Demasiado joven para no triunfar
A los 25 años y después de una década de trajín, la cantante sueca Zara Larsson siente que se encuentra en su plenitud: recuperó sus derechos sobre el anterior repertorio y ha refrendado sus pergaminos de pop star con dos singles, “Can´t Tame Her” y “End Of Time”, publicados este año.
J.C. Maraddón
Salvo raras excepciones, las estrellas que despertaban admiración en la primera mitad del siglo veinte eran personas adultas, que se encontraban en un estado de madurez profesional al que habían arribado después de un largo trayecto de preparación sobre los escenarios. Quizás el ejemplo más claro de ese fenómeno sea el de Carlos Gardel, quien cobró notoriedad cuando contaba con más de 30 años y se transformó en un astro de la canción internacional cuando andaba rondando los 40. Los incipientes medios masivos de comunicación descubrieron de manera tardía sus enormes aptitudes y su muerte con apenas 44 años impidió saber cómo proseguiría su carrera.
Fue sobre todo a partir de mediados de la década del cincuenta que se impuso ese modelo de ídolo juvenil que después iba a monopolizar el mercado, marginando a todos los que ya hubiesen superado el umbral de la precocidad para establecerse como figuras estándar. Elvis Presley tuvo el honor de ser uno de los primeros representantes de esta estirpe: con poco más de 20 años, ya se había instalado en el corazón de millones de fans en todo el planeta y su aterciopelada voz se había convertido en símbolo de la eclosión de rocanrol.
Vamos rumbo a los setenta años de vigencia de ese género y muy poco ha cambiado ese requisito, que impone la necesidad de ser joven para calificar como aspirante a la adoración masiva y para merecer una evaluación positiva de la industria con respecto al futuro artístico del músico en cuestión. Mientras antes demuestre el intérprete que tiene el talento suficiente para devenir en popular, mayores serán sus chances de obtener la promoción y la difusión necesarias para imprimirle a su evolución un ascenso que lo lleve a jugar en las grandes ligas con una rapidez a la que contribuirán las redes sociales.
Esta presión por descubrir niños prodigios, muy parecida a la que se observa en el fútbol, resulta un problema para los propios interesados, que se ven inmersos en un círculo de exigencias desmedidas, cuando todavía no están capacitados para manejar semejantes responsabilidades y emociones. Dos de las pop stars más famosas de la actualidad, Miley Cyrus y Taylor Swift, tienen en común ese pasado de una temprana consagración, y han debido atravesar durísimos trances para mantenerse a flote y seguir creciendo en sus aspiraciones, a pesar de haber partido de un sitial que ya era muy alto en sus inicios.
En Suecia, la cantante Zara Larsson también padeció los mismos condicionamientos cuando, con apenas 16 años, se lanzó a transitar la senda de la música internacional, luego de haber surgido como ganadora de un concurso de talentos cuando era apenas una niña. Con el single “Never Forget You”, el que estuvo acompañada por el británico MNEK, ingresó en el codiciado Top 40 de la revista estadounidense Billboard y alcanzó un estatus global, mientras que en su país natal ya era una habitante asidua de la cima de los charts, al igual que en otras naciones de Europa.
De la misma manera que Taylor Swift, Zara Larsson se vio obligada a resolver complicados intríngulis jurídicos para recuperar los derechos de sus grabaciones, tras haber firmado contratos leoninos cuando aún era muy pequeña para tener conciencia de lo que estaba haciendo. Y ahora que, a los 25, siente que se encuentra en su plenitud después de una década de trajín, ha refrendado sus pergaminos con dos singles, “Can´t Tame Her” y “End Of Time”, publicados este año como anticipo de un inminente álbum. A veces, la imposición de triunfar antes de tiempo se vuelve una carga que no todos son capaces de soportar.
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