Cultura Por: J.C. Maraddón 09 de febrero de 2024

Baluartes de la mediterraneidad

Una penosa coincidencia se dio en las últimas semanas, a raíz de la muerte de tres referentes de la música cordobesa que, cada uno a su manera, asumieron roles determinantes en las sucesivas arremetidas sonoras que fueron tomando la posta en la provincia a fines del siglo pasado.

J.C. Maraddón


Durante las últimas tres décadas del siglo veinte, el panorama musical cordobés se vio sacudido por sucesivas camadas de artistas que, respondiendo a la coyuntura de su época, realizaron encomiables aportes para consolidar un polo creativo propio que siempre estuvo acorde a las circunstancias. Como reflejo de lo que sucedía en otras latitudes o como resultado de una búsqueda autóctona y original, compositores e intérpretes de reconocida valía forjaron una obra que perdura en el recuerdo, más allá de que en algunos casos no hayan tenido la trascendencia que merecía más allá de los límites de esta provincia condenada a la mediterraneidad.

A partir de la ebullición política y social de finales de los sesenta y bajo el influjo de agrupaciones corales dirigidas por maestros que hicieron historia, Córdoba se sumó durante la década siguiente a esa tendencia que propuso abordar el repertorio del folklore y el tango a través de formaciones vocales. La tarea ímproba de los arregladores y la armonía de esas voces educadas para interpretar música clásica, dotaron a los grupos de una calidad admirable que obtuvo gran aprobación popular, tanto en ámbitos académicos y recintos teatrales como en el circuito de peñas que bullía en la ciudad en ese entonces.

Tras el brutal intervalo que impuso la dictadura y que llevó al exilio a varios de los protagonistas de aquella movida, a comienzos de los ochenta reverdecieron los laureles de esos conjuntos vocales, pero hacia mediados de esa década fue el rock el género que captó las simpatías juveniles en la primavera democrática. Y Córdoba no se quedó atrás en ese boom que tuvo como epicentro a Buenos Aires, pero que también logró que proliferasen entre nosotros bandas rocanroleras de diversos estilos, algunas de las cuales llegaron incluso a grabar en sellos multinacionales y a animar conciertos inolvidables.

En los noventa, entre el declive de la generación rockera ochentosa y el apogeo de los solistas latinos y la bailanta, se registró un renacimiento de los ritmos nativos que fue rotulado como “Folklore Joven”, en honor a que había no pocos adolescentes entre aquellos que comandaban ese recambio. Fueron los festivales cordobeses el escenario donde artífices de ese fenómeno (como Soledad, Abel Pintos o Luciano Pereyra) se dieron a conocer, por lo que hubo una necesaria adhesión del público local a esas propuestas, lo que llevó a que de aquí surgieran también representantes de la renovación folklórica.

Una penosa coincidencia se dio en las últimas semanas, a raíz de la muerte de tres referentes de la música cordobesa que, cada uno a su manera, asumieron roles determinantes en las consecuentes arremetidas sonoras que fueron tomando la posta en una provincia en la que no suele ser demasiado frecuente el reconocimiento a aquellos que han enriquecido con su labor cualquiera de las formas del arte. En estos casos recientes, han sido fundamentalmente las redes sociales las que han captado el eco de la desazón ante la noticia del fallecimiento de estos habitantes ilustres a cuya memoria cabe rendir tributo.

Nanzi Tortone, como emergente de los grupos corales Americanto y Antares, Popi Pedrosa, como baterista de los recordados Pasaporte y Proceso a Ricutti, y Marcelo Yzurieta, como líder de ese folklore juvenil que proponían un cuarto de siglo atrás Los Sacha, supieron ganarse el respeto y la admiración de sus pares, en un ámbito donde los egos no siempre se permiten descanso. Pero, sobre todo, en los tres casos conquistaron la simpatía de la gente, que también hizo expresa su congoja y que conservará de por vida el recuerdo de aquellos que alguna vez provocaron esas emociones que sólo la música puede despertar.