Rockeros industriales que no se rinden
A más de 40 años de aquellas performances arrolladoras de los ochenta en las que todo podía pasar, los alemanes de Einstürzende Neubaten acaban de lanzar su nuevo álbum, “Rampen: APM (Alien Pop Music)”, en el que no resignan nada de lo que constituía su ADN original.
J.C. Maraddón
La manera en que la contracultura que copaba las mentes juveniles en Estados Unidos e Inglaterra, se aposentó en la escena alemana de finales de los años sesenta y principios de los setenta, propició el nacimiento de ensayos vanguardistas que no tuvieron tanta popularidad fronteras hacia afuera, pero que terminaron siendo por demás influyentes. Sometida a una arbitraria división en su territorio, que separaba la parte occidental de la soviética, Alemania veía dificultada la propagación de sus propias raíces culturales y ese vacío fue llenado por la delirante inventiva de la generación que había crecido después de la Segunda Guerra Mundial.
El primer gran hallazgo fue ese movimiento heterogéneo al que se englobó bajo el apelativo de “kraut rock”, que con un dejo de ironía identificaba a una camada de bandas que tomaban algunos elementos rockeros y los combinaban con peripecias ruidistas e ingredientes de la música concreta. Álbumes conceptuales y puestas en escena operísticas caracterizaban a estas formaciones, entre las que cabe mencionar a Kraftwerk, que a partir de una profundización en los sonidos electrónicos y una mayor afinidad con ciertas rítmicas bailables, obtuvo reconocimiento en todo el mundo y llegó a introducir algunos hits en los charts de ventas.
La irrupción del punk también encontró adeptos entre la juventud alemana, que no se limitó a copiar el modelo importado desde los países de habla inglesa, sino que lo reconvirtió como una especie de continuidad de esa locura musical desatada por el “kraut rock”, a la que por si hiciera falta le agregó una cuota de nihilismo y desvergüenza. Fue así que en las postrimerías de los años setenta floreció en Berlín una movida dadaísta donde chicas y muchachos nacidos en los años cincuenta brillaron sobre los escenarios con propuestas en las que se apreciaban rasgos de la new wave, el punk y el tecno.
En ese fermento de una ciudad partida al medio por un muro y con una tradición de largas noches de bohemia, fructificó la semilla plantada por los pioneros de la electrónica, que así como con Kraftwerk se había volcado hacia el pop, empezó a desparramar cultores que se inclinaban hacia estéticas más oscuras y agresivas. Cuando hubo que darle un nombre a esa tendencia, se optó por el de “rock industrial”, ya usado por los ingleses de Throbbing Gristle, que intentaba honrar al estilo maquinal que practicaban. Fue de esa escena germana palpitante que en 1980 emergió un grupo de nombre impronunciable fuera de Alemania: Einstürzende Neubaten.
Con esta denominación, que aludía a los edificios derribados en Berlín, un cantante, una tecladista, una baijsta y un percusionista se asomaron en los clubes de la histórica capital alemana munidos, entre otros instrumentos, de chatarra y otros artefactos desechados de uso cotidiano que les servían para armar sus canciones. Los cambios permanentes en su integración no fueron obstáculo para su crecimiento internacional como representantes de un género que ofrecía una alternativa osada e imprevisible frente a los éxitos melódicos y bailables que predominaban en el panorama ochentoso.
A más de 40 años de aquellas performances arrolladoras en las que todo podía pasar, todavía con Blixa Bargeld al frente, ellos acaban de lanzar su nuevo álbum, “Rampen: APM (Alien Pop Music)”, en el que no resignan nada de lo que constituía su ADN original. Golpes espasmódicos, grujidos espeluznantes y una atmósfera opresiva y aterradora se reparten a lo largo de esta obra que, contra todo pronóstico, sigue siendo hoy tan divergente como lo hubiese sido en los ochenta, aunque el público se haya renovado y sus antiguos fans peinen canas, como los propios músicos de Einstürzende Neubaten.
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