Espejo cordobés del gran artista moderno
La autobiografía de ese gran pintor moderno que fue Emilio Pettoruti contiene vistazos a algunos artistas cordobeses –o muy vinculados a Córdoba- que estaban en actividad en los tempranos años del siglo pasado, y cuenta también su propia experiencia en la ciudad mediterránea.
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
En 1968, Pettoruti publicó “Un pintor ante el espejo”, autorretrato hablado que despliega ante el lector la proximidad casi táctil con una época de explosión renovadora, por donde pasan personajes que la historia ubicó en los más elevados puestos del desarrollo artístico e intelectual.
Algunos encuentros, en ambos lados del Atlántico, con pintores cordobeses o de fuerte ligazón con Córdoba, nos dan páginas memorables de Pettoruti. Del valioso pintor riocuartense Emiliano Gómez Clara, narra una anécdota vivida al encontrarse ambos en Roma en el año 1915. Gómez Clara tenía una beca del gobierno de la Provincia de Córdoba y estudiaba en la Academia Nacional de Roma. Pettoruti, por su parte, venía de Florencia, ciudad donde desarrolló el tramo más importante de su formación europea.
“Entre las primeras personas que vi en Roma se cuenta el pintor cordobés Emiiano Gómez Clara. Vivía a un paso de la Piazza del Popolo, en un taller construido sobre un techo, al que hizo agregar a sus expensas, en el otro extremo de la terraza, una piecita que le servía de cuarto oscuro –relata Pettoruti, y agrega-: para ganarse la vida se dedicaba a hacer fotografías, mas no le reportaba el oficio y la existencia se le hacía difícil; era muy sentimental y lloraba por cualquier cosa”. Emiliano invitó a su paisano Emilio a secundarlo en una incursión fotográfica nocturna en las cercanías del Templo de Vesta. Gómez Clara le cedió la cámara a Pettoruti, quien se entretuvo fascinado en la tarea por su cuenta, hasta que al volver junto a Gómez Clara advirtió que mucha gente había rodeado al cordobés “y que esta gente blandía los puños gritando amenazas. Fui a su auxilio con mi maquinita en la mano; gran imprudencia, porque la multitud se volvió contra mí enfurecida”. La causa del tumulto fue que los habían tomado por espías extranjeros y –relata Pettoruti- “nos hubieran linchado a los dos si la providencia no hubiera acudido en nuestro socorro vistiendo el traje de dos carabineros”. Detenidos ambos, se salvaron de la turba y, aun aclaradas las cosas, debieron salir de la comisaría por una puerta trasera.
Años más tarde, ya instalado en Buenos Aires, Pettoruti se encuentra con Lino Enea Spilimbergo, nacido en Buenos Aires y enamorado de Unquillo, donde se instalaba a pintar por períodos desde 1959 y donde falleció en 1964. Spilimbergo había sido premiado en el Salón Nacional de 1925 cuando Pettoruti fue a verlo. “Se obstinó en que le diera mi opinión sobre sus cuadros –dice- y yo me obstiné en lo contrario; era una obra descriptiva y dibujística más que pictórica; pero me cuidé de decírselo, pensando que como marchaba a Europa, vería allí bastante pintura y él mismo se juzgaría”.
Y en 1926, el artista platense viene a Córdoba a exponer. La narración de ese episodio evidencia el clima de curiosidad y resistencia que provocaba su pintura: “La calle negreaba de gente y delante de la galería, en posición de rendir honores, aguardaba un escuadrón de caballería –dice-. La puerta de los locales estaba cerrada y su director se adelantó a comunicarme que se le había anunciado la presencia del Gobernador en la muestra”, en referencia a Ramón J. Cárcano.
“El diario que me atacó con mayor violencia, casi sin perder un día, fue Los Principios; el que más me defendió, fue El País”, recuerda el artista. Su cuadro “Los bailarines” fue adquirido por la Provincia de Córdoba, lo que constituyó una de las primeras consagraciones oficiales del arte moderno en el mundo. Los diarios pusieron el grito en el cielo: “¡Mil pesos de Futurismo!”, rezaba un titular, juzgando que la adquisición equivalía a “dilapidar las rentas del pueblo, pero también hacer una injuria a los jóvenes artistas de Córdoba”. Lo concreto es que esta bella obra que venció al tiempo es hoy patrimonio de los cordobeses, y puede ser apreciada en el Palacio Ferreyra.
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