Caras y caretas cordobesas
Numerosas visiones de la catedral de Córdoba reafirman la impresión que ese gran monumento religioso aporta al centro histórico cordobés, como la de una autora en el semanario de nuestro constante interés.
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
Dos veces la catedral en 1915 (Segunda parte)
Las abundantes impresiones escritas sobre la catedral cordobesa por visitantes de la ciudad, a lo largo de los siglos, formarían una interesante colección de miradas al imponente templo. Algunas se remontan a tiempos muy antiguos, cuando pocas edificaciones competían con la magnificencia de su porte. Un repaso muy escueto puede acudir a la Revista El Hogar de octubre de 1930, donde el escriba citaba a su vez a un desconocido cronista, quien ensayaba una recreación de la vida cordobesa que tenía lugar en el interior de la insoslayable construcción.
“El templo conserva interiormente algo del aparatoso y suntuoso espíritu de la colonia. Evangelizadores ilustres pregonarían en la sagrada cátedra las verdades teológicas. El hidalgo de empolvada peluca, la dama de alcurnia, el militar heroico y fanfarrón, el clérigo y el estudiante, el esclavo y el menestral, la moza de amplias y planchadas polleras, escucharían atónitos el estruendo de las ceremonias...”.
El propio redactor del Hogar afirmaba que la catedral evoca “el espíritu de aquellos cordobeses de la colonia, hidalgos pobres, pero llenos de fe y de tan tesonero celo, que consiguieron levantar un magnífico templo perdurable muy superior a sus recursos y a los medios del ambiente y de la época.”
El sabio y académico alemán Hermann Burmeister, que pasó por Córdoba entre 1857 y 1860, dedicó un estudio particular al templo mayor e incluso dibujó la catedral. Para este estudioso, se trataba de la iglesia más importante, del punto de vista artístico, de las que vio en las ciudades argentinas. “Inferior en dimensiones a las catedrales de Montevideo y Buenos Aires, es superior por la originalidad y elegancia de construcción”. En un breve pasaje de su descripción se lee:
“Detrás del cuerpo central de frente se levanta el tambor de la nave media de la iglesia, que sube hasta la altura de las torres y esta coronada por una arcada que termina con una decoración en forma de palmera. Dominando el conjunto aparece la cúpula central, elevada, de aspecto imponente, acompañada en cada ángulo por una pequeña torre octagonal, que termina con una diminuta cúpula redonda. La cúpula principal posee 16 costillas sobresalientes, decoradas, y su linterna esta circundada por una corona de arcos; a la linterna la remata una bóveda chata, en forma de campana, cuya extremidad termina con una gran insignia de fierro que representa la Pasión.”
Yendo a Caras y Caretas de enero de 1915, un ensayo literario no especializado con la firma de Adelia Di Carlo, acompañaba una bella ilustración de Mayol. Transcribimos:
“Destácanse los perfiles de las torres de la catedral cordobesa, apenas el tren sale del barranco «Pucará», unos mil metros antes de llegar a la estación central de la docta y progresista Córdoba. Entre sus similares del interior, la catedral de esa ciudad ocupa el primer puesto, no sólo por la belleza de su arquitectura y por todo lo que encierra, sino también por sus tradiciones honrosas y por los prestigios que le fueron acumulando los siglos.
Levantada en el mismo centro del largo y angosto valle que eligiera Jerónimo Luis de Cabrera para fundar a Córdoba, la catedral domina la población con sus torres y se ofrece al viajero como ejemplar de esa civilización colonial que hoy cede el paso al progreso moderno. Por poco observador que sea el visitante, el aspecto exterior del viejo templo, sede de una de las más antiguas diócesis del país, le resulta digno de atención e interés, que se truecan en sentimientos de respeto y veneración, una vez que ha penetrado en sus imponentes naves.
Aquellas torres, en las que se reconocen características de varios órdenes arquitectónicos, hablan con elocuencia do épocas pasadas, relatan con mudo lenguaje la historia de la heroica y aventurera raza de conquistadores castellanos, y evocan recuerdos de tiempos de fervor religioso y de legendarias contiendas.
Góticas son las dos torres de más remota construcción, y en una de ellas hay una esfera de reloj, cuyos ennegrecidos punteros no han visto moverse varias generaciones.
La otra, denominada el campanario, suele animarse con el toque del Angelus, al atardecer, o cuando sus campanas se echan a vuelo en los días patrios o de grandes festividades religiosas. La tercera torre, levanta en segundo plano su imponente cúpula, sobre la media naranja del templo. Su construcción es más moderna y data de mediados del siglo XVIII.
En los muebles de la sacristía, lo mismo que en el cancel que permite el acceso al templo, están grabadas las armas de San Ignacio, detalle curioso que de primera intención no se explica. Luego se oye decir que los muebles y el cancel pertenecieron a la Compañía de Jesús, y que fueron llevados a la Catedral el año 1840, cuando Rosas expulsó a los jesuitas.
Por el lado de la sacristía se sale a la angosta Callejuela — es su nombre— que separa la catedral de la casa de gobierno. Dicha callejuela fue el primer enterratorio de la ciudad.
En ocasión de grandes ceremonias religiosas o patrióticas, la catedral ostenta en su interior, pendiente de la baranda del crucero, una reliquia histórica, es la bandera del regimiento Córdoba, gloriosos girones de un paño que, después de cobijar el heroísmo de los soldados en el Paraguay, fue entregada a la custodia del Cabildo eclesiástico por el jefe del batallón, coronel Olmedo. Todo Córdoba tiene veneración por esa bandera.
En los últimos años se ha modernizado el aspecto exterior del templo, refaccionándolo y haciendo desaparecer el antiguo atrio, en cuyo lugar se ven series de escalones que imitan a los de la iglesia metropolitana.
El año del centenario, el fervor religioso cordobés erigió, entre las dos torres del frente de la Catedral una estatua del Cristo Redentor.”
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