Cultura Por: Víctor Ramés09 de enero de 2024

Córdobers. Caras y Caretas Cordobesas

La revista Caras y Caretas del 14 de noviembre de 1908 describía a sus lectores porteños, con tono publicitario, la oferta de estadía y servicios que brindaba el flamante Sierras Hotel de Alta Gracia para unas clásicas vacaciones serranas.

Mujeres muy vestidas para el verano en Alta Gracia, y vista de un lujoso hotel.

Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com

El lujoso descanso en Alta Gracia

Las sierras de Córdoba, con sus paisajes inolvidables, sus ríos y arroyos, constituyen un marco grato para vacacionar, y fueron desde temprano un imán para ese nuevo tipo de paseante veraniego originario del siglo XIX, que viajaba por motivos de ocio y placer y para endulzar los lazos familiares. Costumbre burguesa, el turismo surge con el acceso de esa clase social a consumos antes exclusivos de la aristocracia. Un columnista del diario Los principios expresaba en 1898 su disgusto “contra tanto tourista que, por su abundancia, está ya haciendo el efecto de los mosquitos y las pulgas.”.

Según Elisa Pastoriza en “La conquista de las vacaciones” (Editorial Edhasa, 2011), las compañías concesionarias de trenes de la región invirtieron en establecimientos hoteleros a comienzos del novecientos, destinados en principio a jerarcas británicos del ferrocarril, luego a su personal y familias. En Córdoba se levantaron el Sierras Hotel de Alta Gracia, el Hotel Yacanto de Villa Dolores y el gran hotel Edén de La Falda, que dirigieron su convocatoria a un público de alto poder adquisitivo, destacando sus lujosos salones, número de habitaciones y servicios que aspiraban a las normas de calidad del viejo mundo.

Transcribimos la nota de Caras y Caretas de noviembre de 1908, alentando a decidirse por el destino en el valle de Paravachasca.

“Una solución para el veraneo

“Para muchos constituye un problema la elección del punto de veraneo, pues ello importa conseguir el bienestar durante el tiempo dedicado al reposo y al solaz. Un sitio ameno, saludable y que a la vez ofrezca todos los encantos de la sociabilidad, con establecimientos de hospedaje que reúnan todas las comodidades del propio «home», con comunicaciones fáciles y frecuentes con la metrópoli y demás centros importantes... Todo esto se apetece y procura... Pues bien, el veraneante de buen tono, hallará satisfechos todos sus deseos, alojándose en el «Sierras Hotel» de Alta Gracia.

Es este un establecimiento de reciente creación, en donde se han reunido todos los adelantos que encierran los mejores establecimientos similares del mundo, ya en punto a «confort o como por lo que ataña a la higiene, y en cuya construcción, mueblaje y demás detalles complementarios no se ha omitido esfuerzo alguno. Puede, pues, afirmarse que el «Sierras

Hotel» de Alta Gracia es un establecimiento modelo en su género.

Ciento veinte habitaciones constituyen el conjunto del grandioso edificio, y parte de éstas forman departamentos de 2 y 3 piezas, dando todos sobre la gran galería, desde donde se dominan las sierras y el pueblo, comprendiendo cada uno de por sí cuarto de baño, w. c., patio, etc. El comedor, el salón de baile y de conciertos, recepciones, etc., llaman justamente la atención por su grandiosidad como por su elegancia.

La cocina será, desde luego, atendida por «maîtres» traídos expresamente de Europa.

La luz, ventilación, fábrica de hielo, panadería y taller de lavado y planchado, funcionarán por la corriente eléctrica de la usina propia y del vapor, respectivamente. Una peluquería para caballeros y en un chalecito «bijou» se hallará instalada la sección «coiffures» para el bello sexo, dirigido éste por dos especialistas.

¿Puede desearse mayor confort? Se ha preparado un servicio esmerado de automóviles, coches y caballos, para excursiones, picnics, etc., y un automóvil-ómnibus hará viajes diarios a Córdoba, en poco más de una hora.

Todo lo expuesto nos permite vaticinar que el propietario, monsieur Jacques Barrère, ha tenido

una feliz idea, solucionando el problema a que nos hemos referido, y esto nos lo confirma el sinnúmero de aposentos que ya han sido fijados por familias de nuestra mejor sociedad.”

Un testimonio de 1913, por el viajero profesional escocés John Foster Fraser, afirmaba haber pasado “uno de los fines de semana más placenteros de mi vida en Alta Gracia”. La cita pintaba paseos de un día para un público más popular.

“Los cordobeses son grandes amantes del placer.

A veces, en las sombrías vallas de Londres hay compañías ferroviarias que transportan, en primera clase, a un popular centro turístico junto al mar, donde uno puede alojarse y comer por el fin de semana en un hotel distinguido, y luego regresar, por una suma fija accesible. Es lo que hace el ferrocarril Central Argentino que llega hasta Alta Gracia, una agradable ciudad en las sierras, donde se encuentra el mejor hotel de montaña del mundo. Alta Gracia se encuentra a una hora de Córdoba, y los domingos hay una invasión de vacacionistas que recuerdan al expreso Pullman que lleva de Londres hasta Brighton las mañanas de domingo. La tarifa fija es popular. Todos saben exactamente lo que les costará la salida. A las diez en punto, el tren cargado de vacacionistas parte hacia Alta Gracia. A las once se ha llegado al lugar. Al mediodía hay una comida. La siesta puede ser empleada recorriendo el lugar, oyendo a la banda, jugando al golf o al tenis, apostando en el casino, o haciendo un paseo a las colinas arboladas. A las siete en punto se sirve la cena. El tren regresa a las nueve de la noche y a las diez ya los pasajeros están en Córdoba.”

Ampliando su testimonio escribía Foster Frazer:

“Alta Gracia es un renombrado centro turístico para la salud. En los meses calurosos vienen muchas familias a disfrutar de la refrescante brisa. En el hotel hay cientos de habitaciones e innumerables baños. Hay suites y cuartos para una persona. El amoblamiento tiene buen gusto, sin ser lujoso. El comedor es blanco. Hay una sala de baile y una orquesta estable. Conozco muchos de los grandes hoteles en las montañas suizas, pero ninguno es comparable en conveniencia con este. A unos cien metros cruzando el parque está el casino, separado del hotel, para quienes gustan de las apuestas.”

John Foster Fraser se siente obligado, poco antes de dar cierre a su entusiasta crónica, a la siguiente aclaración: “No recibo ningún pago para publicitar Alta Gracia.”  

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