Cultura Por: J.C. Maraddón16 de febrero de 2024

Un signo de admiración

Ante la fascinación por el western que exponen en sus películas más recientes Pedro Almodóvar y Martin Scorsese, vale la pena espiar en Netflix el documental “Django y Django”, donde Quentin Tarantino despliega su fanatismo por el género y por el director italiano Sergio Corbucci.

J.C. Maraddón


En los años cincuenta y sesenta, cuando el cine tuvo que desafiar al destino de ser derrotado en la competencia con la televisión, se desarrollaron tendencias que iban a ser muy influyentes para lo que sucedería después en el sétimo arte. Por ejemplo, iniciativas como la nouvelle vague francesa o el neorrealismo italiano, que aportaron obras de altísimo nivel y escaso presupuesto, cuya fama en algunos casos se tradujo en éxitos de taquilla, aunque en la mayoría de las ocasiones esos productos solo atrajesen la atención de los cinéfilos fanáticos, entre ellos directores de cine que iban a encontrar allí la inspiración para sus propios trabajos.

Los nombres de los principales realizadores enrolados en esos movimientos son citados por muchos de sus colegas que iniciaron su carrera con posterioridad y que aplicaron en películas netamente comerciales aquellas técnicas que sus referentes habían empleado de manera experimental. Por eso, los títulos de la filmografía de esos cineastas europeos aparecen en los programas de estudio de las carreras universitarias que forman a los futuros trabajadores de la industria cinematográfica, a la vez que son objeto de reposiciones permanentes en los cineclubes, donde se los programa en ciclos de clásicos de la gran pantalla.

Pero al mismo tiempo que se multiplicaba ese fenómeno, la industria procuraba enfrentar a la TV a través de recursos tecnológicos como el cinemascope y el 3D, que en ese entonces eran imposibles de reproducir en los televisores hogareños y que le otorgaban un valor agregado a la proyección en salas. Mediante estos avances, géneros como el péplum, con filmes ambientados en la antigüedad y protagonizados por estrellas hollywoodenses, colmaron de público las funciones, al igual que las producciones de artes marciales, de guerra, de aventuras y en especial las del oeste, que hallaron con rapidez espectadores de enorme fidelidad.

Durante mucho tiempo, este tipo de filmografía fue valorada tan sólo por su performance en las boleterías, pero nadie se atrevía a incluirla en la lista de joyas artísticas ni a dimensionar su influencia hacia el futuro. Muchos de los que caían subyugados ante estos largometrajes se avergonzaban como si se tratara de un placer inconfesable, porque se trataba de un mero entretenimiento y no de un alimento para el espíritu. De hecho, por su origen italiano, se rotuló a muchas de estas cintas de vaqueros como “western spaghetti” y se las criticó con menosprecio por su gran popularidad.

Pero el paso de los años llevó a que muchas de ellas ingresaran en la preciada estantería de las “películas de culto”, al revelarse el auténtico valor en la manera en que talentos como Sergio Leone o Sergio Corbucci combinaban diversos elementos del lenguaje del cine para obtener resultados asombrosos. Y uno de los que con desenfado admitió que abrevaba en esas fuentes para dar forma a sus realizaciones fue Quentin Tarantino, cuyo estilo reivindica aquellos inolvidables relatos de acción que se exhibían en el horario de la matiné y que provocaban respuestas en la platea, desde donde la gente intervenía con gritos y sonrisas.

En tanto famosos directores como Pedro Almodóvar y Martin Scorsese han incursionado en el western como disparador de sus piezas más recientes, cabe señalar en Tarantino a un pionero en esas lides y para corroborarlo resulta pertinente darle play a un documental disponible en Netflix, donde él mismo va al rescate de Sergio Corbucci. “Django y Django” se llama este aporte de Luca Rea, correspondiente al año 2019, en el que el responsable de “Django encadenado” nos introduce en el mundo de las películas de cowboys y, en particular, nos transmite su admiración por Corbucci.

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