Contra la pérdida de irreverencia
Al mismo tiempo que Lali Espósito pronunciaba en el reciente Cosquín Rock esas palabras que tanto irritaron al presidente, en otro escenario un puñado de fans asistía a la presentación de Alan Sutton y las Criaturitas de la Ansiedad, una banda emergente que atina a salir de lo previsible.
J.C. Maraddón
En la constante evolución de la música de raíz rockera, lo que impulsó hacia adelante fue la innovación, la búsqueda ansiosa de diversas influencias, la absorción de otros sonidos y la fusión con otros géneros, con el consecuente enriquecimiento de eso que en sus orígenes surgió de mezclar el rhythm & blues con el country & western. Seguro que ese nacimiento como un híbrido ha sido lo que predispuso al rock a someterse a una mutación permanente que es la que lo ha mantenido en forma y la que le ha ganado los favores de las generaciones que se han ido incorporando al mercado.
Pero no cabe duda de que ese proceso se fue estancando hasta quedar prácticamente inmóvil, lo que ha derivado en el crecimiento proporcionalmente inverso de otros géneros, cuyo ímpetu les ha posibilitado ganar posiciones y desbancar ese predominio que aparentaba ser eterno. Y si bien todavía el rocanrol tiene la capacidad de enamorar a parte del segmento adolescente, la mayoría de los que transitan esa edad prefieren a los artistas que abordan los ritmos urbanos y eso se aprecia también en las listas de ventas y las de reproducciones en plataformas, donde la constelación rockera ya no brilla como antes.
Quizás haya habido un exceso en ese frecuente recurso de buscar inspiración en el pasado, con sucesivas oleadas de tendencias retro que llevan a que las novedades suenen cada vez más antiguas, algo que tiene su encanto pero que conduce a un punto sin retorno. Y es que después de décadas de apelar a esa salida, lo viejo es a su vez un reciclaje de algo anterior, en una cadena de rescates que en sus eslabones más recientes no deja ningún espacio para la sorpresa, porque todo lo que se escucha asoma como falto de originalidad.
Sólo queda entonces ponerse a pensar nuevas formas de desandar este camino que ya suma 70 años desde su inauguración y que por el momento sólo se estaría dirigiendo de regreso al punto de partida. Sin músicos capaces de imaginar otros horizontes, son altas las chances de que esa llama se extinga y que el rock pase a revestir, como ha sucedido con otros estilos, en ese limbo donde moran los standards, obras y canciones que alguna vez fueron combustible de los cambios por sincronizar con el espíritu de su época y que luego se establecieron como piezas de exhibición en el museo del arte.
Al mismo tiempo que Lali Espósito pronunciaba en el reciente Cosquín Rock esas palabras que tanto irritaron al presidente, en otro escenario un puñado de fans asistía a la presentación de Alan Sutton y las Criaturitas de la Ansiedad, una banda que más de una vez ha venido a actuar en el Club Paraguay de la capital provincial y que bien puede ser un emergente de algo que atine a salir de lo previsible. Con un enfático acento puesto en lo visual y en lo performático, tienen cosas para decirle a un público permeable a su propuesta.
Pero en paralelo a sus ingeniosos videos y a sus letras que sacan hacia afuera las inquietudes que casi siempre permanecen en la intimidad, hay un desprejuicio musical en la oferta de Alan Sutton que aporta un síntoma saludable al panorama presente de eso que alguna vez fue el rock argentino. Con tres álbumes de una creatividad prometedora, llevan seis años de una carrera que hasta ahora se ha mantenido en un circuito independiente, pero que tiene todo para inscribirse con pretensiones entre los aspirantes a renovar de verdad un movimiento que quizás por respetarse demasiado a sí mismo, perdió irreverencia.
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