Cultura Por: J.C. Maraddón14 de abril de 2025

Un logro imposible

No podría haber habido mejor actor que el recientemente fallecido intérprete estadounidense Val Kilmer para asumir la tarea de hacerle creer a los espectadores que él era el mismísimo Jim Morrison, cuando Oliver Stone se largó a dirigir un largometraje sobre The Doors en el año 1991.

Por J.C. Maraddón 

La conversión de los cantantes de rock en sex symbols fue un proceso que se dio de manera inmediata acoplado a lo que había sido la irrupción de Elvis Presley con su jopo, sus movimientos de cadera y su melodiosa voz. Los ataques de histeria de las fans se volvieron un lugar común en las presentaciones en vivo y en los estudios de televisión donde actuaban, siempre repletos de chicas que aullaban al estar cerca de sus ídolos. La combinación entre un aspecto físico atractivo y el rol de vocalista era una fórmula irresistible, que hacia mediados de los años sesenta tuvo en Mick Jagger su mayor exponente.

Jagger aportó además un elemento que para la época resultaba muy oportuno, porque su desenfado y la ambigüedad de sus gestos se oponían al concepto de caballerosidad que había sido hasta entonces el rasgo más destacado de la seducción masculina. El líder de los Rolling Stones impuso con sus actitudes dentro y fuera de escena un nuevo prototipo de galán, que fue adorado sin reticencias por las jóvenes y adolescentes, como un desafío a los paradigmas impuestos al respecto por las generaciones anteriores, a las que los modales de esos pelilargos les provocaban un rechazo rotundo.

Sin embargo, esa avanzada distaba mucho de estancarse: pronto iba a aparecer otra tanda de astros que, partiendo de ese desparpajo, llevarían al extremo la perspectiva moderna de la masculinidad. Más allá de lo que sucedió entrados los setenta, con la androginia de David Bowie, el recargado look de los referentes del glam y la posterior pose agresiva de los punks, ha sido Jim Morrison, la incandescente voz de The Doors, el que se transformó en un ícono entre todos los rock stars, cuya imagen sigue siendo reproducida en posters y remeras casi sesenta años después.

La muerte joven ha contribuido, sin duda, a que se inmortalizara su rostro como el emblema de una era dorada del rocanrol, como una especie de Adonis que se consumió en su propio fuego. Poeta maldito, transgresor por naturaleza, él ha representado el arquetipo varonil que mejor se adecuaba a la realidad histórica de aquellos años, con multitudinarias marchas juveniles que reclamaban por la paz y el amor libre. Así como a su manera James Dean se adelantó a su tiempo, Morrison fue el exponente que mejor reunía las características de su propio momento y como tal ha sido recordado.

Desde su muerte en 1971, su figura ha sido objeto de un culto pagano y ha debido admitir una constante afluencia de admiradores que, en su devoción por el cantante, fueron tratando de parecérsele, copiando su vestimenta, su peinado y hasta su pasión por los placeres ocultos. Nunca faltaron músicos que, con idéntico afán, buscaron aproximarse a su timbre vocal, tras el objetivo de replicar su éxito artístico y, por qué no, su sex appeal. Algunos de ellos consiguieron acceder a la fama gracias a ese esfuerzo, aunque por supuesto jamás ascendieron hasta la altura del modelo que se habían propuesto seguir.

No podría haber habido mejor actor que el intérprete estadounidense Val Kilmer para asumir la tarea de hacerle creer a los espectadores que él era el mismísimo Jim Morrison, cuando Oliver Stone se largó a dirigir un largometraje sobre The Doors en 1991. Entre todos los elogios que se volcaron sobre la carrera de Kilmer hace pocos días, al conocerse la noticia de su fallecimiento a los 65 años, el de su protagónico en el aquel filme no deja de ser uno más. Pero que las fotos y videos de ese largometraje se mezclen en las búsquedas de Google con el material auténtico de los Doors, agiganta los méritos de un actor que allí se anotó un logro que parecía imposible.

 

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