Cultura Por: J.C. Maraddón03 de junio de 2025

Divertir como objetivo primordial

“Asterix y Obelix: el combate de los jefes”, la miniserie animada de Netflix, no deja lugar al aburrimiento, a pesar de que narra una historia ambientada en los tiempos en que el Imperio Romano se había fijado como meta invadir las Galias, algo que a priori no tendría por qué ser de interés para la platea infantil.

J.C. Maraddón


La pregunta acerca de si existe una bajada de línea detrás de los más inocentes dibujos animados ya fue respondida hace sesenta años, cuando los avances en el campo de la semiótica desnudaron las intenciones (no tan) ocultas que subyacían en muchos productos destinados al público infantil. Desde el siempre locuaz Pato Donald hasta el cacique y a la vez terrateniente patagónico Patoruzú, todos fueron puestos contra el paredón del análisis de sentido, que reveló cuánto podían llegar a influir estas aparentemente ingenuas series, películas y/o tiras de historieta de circulación masiva en aquellos lejanos tiempos en que reinaba el espíritu crítico.

Descartado así por obvio este punto, cabe interrogarse entonces sobre cuánto importa ese sesgo para que algo así tenga éxito y qué efectos provoca en esos futuros ciudadanos verse abordados por tales influjos en su más tierna edad. Por supuesto, los expertos dirán que es el entorno el que resulta más determinante. Y que entre los adultos que rodean a una criatura, deberían ser los padres o tutores los que mayor premura tengan en cuanto a la faz educativa, tanto en las enseñanzas que dispensan en el hogar como en la institución escolar que han elegido para que asistan sus vástagos.

La cantidad de horas que chicas y chicos están expuestos a las pantallas ha crecido en proporción inversa al tiempo que comparten con su familia y con los docentes, lo que incentiva el temor actual de que vayan a ser “adoctrinados” según ideas extrañas a la voluntad de sus mayores. Un riesgo que se reduce de modo notorio si existe una cercanía parental que examina sus consumos y los contrasta con otras opiniones, de manera que no haya una aceptación unívoca sino una comparación de argumentos que termine conformando una personalidad reacia a aceptar sin filtro lo que se reproduce en las redes y en los medios.

Pero tal vez el punto más importante y el que menos se estaría discutiendo por estos días es la calidad del producto que se pone a consideración de la niñez y, sobre todo, una característica fundamental que está por encima de toda carga ideológica: que sea entretenido. Sin ese condimento, cualquier intento de conquistar a esa audiencia estará condenado al fracaso, porque la función lúdica es primordial si el objetivo es llegar al mercado de los más pequeños. Tanto el Pato Donald como Patoruzú compartían esa cualidad y por eso su mensaje podía llegar a surtir efecto.

Tal vez el mejor ejemplo de eso sean los cinco episodios de la miniserie animada “Asterix y Obelix: el combate de los jefes”, que ha sido estrenada por Netflix y que no deja lugar ni a un segundo de aburrimiento, a pesar de que narra una historia ambientada en los tiempos en que el Imperio Romano se había fijado como meta invadir las Galias. La dupla de amigos constituida por el menudo e inteligente Asterix junto al obeso e invencible Obelix, que desde los años sesenta habita revistas, libros y producciones aduiovisuales, vuelve aquí a protagonizar la resistencia de su aldea contra la embestida de Julio César.

Más vale que la narración denota una perspectiva inducida, en la que Roma es una potencia impiadosa y devastadora, que sucumbe ante el ingenio de unos aldeanos que en principio no tendrían nada que hacer frente a un ejército de curtidos legionarios. Pero es tan primorosa la construcción del relato y tan simpático el comportamiento de los personajes, que nos dejamos llevar por la fantasía de que David puede derrotar a Goliat. Después, mucho después de habernos reído a carcajadas, llegará el momento de cuestionarnos si mirar así las cosas es lo que corresponde.

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