Cultura Por: Víctor Ramés12 de mayo de 2025

Caras y caretas Cordobesas

El año 1912 trajo un giro político sustancial: la puesta en práctica de la Ley Sáenz Peña, que instituía el voto secreto. En Córdoba comenzaba a correr el tiempo de descuento de un conservadurismo aferrado al poder provincial.

Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com 

 

Vientos de nueva era política, Córdoba, 1912 (Primera parte)

La realidad política y particularmente electoral argentina dio un vuelco dramático y -por suerte- democrático en el año 1912, al aprobarse la ley de reforma electoral apodada “Sáenz Peña”, que consagraba el voto universal masculino, secreto y obligatorio. Se implantaba con ella el fin del voto cantado y el nacimiento del cuarto oscuro, ese lugar a solas con la conciencia desde donde se yergue la voluntad popular. La ley tuvo, por supuesto, su oposición en un poder forjado sobre el fraude y la riqueza de una clase nominalmente ilustrada, organizada en partidos conservadores. Pero atravesó el proyecto de ley el curso de los años y 1912 marcó la primera prueba de su aplicación en las elecciones inminentes. Todo estuvo listo a la hora de una contienda electoral para la que había que alquilar tribunas. Se enfrentaban: de un lado, el candidato de la Concentración popular, una coalición del autonomismo y partidos provinciales, Ramón J. Cárcano; del otro, no como candidato, sino como figura testimonial del poder electoral hasta entonces acallado del radicalismo, Hipólito Irigoyen. El jefe radical viajó a Córdoba para apoyar a su pollo. Cuál era el nombre en esa carta fue el secreto mejor guardado, y su revelación fue la sorpresa de menor efecto, ya que acabó siendo una figura desconocida. El sector radical clericalista -ingrediente ineludible en Córdoba- había logrado imponer a Julio Amenábar Peralta, radical desde hacía unos meses, antes autonomista, y con cero actividad partidaria. Hasta su anuncio, se barajaban nombres como los de Elpidio González, José Camilo Crotto y el comandante Daniel Fernández, entonces de viaje en Europa. 

Entregados voluntariamente a las noticias de Córdoba que llegaban a Caras y Caretas, con una que otra intervención de contexto, podemos aportar que las primeras informaciones que se filtraban a lectores y lectoras nacionales en ese semanario de Buenos Aires, sobre el tema, aparecieron el 19 de octubre de 1912. Eran, en realidad solos unas fotografías con sus respectivos epígrafes, en páginas diferentes. En una se retrataba, en la estación de Retiro a un grupo de miembros del partido radical que eran despedidos por correligionarios, a punto de embarcarse para Córdoba, “a presenciar la elección de electores a gobernador”. En otra página de la misma edición, se publicaban dos fotografías tomadas en la estación de Rosario, donde el 13 de octubre hacía escala el tren a Córdoba. Allí se veía a Hipólito Irigoyen recién descendido al andén, conversando con otros delegados del radicalismo que se dirigían a la capital mediterránea. En una foto contigua, se ve posar en los escalones del tren al famoso payador por milonga Gabino Ezeiza, fervoroso partidario de Irigoyen, a quien el epígrafe señala estar haciendo “como de «edecán»” de la delegación. 

El 26 de octubre de 1912, el semanario dedicaba bastante letra de imprenta a presentar la situación política que se abría en Córdoba, como es el caso de la siguiente nota titulada “Los políticos y su sombra”, donde se mostraba el siguiente panorama, casi típico de otras contiendas electorales de la época que se estaban produciendo. 

“Pero, ¿quién puede impedir a un candidato, el deseo natural de gobernar a sus semejantes, o de poder sentarse cómodamente al calor del presupuesto por una punta de años? Nadie. Así, pues, la fuerza de la costumbre impele a todo ciudadano a ser elector o elegido, generalmente se prefiere lo último. Y de ahí la lucha cruenta, encarnizada para arruinarle la factura al bando contrario.
Córdoba, baluarte de la política de otrora, está sosteniendo el asedio de todas las fuerzas radicales; y es curioso ver como Cárcano se ha convertido en la sombra negra de Crotto y los suyos, y Crotto en la del aspirante Cárcano. Este último, contemporáneo de los radicales en eso de la abstención, desde el 90, es candidato a usar banda y bastón, truncando siempre su consecuencia a las altas investiduras, sus enemigos naturales, los radicales. Nada menos que don Hipólito en persona, se ha mostrado a plena luz en las contiendas electorales para dejar en agraz la candidatura carcanista, por lo cual se ha convertido en la sombra de Sáenz Peña, para que se abstenga de actuar de gran elector. A su vez nuestro presidente no deja a sol ni sombra a ninguno de sus secretarios para saber algo del misterioso Hipólito...”.

En otra sección se daba cuenta de una “avivada” de Cárcano para ensuciar a sus adversarios. Hacía referencia al componente clericalista entretejido en el ala conservadora representada por dicho candidato. La sección se llamaba Menundencias y allí no quedaban dudas de la filiación del autor. 

“Los carcanistas de Córdoba han pretendido presentar a los radicales, ante sus electores, como enemigos de la religión, descreídos y masones, algo así como un partido que recibe las inspiraciones del propio Satanás, que ha delegado su representación en don Hipólito.
Los radicales han elevado su protesta a monseñor Bustos, obispo de la docta ciudad, rechazando, indignados, tales acusaciones y manifestando que lo verdaderamente diabólico, en este caso, es la estratagema cumplida por los carcanistas.
La lucha electoral en Córdoba asume, pues, los caracteres de las guerras medioevales, en que el espíritu religioso encendía el ardor bélico.
Será una reproducción /de combates ya lejanos /esa futura elección.../ entre moros y cristianos.”

La elección para gobernador en Córdoba, estaba fijada para el 17 de noviembre de 1912 y la campaña de ambos partidos recorría un clima de no pocos choques y acusaciones entre “moros y cristianos”, que fueron la comidilla de la prensa local, claramente embanderada ya sea tras Cárcano, o tras el radicalismo. 




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