Cultura Por: J.C. Maraddón12 de noviembre de 2025

¿Cuál de los dos es el monstruo?

Como artista sensible al malestar contemporáneo, en su versión de “Frankenstein” disponible en Netflix, el director mexicano Guillermo del Toro vuelve a remitirse a la narración decimonónica de Mary Shelley para traducirla en términos de actualidad, aunque manteniéndola en aquella época remota.

J.C. Maraddón


Cuando se habla de Frankenstein, es más que común que la gente confunda al monstruo con su creador, a pesar de que en la clásica novela de Mary Shelley no haya lugar para un equívoco de semejante tenor. Y es que el famoso libro que data de 1818 llevaba por título “Frankenstein o el moderno Prometeo”, lo que aclaraba bastante las cosas: era obvio que el apellido correspondía al doctor Víctor Frankenstein, quien así como el titán de la mitología griega le robaba el fuego a Zeus para dárselo a los hombres, se atrevía a desafiar a los dioses para crear una nueva forma de vida.

Por supuesto, cuando ese relato se popularizó y pasó a convertirse en la materia prima para sucesivas adaptaciones cinematográficas, se prefirió acortar la denominación y reducirla solo a “Frankenstein”, tal como se llamó el primer cortometraje que en 1910 llevó a la pantalla la ficción literaria de tono fantástico. Largometrajes posteriores que versaban sobre “la novia” o “el hijo” de Frankestein no ayudaron a superar aquel malentendido inicial, que persiste en el tiempo y que ya ni siquiera merece ser rectificado de tantas veces que repite la tergiversación, incorporada en nuestra cultura sin que nadie se espante ni pretenda que se corrija aquel fallido.

Ninguna persona en su sano juicio se molestaría en señalar que el disfraz tan utilizado en fiestas, carnavales y noches de brujas no remeda a Frankenstein sino a esa criatura que nació de los febriles experimentos de un médico que así se apellidaba y que estaba obsesionado con vencer a la muerte. Mediante los rudimentos de la ciencia medicinal de más de dos siglos atrás, el profesional conseguía su objetivo, aunque las consecuencias de esa proeza no fuesen todo lo satisfactorias que él había imaginado. Más allá de eso, a los disfrazados “de Frankenstein” poco les debe importar aferrarse a esos criterios de verdad.

Ahora bien, arribados a este siglo veintiuno en el que (por suerte) todo se cuestiona, ese antiguo intercambio de personalidades entre ambos personajes que tan asiduamente se practicaba, empieza a tomar otro carácter, que no tiene que ver con un nombre sino con el rol que ocupan esos seres en la escala moral. ¿Cuál de los dos es el más monstruoso, el más inhumano, el más bestial? Esa intriga, tal vez subyacente en la obra original, adquiere hoy otra dimensión frente a los desafíos que se plantea la ciencia y las polémicas que desatan sus avances.

Como artista sensible al malestar contemporáneo, el director mexicano Guillermo del Toro vuelve a remitirse a la narración decimonónica de Mary Shelley para traducirla en términos de actualidad, aunque manteniéndola en esa época remota de los avances en la medicina. Como si se tratara de un juicio, en la película “Frankenstein”, que desde la semana pasada está disponible en Netflix, el cineasta le otorga la palabra al doctor y también le da la posibilidad de expresarse al humanoide que consta de partes anatómicas extraídas de cadáveres y unidas por costuras hasta que un rayo de energía las transforma en un organismo vital.

En un ejercicio de relectura que cuenta con un gran despliegue escénico y que se ajusta con cierto rigor al texto clásico, Del Toro le permite al público sacar sus propias conclusiones, a la vez que propone un desarrollo que no ahorra dramatismo ni truculencia. Con las actuaciones de Jacob Elordi, Oscar Isaac, Mia Goth, Christoph Waltz y Lars Mikkelsen, este “Frankenstein” modelo 2025 se adecua a las necesidades de un presente con más preguntas que respuestas. Y evidencia la relativización de la supremacía humana, incluso sobre aquello que ha sido pensado y concretado por muestra propia especie.

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