Caras y caretas cordobesas
Prosigue este acercamiento al Observatorio Astronómico de Córdoba, esta vez referido a su aporte científico para la fijación de una hora común en las provincias argentinas.
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
Cielo límpido, contar estrellas a simple vista (Segunda parte)
La opinión antecitada del diario La Carcajada contra el Observatorio Astronómico apuntaba a contradicciones sociales que no precisaban de un telescopio para ser vistas. Sin embargo, las mismas eran en 1871 (y lo siguen siendo) piezas de un proceso histórico social mucho más extenso, ligado a un nuevo giro del capitalismo a nivel mundial. Al argumento de la publicación, las respuestas ya habían sido dadas unos días antes, el 24 de Octubre de 1871, en el acto inaugural del Observatorio Astronómico.
En ese acto, el primer director de la institución, el destacado astrónomo norteamericano Benjamin Gould, había expresado: “Un telescopio que explora los cielos, se asemeja a una máquina de artillería dirigida contra la ignorancia humana”. Y puntualizado en qué forma, “por medio de este Observatorio, podría perfeccionarse la geografía del país, y reconocer las peculiaridades de su clima para contribuir al adelanto de la agricultura y el comercio; cómo se podrían educar y disciplinar aquí para el servicio nacional, ingenieros militares, navales o civiles; determinar el tiempo exacto, telegrafiándolo a todas partes para el uso de los ferrocarriles y a los puertos para el arreglo de los cronómetros…”.
A su turno, el presidente Sarmiento no omitió decir en su discurso que “hay, sin embargo, un cargo al que debo responder, y que apenas satisfecho por una parte, reaparece por otra bajo nueva forma. Es anticipado o superfluo, se dice, un Observatorio en pueblos nacientes y con un erario o exhausto o recargado. Y bien, yo digo que debemos renunciar al rango de nación, o al título de pueblo civilizado, si no tomamos nuestra parte en el progreso y en el movimiento de las ciencias naturales.” Y agregaba: “Es una cruel ilusión del espíritu creernos y llamarnos pueblos nuevos. Es de viejos que pecamos. Los pueblos modernos son los que resumen en sí todos los progresos que en las ciencias y en las artes ha hecho la humanidad, aplicándolas a la más general satisfacción de las necesidades del mayor número. (…) ¿Cuánto necesitamos nosotros, los rezagados de cuatro siglos, para alcanzar en su marcha a los pueblos que nos preceden?”.
Uno de los beneficios que enumeraba Benjamin Gould, la determinación del tiempo exacto, merece unos renglones. Varios años más tarde de fundado el Observatorio Astronómico de Córdoba, no se había determinado por las autoridades una hora coincidente con las de otros centros urbanos, y había incluso a nivel local diferencias horarias importantes. Esto pese a que existían las condiciones para fijarla, a partir de las mediciones exactas hechas en el Observatorio, de la comunicación veloz que permitía el telégrafo. Con Benjamin Gould había llegado a Córdoba un hombre con experiencia específica en determinar diferencias de longitud entre Europa y América. Conociendo su longitud geográfica, la que está dada por el Sol cuando se encuentra exactamente en el cenit Gould se empeñó en fijar una hora común entre ciudades, desde Córdoba. Gould se comunicaba con las oficinas telegráficas de otras capitales, determinando así su longitud y su hora relativa.
En 1877, el diario local El Progreso trazaba un cuadro de comedia sobre la situación horaria en esta provincia, titulado “La hora en Córdoba”. Temprano en la mañana, bajo la galería del cabildo, se encontraban varios caballeros reunidos: “un empleado del Observatorio, otro del Ferro-Carril, creemos que el Secretario; dos señores catedráticos de la Universidad, un Municipal, y dos o tres más de distintos establecimientos públicos”. Acordaron almorzar juntos poco antes del mediodía, pero como faltaba rato y todos tenían otros compromisos, decidieron fijar una hora para juntarse. Uno de ellos (el Doctor N.) habló: “–Caballeros, dijo, las once, es la para almorzar, y si no hay oposición, hago moción a fin de que ella se fije a todos bajo penas severas.” No faltó el empeñoso que propusiera: “–Arreglemos nuestros relojes, a fin de poder ser puntuales.”
Allí empieza el caos de la escena: “Todos echaron mano al bolsillo, pusieron en expectación sus respectivos tachos, y cada uno quiso servir de guía a los demás.
–Yo tengo las nueve decía uno; yo las ocho y media; el de más acá las ocho y cuartos; el de más allá las nueve y veinte. Ninguno estaba conforme. Los relojes discordaban en minutos y hasta en horas.”
El cuadro avanza en el absurdo, y la discusión, porque cada quien considera la hora que marca su reloj como la verdadera, especie de cronocentrismo. Para defender cada quien su hora, relata el cronista, aparecieron argumentos relativos al precio de cada reloj, su marca, los antecedentes de sus familias, y el buen servicio prestado por el artefacto durante largos años de tarea. La discusión sube de tono como en una auténtica comedia, hasta que interviene un tercero que no había participado hasta el momento, y que dirige un discurso al resto afirmando: “-Ninguna hora de las que tienen ustedes es falsa; todas son verdaderas (asombro general). Este es el estado del país: no hay hora pública, vergüenza y oprobio…”, para concluir así su oratoria:
“–Sí señores. La Municipalidad tiene su hora. La tiene el Ferro Carril; los establecimientos todos por su cuenta, sin consultar al vecino; y la verdad es que no hay hora en Córdoba.
–¡Es verdad!¡Es verdad!, repetían en coro los actores y mirones en esta escena.”
Como es sabido, recién en 1883 se aprobaría tomar al meridiano de Greenwich como base para establecer los husos horarios mundiales. En la Argentina, el 1° de agosto de 1894 se aprobó la hora oficial para las vías férreas y para las oficinas públicas, referida a la hora de meridiano del Observatorio de Córdoba.
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