Cultura Por: Gabriel Ábalos11 de octubre de 2023

Nuevos recortes de los días de papel Córdoba, 1904

Apuntes sobre costumbres sociales referidas al horizonte cultural de la ciudad, dan cuenta de la asistencia a espectáculo en una sala, o de la atracción que sembraba a su paso el corso de carnaval.

Por Víctor Ramés

cordobers@gmail.com

La temporada teatral tenía lugar entre los meses de abril y diciembre, en que se daba una sucesión de obras dramáticas y comedias, así como veladas líricas y orquestales traídas por elencos generalmente europeos, o porteños. Eran propuestas artísticas para las clases burguesa y aristocrática, brindaban figuración social y otorgaban legitimación cultural. Como se trataba de funciones en horarios vespertinos a nocturnos, los diarios ponían de relieve cada tanto la cuestión de la duración de las obras en las salas, sobre todo en días de semana. Un breve antecedente referido a las funciones de una compañía lírica en el Teatro Rivera Indarte, figura en el diario La Patria de junio de 1896 bajo el título “Espectáculos kilométricos”, en que el cronista se hacía eco de algunas quejas por la duración de la velada: “La compañía termina sus funciones a las 2 de la mañana ordinariamente”, indicaba, y lo atribuía a una política comercial: “Es conveniente, pues, que la empresa del Rivera Indarte, no se guíe con el criterio comercial de prolongar indefinidamente los espectáculos para hacerlos así más atrayentes.”
En La Voz del Interior de junio de 1904, la cuestión del horario teatral aparece vinculada a una disposición municipal tal vez ligada a la crítica de ocho años antes, que ponía un límite a la hora de finalización de espectáculos. Estos no podían prolongarse más allá de las campanadas de la medianoche. El diario expresaba su desaprobación, referida a una función en la sala del teatro frente a la plaza General Paz.
“Ordenanza inconsulta
Anoche, la concurrencia que asistió al teatro Argentino, tuvo ocasión de apreciar y sufrir los defectos de una ordenanza municipal, que la reputamos infundada y absurda: nos referimos a la que dispone que los espectáculos públicos deben terminar a las 12 de la noche, como máximum, penándose a los empresarios con una multa si se excede la hora señalada. A primera vista se descubre cual ha sido el propósito, desgraciadamente mal interpretado por la ordenanza, que ha tenido la municipalidad al dictarla, que no es ni puede ser otro que consultar el interés público.
Entendemos que la forma racional sería fijar una hora máxima para el comienzo de los espectáculos y la duración de los intervalos, excesivamente largos, que acuerda la ordenanza vigente, reducida a un término más racional y cómodo, pues con 10 a 15 minutos, basta y sobra.
La fijación de la hora máxima a que debe terminar el espectáculo, nos parece arbitraria y hasta perjudicial para los intereses del público, pues obras teatrales de sumo interés que no podrán ser representadas a causa de la prohibición referida.
Por otra parte, es frecuente que el público pida con insistencia la repetición de los pasajes más interesantes o de los que más gusta, y el empresario tiene que ceder a las instancias del auditorio y pagar la multa, o contrariarlo para librarse de ésta.”
Prueba de la aplicación de esta medida es la publicada por  La Libertad del lunes 13 de junio de 1904, informando que la función del domingo había sido cercenada por un empleado municipal incluso diez minutos antes de la medianoche. Estaba en escena el drama “Bohemia criolla”, al que se sumaba “Don Pascual”, obra en un acto, “un cuadro de costumbres sociales”. Esto se decía: “Se nos pide hagamos constar que en la función de anoche se suprimió el pericón nacional por orden municipal. Un empleado mandó terminar la función a las 11.50 p.m.” Al día siguiente se publica una aclaración: “Teatro Argentino - Ayer se nos pidió que hiciéramos constar que un empleado municipal había ordenado se suspendiera la función del domingo en el teatro Argentino a las 11.50 p.m. Hoy el empleado municipal aludido nos manifiesta que cuando dio la mencionada orden, eran las 12 de la noche. Y nos pide dejemos constancia de esto.”

En los días de carnaval, gran actividad y mucho público se aglomeraba en la realización de los corsos en los pueblos San Vicente o General Paz, o el del Centro que recorría las calles San Martín, Catamarca, Rivadavia y Constitución. Allí confluían diversas clases sociales, aunque los palcos se reservaban para familias que “figuraban”. Una vívida descripción es aportada por la pluma del cronista del diario La Patria en 1904. “Una ráfaga de alegría, como si repentinamente se hubiera desencadenado una recia tempestad de locura, se produjo en la tarde del día domingo, cuando a las cinco las bombas anunciaron que el corso podía iniciarse desde ese momento”. Luego, “comenzaron a afluir las comparsas y los carruajes lujosamente ataviados, dando principio a la animación general”. Más adelante, agrega descripciones y sensaciones: “Grupos de jóvenes alegres que ya a pie o apilados sobre coches de alquiler hacen crujir los elásticos con el peso que gravita sobre ellos, gritan y vociferan con alegrías desbordantes y ruidosas; cornetas, pitos, flautas y timbales resonando de distancia en distancia; máscaras cuya originalidad demuestra que ha sido puesta a contribución toda la inventiva humana para sentir el efecto deseado en los espectadores; pilluelos disfrazados que corren de aquí para allá y se escurren por dentro de las ruedas de los coches para recoger un ramo de flores o una serpentina escapada involuntariamente de la mano que la arrojó.  (…) Más allá una lluvia de flores y vistosas serpentinas son arrojadas por pulidas o toscas manos según el caso, sobre algún grupo o coche que se disputa la hegemonía entre sus millares de competidores; (…) ruidos de campanillas y cencerros, el acompasado pero monótono y ensordecedor ruido producido por los candombes que ya debían ser relegados al olvido. Unos corren, otros brincan, carros y carrozas repletos de enmascarados y enmascaradas que prodigan sus bromas a diestra y siniestra, saludando a éste y burlándose de aquél; los gritos y la algazara, en fin, que se suceden sin interrupción, y sólo se da tregua a las 8 de la noche para reanudarse una hora después con el mismo entusiasmo.”



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