En el mileísmo para armar, Schiaretti le viene ganando a Macri
Los guiños del gobernador a Milei ayer frente al Círculo Rojo mostraron cómo se contrapone el oficio de un político respetado por el empresariado, contra un empresario que evidencia sus berrinches a la hora de hacer política.
Por Gabriel Silva
En el juego de las diferencias entre el expresidente Mauricio Macri y el gobernador Juan Schiaretti, las incongruencias son varias. Muchas más de las que consideran aquellos que cultivan –y resumen- con haraganería la teoría del pacto. Y la principal de ellas, por caso y vinculándolo de manera directa con la relación que mantienen con el mandatario electo, Javier Milei, sin dudas está en la forma de hacer política de uno y otro.
Uno con oficio, ratificado en tres gestiones, socio fundador de un espacio que logró sobrevivir a los vaivenes económicos y políticos del país, y ejerciendo con una pericia notable el peligroso y ambiguo rol de la gobernabilidad. Con negociaciones en el medio que, por las debidas precauciones que tuvieron los operadores de turno, nunca dejaron que trascienda o crezca teoría alguna. En el juego de la grieta, mientras el PJ duro lo tilda de macrista; aquellos socios de Juntos que debieron rendirse ante el timming del cordobesismo, sintetizan los agravios con un “Schiaretti es K”.
A Macri en tanto, es curiosamente ese ADN empresario el que le impidió transitar con aplomo los mares de la política. La torpeza, sumado a la lógica de empleado o enemigo a la hora de vincularse con el resto del arco político con la que se maneja el expresidente, dio nuevas muestras en los últimos días de que, en el mileísmo por armar, quien más aporta a la causa es el cordobés por encima del fundador del PRO.
Y ayer, como para que no quedaran dudas, el gobernador dijo en el cierre de su discurso la Bolsa que todos los integrantes de su equipo “cuentan con mi respaldo” para ayudar al gobierno de Milei. Momento en el que recalcó, una vez más, que ese apoyo era sin condicionamientos, buscando así una nueva diferencia con las tensiones que se viven en el seno del PRO para definir ministerios y cargos en el Congreso.
Schiaretti es, además del dueño de la receta de un modelo, el jefe de un espacio y lo seguirá siendo aun después del 10 de diciembre. Por más que varios se hayan quedado mascullando bronca por todo lo que ocurrió antes y después del balotaje.
Macri, en cambio, a su liderazgo lo pone en duda a diario. O, mejor dicho, los que ponen reparos son los propios. Los mismos a los que él quiso arrear después de octubre.
La tercera diferencia puede estar por estos días también ahí: cuando Schiaretti jugó a la prescindencia nunca dejó de contener a los que le interesaba resguardar. Fundamentalmente, a su socio político de esta era, su sucesor, Martín Llaryora.
Macri, por su parte, empujó a Bullrich a un acuerdo y cuando la excandidata buscó autonomía, le empezó a embarrar la cancha. Se le cayó Germán Garavano en Justicia, tambalea cada vez más Cristian Ritondo en Diputados y lo de Luis Caputo suena a deseo de Milei que a preferencia de Macri. Es el que sabe qué cable cortar en la bomba Leliq, simple.
Por último, el Last Dance de Schiaretti incluyó hasta una maniobra en el tiempo de descuento. Al filo de la chicharra, desairó una nueva convocatoria del kirchnerismo, no se pegó –ni él ni Llaryora- a la foto con Sergio Massa, y envió casi de urgencia a Manuel Calvo y Myrian Prunotto a negociar los ATN con Wado de Pedro. Antes, había hablado con el ministro del Interior y el viaje de ‘los dos número dos’ es una muestra de institucionalidad.
A reclamar por coparticipación hasta el final.
La respuesta fue a tono con el enojo. La larga espera de Calvo y Prunotto en el despacho en Casa Rosada es una síntesis del final entre el cordobesismo y el kirchnerismo. Milei abre una nueva era, Schiaretti se va como un tipo de la política valorado por el empresariado y Macri vuelve a mostrar los caprichos de un empresario al que le cuesta hacer política.
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