Soportes en pugna
Como confirmación de una tendencia en la industria audiovisual, Netflix puso a disposición de los usuarios una saga de cuatro cortometrajes dirigidos por Wes Anderson, sobre relatos originales del escritor británico Roald Dahl, también autor de “Charlie y la fábrica de chocolate” y “Matilda”.
J.C. Maraddón
El establecimiento de las series como un formato característico de las plataformas de streaming ha cambiado en mucho la evolución de esas producciones que alguna vez fueron exclusivas del medio televisivo y que ahora se cuentan entre los atractivos centrales de la oferta online. Sin embargo, su vínculo con la cinematografía sigue siendo polémico: hay quienes las consideran como un producto menor, incomparable con la grandilocuencia de un largometraje, en tanto otros las valoran como una propuesta que está por encima de la experiencia de ver cine, ya que requiere de un trabajo de orfebre que debería ser valorado en consecuencia.
Más allá de los argumentos que puedan ofrecer estos dos bandos, lo cierto es que la puja ha tenido consecuencias para ambos géneros, que realizan tantos esfuerzos para parecerse como para diferenciarse, pero que en realidad lo que terminan haciendo es interactuar, sobre todo porque conviven en el universo del consumo hogareño. Alguien en determinado momento prefiere una tira y no un filme, o viceversa, decisión en la que el tiempo disponible para sentarse a ver no es un dato menor. Y es allí donde han empezado a observarse variaciones que impulsan a analizar cómo se están dando las cosas.
Por ejemplo, cabe pensar que la tendencia que rige por estos días de estrenar en las salas cintas que a veces se extienden más allá de las tres horas podría deberse a la necesidad de establecer una clara diferencia con respecto al tiempo habitual que comprende un episodio. Y también está el caso de los capítulos de una serie que llegan a prolongarse por más de una hora y que, en cuanto al concepto con que han sido realizados, tienen más semejanzas con una película que con un segmento más dentro de una cadena narrativa que comprende varios eslabones.
Por el contrario, han comenzado a proliferar filmes que no demoran en finalizar más que un episodio de una sitcom, como sucede con “Extraña forma de vida”, el western queer de Pedro Almodóvar que, para su proyección en salas, estuvo acompañado de una entrevista al cineasta, ya que ocupaba poco más de media hora. ¿Será quizás esa compresión el resultado del atractivo que manifiestan las grandes audiencias por los seriales? ¿Se dejarán de lado esas obras monumentales, como “Oppenheimer”, en las que hay predisponerse a estar un rato largo frente a la pantalla, para enfocarse en historias cortas destinadas a espectadores apurados?
La confirmación de que esta moda empieza a cultivar adeptos se encuentra en la novedad que ofrece Netflix, donde se ha puesto a disposición de los usuarios una saga de cuatro cortometrajes dirigidos por Wes Anderson, sobre relatos originales del escritor británico Roald Dahl, también autor de “Charlie y la fábrica de chocolate” y “Matilda”. En como máximo 40 minutos, Anderson recrea las narraciones “La maravillosa historia de Henry Sugar”,” El cisne”, “El desratizador” y “Veneno”, en piezas breves donde hace gala de su particular estética, que le ha reportado tantos elogios como ninguneos por parte de la crítica.
Relatos fantásticos presentados con recursos de las artes dramáticas y artificios propios de la cinematografía, estos cuatro ensayos separados evocan el recuerdo de “La balada de Buster Scruggs”, la obra de 2018 de los hermanos Coen también producida por Netflix , que consistía en seis opúsculos independientes ambientados en el Lejano Oeste. Con estos elementos, se hace difícil asegurar que estamos en presencia de un nuevo modelo de creación audiovisual, aunque las pruebas enumeradas basten para predecir que hay movimientos extraños en la industria y que de esa competencia del streaming con el cine en salas todavía podemos esperar sorpresas futuras.
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