Maneras que confunden a todos
La consagración masiva de Morgan Wallen, un cantante estadounidense de raíz country, representa por estos días un fenómeno digno de ser considerado más allá del éxito instantáneo de “I’m The Problem”, su cuarto disco, que actualmente lidera los charts de ventas en su país.
J.C. Maraddón
Aunque en la fórmula que dio como resultado la aparición del rocanrol había un componente de música country, la identidad rockera tomó rápidamente características propias que privilegiaban el culto a la rebeldía y que distaban mucho de ajustarse a las normas de conducta establecidas por la sociedad de mediados del siglo pasado. Por el contrario, la mayor parte de los artistas que se referenciaban en el country tendían a manifestar un apego a los valores tradicionales de la cultura estadounidense, acentuados por la raigambre campestre que tenía ese estilo, entre cuyos cultures se contaban aquellos que reclamaban la herencia de los cowboys.
Tras una etapa en la que su provocación giraba en torno al erotismo y al uso de palabras que entre los bienpensantes sonaban soeces, el rock profundizó luego su perfil crítico y se planteó la necesidad de cambiar el mundo a partir de sus canciones, una utopía que tuvo en el Festival de Woodstock una de sus mayores expresiones. Las estrellas del género competían por destacarse como los más osados encima y debajo del escenario, y exponían modos de comportamiento cada vez menos decorosos, que incitaban a los jóvenes a liberar sus impulsos y a divertirse por sobre cualquier otro propósito.
Y si bien algunos de ellos exhibían un currículum no exento de derrapes, en general las figuras del country se atenían al respeto por los modales impuestos desde los púlpitos por el discurso religioso que imperaba en la América profunda. En sus letras, narraban historias de amor en todas sus variantes, o elevaban apologías a su terruño natal, al que se referían con veneración ya fuese por habitarlo con orgullo, o por extrañarlo luego de haberse tenido que apartar. Nadie esperaba ni una poesía ni una composición vanguardista en el repertorio de esa corriente tan poco afecta a la innovación.
Los tiempos han cambiado lo suficiente como para que el rock mismo se haya tornado en estos días un movimiento bastante conservador, en especial porque sus astros están en pleno proceso de envejecimiento, al igual que mucha de su audiencia. El country, en cambio, ha provisto al panorama discográfico de una nueva camada de ídolos pop, como Miley Cyrus, Taylor Swift o Post Malone, a la vez que se ha permitido adaptarse a la dinámica de esta época, dando cabida a productos híbridos nunca antes admitidos y a la inclusión de diversidades raciales y de género.
La consagración entre todos los públicos de Morgan Wallen, un cantante estadounidense de raíz country, representa por estos días un fenómeno digno de ser considerado más allá del éxito instantáneo de “I’m The Problem”, su cuarto disco, que actualmente lidera los charts de ventas en su país. Surgido hace más de diez años desde el reality show “The Voice”, Wallen no ofrece en lo sonoro nada que lo distinga del resto de los que abrevan en el mismo género. Sólo en sus letras podría hallarse algún rasgo particular, porque ciertos analistas encuentran ellas probables afinidades con las ideas de Donald Trump.
Que alguien inmerso dentro de los límites del country simpatice con el pensamiento del magnate que habita la Casa Blanca no sería demasiado llamativo, porque no deja de abonar al chauvinismo reflejado en el eslogan “Make America Great Again”. Sólo que, en el caso de Morgan Wallen, un comportamiento de rock star lo ha llevado a problemas legales debidos a borracheras desaforadas y exabruptos discriminatorios. En este mundo que ha puesto todo patas para arriba, los arquetipos tienden a resquebrajarse y las categorías que décadas atrás aparentaban ser inamovibles, hoy se presentan de una manera que confunde a todos.
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