Estandartes de un pasado que se añora
La noticia de que I-Sat y Much Music dejaban de emitirse, pegó muy fuerte entre los que transitaron su adolescencia durante los noventa, porque fue en esos canales donde entraron en contacto con filmes de culto e intérpretes musicales que marcaron sus vidas y modelaron sus gustos.
J.C. Maraddón
La década del ochenta fue tal vez la última en la que la televisión abierta gozó de un reinado absoluto en el universo del entretenimiento familiar, donde en la Argentina completaba tres décadas de presencia constante, al punto que se hablaba entonces de personas que experimentaban una adicción a ese medio. En Córdoba, apenas tres señales de aire se disputaban los favores de la audiencia, con una programación que en ese entonces arrancaba cerca del mediodía y finalizaba poco después de la medianoche, excepto los fines de semana, cuando a través de ciclos de películas podía llegar a extenderse algo más en la madrugada.
Una oferta tan exigua aparentaba sin embargo ser suficiente para un mercado como el cordobés, donde hacia finales de ese decenio la empresa Videovisión empezó a brindar el servicio de TV por cable, que por esos años tenía escasos suscriptores y disponía de un menú de unos cuantos canales. Ese incipiente negocio, que en un principio no encontraba demasiado eco a su expansión, cobró a comienzos de los noventa un auge desmesurado, que coincidió con la privatización de las viejas señales de aire y con los avances tecnológicos que empezaban a explotar las emisiones audiovisuales.
La posibilidad de visualizar en directo televisión internacional y de contar con una programación de películas las 24 horas del día, fueron un gancho formidable para que la gente accediera a pagar un canon mensual por un servicio que hasta ese momento era gratuito. Transmisiones deportivas, documentales, contenido infantil y noticias sin interrupciones completaron una opción irresistible que era vista como un sinónimo del progreso de los medios de comunicación, y que por ende otorgaba un estatus superior a los usuarios que se podían dar el lujo de acceder a esta moderna manera de divertirse y estar informado por vía de la pantalla.
Por supuesto, la juventud fue la primera en entregarse al consumo de la TV por cable, que representaba un avance notorio con respecto a esos antiguos programas en blanco y negro que le habían servido de pasatiempo en su primera infancia. La aparición de canales exclusivos de música, donde rotaban los videoclips de las canciones de moda junto a piezas clásicas del pop y el rock, conformaban un atractivo indudable para aquellos que antes debían esperar a que en determinado día y horario, algún ciclo de videos programara a su artista favorito, o que por casualidad este asomara tocando en vivo en un estudio.
Quizás por eso la noticia de que I-Sat y Much Music dejaban de emitirse, pegó muy fuerte entre los que transitaron su adolescencia durante ese periodo, ya que fue en esos espacios donde entraron en contacto con filmes de culto e intérpretes contemporáneos, que marcaron sus vidas y modelaron sus gustos artísticos. Para ese segmento de la población, la desaparición de esas marcas constituye un golpe al corazón, que ha desatado una avalancha de posteos nostálgicos en las redes y que entre nosotros hasta ha promovido un panel con debate sobre el tema en un bar de Güemes.
Son esos rasgos culturales que alguna vez fueron sinónimo de modernidad, los que con el tiempo terminan convertidos en estandartes de un pasado que se añora. En un mundo donde las plataformas de streaming cuentan con un predominio casi absoluto y en un país donde los suscriptores hacen cola para salir de la TV por cable (que ya no usa cable), que haya quienes extrañen aquella decrépita tendencia puede sonar absurdo. Pero en realidad lo doloroso es que se esfumen los testimonios de esos años tan felices como juveniles.
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