Cultura Por: Víctor Ramés09 de junio de 2025

Caras y caretas cordobesas

Se comparten una noticia y un texto literario que durante el mes de enero de 1915 publicó el semanario que rige nuestras búsquedas cordobesa, referidos a aspectos de la iglesia matriz de esta capital.

Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com

 

Dos veces la catedral en 1915 (Primera parte)

Con una diferencia apenas de semanas, en el mes de enero de 1915, la catedral de Córdoba era tema de dos publicaciones en Caras y Caretas. La construcción de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción comenzó en el año 1582 y su consagración como catedral tuvo lugar en 1784, atravesando diversas etapas históricas el edificio con intervención sucesiva de arquitectos jesuitas. La catedral de Córdoba es la más importante de las obras monumentales de la época colonial en esta provincia, y sin duda la más majestuosa. De las dos notas publicadas por el semanario porteño en 1915, la primera daba cuenta, bajo el título de “La ornamentación de la catedral de Córdoba”, de un hecho importante como fue la reinauguración del templo luego de la intervención pictórica realizada por el pintor catamarqueño radicado en Córdoba Emilio Caraffa. La segunda publicación reproducía, el 30 de enero, un texto referido a la catedral firmado por Adelia Di Carlo, que acompañaba a una buena ilustración a color por el artista principal de Caras y Caretas, el ilustrador Mayol.

Respecto a la primera, esta apareció en el número 850 de la publicación, el 16 de enero de 1915, y acompañaba una serie de fotografías con un texto mínimo y algunos epígrafes que explicaban las imágenes. En el texto se expresaba:

“El 24 de diciembre último quedó rehabilitada a los servicios religiosos para el público la catedral de Córdoba, después de haberse concluido los trabajos de ornamentación dirigidos por Emilio Caraffa.

Las obras han sido realizadas con éxito, y tanto la opinión de la prensa local como la que emitieron los miembros de la Comisión Nacional de Bellas Artes, que visitaron la catedral coinciden en afirmar la equivalencia artística de la obra, lo cual no era de extrañar dadas las altas cualidades que adornan al autor.”

En los epígrafes se señalaban algunos de los temas de las obras, reproducidos mediante fotografías en blanco y negro que, aun con sus limitaciones, develaban la imponencia de la obra del artista a cargo del trabajo. Allí se reproducían en particular las figuras de los evangelistas San Juan y San Mateo y un cuadro de once metros representando a la Iglesia triunfante. 

El encargo de la obra había sido conseguido por Caraffa gracias a su formidable dominio del arte y también debido a sus relaciones políticas, que lo pusieron en el tope de la creación, de la enseñanza y de la gestión cultural referida a las bellas artes. El pintor había regresado de Europa en 1891, trayendo su maestría pulida en el Viejo Mundo y un sólido bagaje respecto a la dirección que debía tomar la plástica en una ciudad propicia para construir una tradición que la elevase en la consideración nacional e internacional. 

Al instalarse en la Docta, lo hizo Caraffa poniéndose a la cabeza del movimiento pictórico y de los vínculos políticos necesarios para ocupar ese lugar.  El pintor se distinguió en todos los frentes por su capacidad y supo cómo marcar una nueva era profesional, en una capital donde no faltaban grandes pintores también formados en los más importantes centros europeos. Córdoba estaba pronta para distinguirse como un faro pictórico sudamericano, y lo consiguió, un logro que ha mantenido su calidad en su intensa producción hasta la actualidad. 

Respecto específicamente a la labor realizada por Emilio Caraffa en el interior de la catedral, 

Tomás Bondone, experto en la trascendencia de la figura de Caraffa en sus diversas dimensiones y su biógrafo, abordó específicamente el papel de maestro en la intervención en el templo mayor de la ciudad, que le fue encargada en 1908, pero recién dio comienzo en 1912 debido a la falta de fondos. En una conferencia de su autoría titulada “En la Gloria - Reflexiones sobre la intervención de Emilio Caraffa en la Catedral de Córdoba” (2005), Bondone expone la significación de la tarea de Caraffa en la iglesia matriz cordobesa como una marca personal que señalaba claramente el cambio de época. 

“Todos los cuadros de figura fueron pintados sobre bocetos de Caraffa, quien además ordenó los tonos decorativos de todo el templo y la entonación general de la obra. Por lo tanto, aquel espacio que originariamente había sido concebido como un ambiente blanco y despojado, propio de la austeridad del mundo colonial hispano, fue transformado en un recinto en el que sobresalen dorados, estucos y tromp l´oeil, un espacio inundado de nuevos estilemas de marcado corte historicista de filiación itálica.”

Algunas descripciones hechas por Bondone contribuyen a apreciar los temas y las técnicas empleadas por el artista en esta intervención. 

“En la bóveda de la nave principal, dentro de un gran plafond oval enmarcado por importantes molduras sostenidas por áureos querubines, se encuentra ‘La iglesia triunfante’ también conocida como ‘La gloria del cielo’. La obra, firmada por Caraffa, no es un fresco como habitualmente se lo señala sino un óleo sobre lienzo que el pintor trabajó en su estudio y posteriormente fue adosado a la mampostería del techo. La modalidad de incluir grandes superficies pintadas en los techos de las iglesias proviene del barroco ilusionista con la intención de abrir el interior hacia el espacio infinito. En esta compleja alegoría di sotto in su, resuelta con la habitual corrección académica de nuestro pintor, están plasmados diferentes personajes junto a un templete de columnas salomónicas, en medio de un amplio celaje de paleta cromática en el que no prevalecen los contrastes sino la entonación de los colores.”

La de por sí importante obra arquitectónica de la catedral de Córdoba alcanzó, de la mano maestra de Caraffa, una nueva dimensión artística y ornamental de la que pueden disfrutar los cordobeses y los visitantes que hoy ingresan al templo.

 

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