Caras y caretas Cordobesas
La venida a Córdoba de Irigoyen, en octubre de 1912, representó el primer acto de una nueva táctica política: dar el rostro, conversar y convencer. No obstante, un mínimo puñado de votos le dio el triunfo a Cárcano.
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
Vientos de nueva era política, Córdoba, 1912 (Segunda parte)
La aparición directa de Hipólito Irigoyen en la pelea política para la elección de gobernador en Córdoba llamó la atención de la prensa del país, ya que el caudillo radical había construido un muy bajo perfil personal, convertido a esas altura en aura misteriosa en torno a su figura, manteniéndose alejado de la esfera pública. Con su viaje a Córdoba, rompía a la vez los moldes del revolucionario irredento, del abstencionista impertérrito, y del “peludo” metido en su cueva. Decidía dar la cara debido a la importancia electoral de ese distrito. Un buen análisis del momento justo de ese cambio de estrategia por parte de Irigoyen lo provee en Caras y Caretas del 26 de octubre de 1912 una página titulada “Placas Fotográficas – Hipólito Irigoyen”, firmada por un joven radical de Concordia que se destacaba, Enrique Agesta.
“He ahí, la vera-efigie del doctor Hipólito Irigoyen, del «político misterioso», del jefe del radicalismo intransigente, a quien los acontecimientos acaban de arrancar de la penumbra de su casa de la calle Brasil, para transportarlo a la docta Córdoba y colocarlo al frente de sus partidarios en franca lucha con el adversario, hoy encarnado —en desesperado esfuerzo de conservación— en el carcanismo.
Para muchos, en el espíritu del doctor Irigoyen, se está operando una violenta metamorfosis, desde la última campaña electoral santafecina, donde el triunfo coronó el esfuerzo radical. En efecto, desde esa campaña, el prestigioso caudillo, parece haber creído ventajoso el cambio de sistema en su larga e incansable lucha de oposicionista irreductible. Cree oportuno prestar oídos a la promesa de imparcialidad proclamada por el presidente de la República, y desde casa, desde cuya penumbra forjó conspiraciones revolucionarias que han conmovido a la nación, sale a la calle y helo ahí, a pleno sol, dirigiendo colectivamente a sus adeptos, con su empuje de luchador enérgico y romántico que siente palpitar en su alma la profunda fe en los destinos de su partido.”
Hay elementos de crónica en la referencia de Agesta, que testimonian la poca locuacidad tribunera que practicaba Irigoyen, quien prefería mantener conversaciones “persona a persona”, en forma incansable, concretando cientos de encuentros durante la estadía en La Docta.
“Su presencia en Córdoba revela que el doctor Irigoyen permanece fiel a su manera de operar personalísima. No obstante haber merecido el homenaje de una manifestación popular imponente, no ha dirigido la palabra al pueblo. La tribuna radical, esa vez como otras, fue ocupada por sus amigos.
Él continúa desarrollando su propaganda por medio de la «persuasión personal», pronunciando su «discurso aislado», tenaz, incansable, convincente.
Llega a Córdoba el domingo a las cuatro de la tarde; y para el día siguiente a la misma hora, había conversado con trescientas personas representativas de todas las clases sociales. Es decir, había pronunciado en el término de veinticuatro horas, trescientos discursos, que tenían la rara virtud de determinar otras tantas adhesiones a la causa radical, bajo el influjo irresistible de su misterioso canto de sirena política!...”
Una de las visitas a las que atendió Irigoyen fue totalmente extraordinaria: la del cura Brochero, ya anciano, dos años antes de su muerte. Refiere ese hecho memorable un libro publicado en 1916 por la inolvidable editorial Claridad: El Hombre, Hipólito Yrigoyen, el Apóstol de la Democracia, de Horacio Bernardo Oyhanarte. La cita se recoge en la página http://www.efemeridesradicales.com.ar
“Aquel era un viejo sacerdote, escuálido, ciego, de manos sarmentosas y amarillentas, ojos hundidos, cabello cano, y una sotana vieja y deshilachada.
Los pies, desnudos, dejaban ver unas manchas costrosas, provenientes de aquel mal con que Job propalaba su fe y su martirio.
Aquel clérigo quería hablar con el doctor Yrigoyen.
Se le hizo pasar, en compañía del muchacho cojo, y hablaron. Aquel sacerdote veía, - o sentía porque ya hemos dicho que era ciego -, al doctor Yrigoyen, por primera vez, pero le tuteaba. Hablaron un buen rato. El fraile se anima en el transcurso de su conversación y a sus cándidas palabras de creyente unía, de cuando en cuando, una gruesa interjección, porque aquel sacerdote era un sincero y gustaba más que de la preceptiva caridad de forma, de aquella otra de fondo, que le llevaba a volcarse como un hilo de agua en la sed de los demás a entregarse como un pan en el hambre ajena; a no tener más vida que la de los otros, sus pobres criollos serranos, con quienes vivía y por los cuales peregrinaba.(…) Cuando se despidió, el doctor Yrigoyen abrazó aquel guiñapo, aquello confuso, que era menos que un hombre, porque era más que un santo.
Cuando ya afuera nos despedíamos del padre Brochero le notamos conmovido y como si musitara una oración, se repetía entre dientes, como para él mismo: ¡Es un gran hombre; es un gran hombre!"
Pero ni el santo varón lograría cambiar el rumbo de una elección primereada por el poder, y pese al grandioso efecto de la presencia de Irigoyen, las urnas le dieron el triunfo a la fórmula Cárcano-Garzón Maceda, se puede decir que por un pelo. El escaso margen de 176 votos a favor del oficialismo merece un récord Guiness, la victoria más estrecha en una elección a gobernador en Córdoba. Cárcano se afianzó en la mayoría de los departamentos provinciales, y el escasamente conocido Amenábar Peralta (su nombre había sido revelado apenas antes del 17 de noviembre) se impuso en Capital, Marcos Juárez, Ischilín, General Roca y Juárez Celman. La huella del candidato radical se pierde definitivamente del paisaje político cordobés sin apenas hacer ruido, del mismo modo en que había sido llevado a la candidatura a gobernador.
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