.
La política de los ‘70 discurría por canales negadores de la política, que necesita de la disidencia y la multiplicidad de ideas para justificar adecuadamente su existencia. En esos años nadie buscaba resolver los conflictos, sino eliminar al que pensaba distinto. Por algún motivo no del todo claro hoy parece estar pasando algo parecido (aunque menos intenso).
Pensar distinto
La democracia argentina demostró ser robusta a pesar del espantoso nivel de su clase dirigente, que se encargó de ponerla a prueba en numerosas ocasiones. Algunas personas saben por experiencia propia por qué es preferible, mientras que hay otros que no pueden explicar muy bien por qué, pero también la eligen por sobre otros sistemas.
Hay, sin embargo, cosas que llaman la atención y que deben ser señaladas para que la democracia se siga manteniendo. La primera, y más importante, es que cada vez es más difícil expresar las opiniones personales sin recibir ataques por ello. Poca gente está dispuesta a tolerar opiniones contrarias a las suyas, aunque la mayoría de las veces no es por el contenido sino por el grupo al que se pertenece. Coinciden o rechazan solamente porque está en boca de cierto tipo de gente. Esa conducta grupal, masiva, contraria al individuo, es la negación directa de la democracia.
Mientras recorría los canales de televisión apareció una persona en la plaza diciendo que ellos marchaban por la democracia, para que se vaya este presidente. La persona en cuestión -y el cronista- no percibieron la contradicción de asegurar ambas cosas en una misma oración, porque en su visión no existe tal contradicción.
Cada uno está en su derecho de odiar al presidente y desearle lo peor, pero democracia también es entender que gobiernan otros y que existen un montón de derechos que se pueden ejercer como oposición para mantener viva dicha forma de gobierno. Se puede marchar como ayer, por causas opuestas al gobierno y con gente que tiene otra visión de la economía, la política, la sociedad o la historia. El proble a está en creer que la visión oficialista o la opositora son las únicas posibles.
La segunda, un poco menos evidente, es que la gente valora cada vez menos positivamente que exista gente que viva y opine distinto. No se valora la diversidad, sino todo lo contrario, a pesar de que contrastar ideas y debatir posiciones es lo que más nos ayuda a encontrar explicaciones para fundamentar nuestras opiniones o para cambiar nuestras posturas previas. Sin intercambio la democracia se debilita.
Los ‘70 son un periodo trágico de nuestra historia, que para algunas personas es una marca familiar terrible. Sin embargo, el grueso de la población argentina no lo vivió: según el censo de 2022 el 60% de la población tiene menos de 40 años y nació en democracia. Nunca ese número fue tan grande.
Aunque hay una minoría politizada muy intensa de más de 40 que cree que los ‘70 son siempre parte del presente, el 37% de la población tiene menos de 24 años y está muy lejos de los que vivieron el horror de la represión ilegal y el terrorismo (de Estado y del otro). Para ellos las preocupaciones son otras, mucho más concretas y desafiantes para sus proyectos de vida a futuro. Está bien que así sea.