Nacional Por: Javier Boher06 de junio de 2024

Conflicto de poderes

La jugada de los diputados por la reforma jubilatoria abre las puertas a una escalada en el choque entre legislativo y ejecutivo

Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
El presidencialismo es una forma de gobierno horrible que apenas si funciona en su país de origen. Pensada desde cero por los fundadores del estado norteamericano, busca imitar los efectos fuertes de la monarquía, pero poniendo ciertos límites para evitar los excesos. El parlamentarismo es producto de la evolución del equilibrio plebeyo a las atribuciones aristocrática, un proceso más natural (aunque no menos conflictivo) que el que dio origen a nuestra forma de gobierno.
El presidencialismo tiene muchos defectos, que en el caso argentino apuntan más a una defectuosa reglamentación de las instituciones de control previstas por la constitución que a la existencia de dichas instituciones. El temor habitual es a la posibilidad de que un jefe de estado desarrolle vicios autoritarios, algo que solamente es posible cuando en el poder legislativo se forma una mayoría oficialista, lo que implica ganar dos o tres elecciones consecutivas en dos cámaras diferentes y en casi todas las provincias.
El otro extremo, lamentablemente, no es menos nocivo. La legitimidad de origen del ejecutivo y legislativo es la misma, el voto popular. No existe posibilidad de un cambio de fuerzas parlamentarias remueva de sus funciones a un presidente y defina la conformación de un nuevo gobierno, porque el ejecutivo no es un desprendimiento del legislativo, sino un igual. Esto es cierto en parte: el cambio no se puede lograr sin que sea una experiencia traumática que implique juicio político a presidente y vice, más asamblea legislativa para elegir a un interino que debe convocar a elecciones. 
Esa legitimidad de origen que los iguala conlleva al riesgo de la parálisis de gobierno cuando el legislativo no contribuye a que el ejecutivo consiga las leyes que necesita para llevar a cabo su plan de acción. Por eso llevamos seis meses de Milei en el poder sin que haya conseguido sacar ninguna ley. No debe faltar tanto para empezar a escuchar ese "lo votamos para que haga algo y no está haciendo nada".
Esa parálisis es la forma suave de que las cosas no funcionen. La versión extrema y más peligrosa es la que se puede empezar a vislumbrar tras la media sanción del proyecto de reforma al sistema jubilatorio con la que se despachó la cámara de diputados. Ese escenario es el de un conflicto de poderes en el que ninguno de los dos tiene posibilidad de ganarle al otro.
El presidente ya avisó que, en el caso de aprobarse la reforma, recurriría al veto presidencial para frenarla y mantener vivo el programa de ajuste fiscal. Aunque en condiciones normales ambas cámaras del congreso encontrarían ciertas dificultades para conseguir dos tercios de sus miembros para insistir con la ley, en un caso de choque corporativo entre poderes la cosa probablemente sería distinta.
Así, la intransigencia de Milei se potencia con el oportunismo de una oposición que no debe lidiar con una economía frágil, que estuvo al borde de la hiperinflación y que aún no está exenta de los temblores que los vaivenes de la política diaria pueden generar. Quizás esto no es más que un susto para tratar de hacerle entender a Milei que los mismos diputados que pueden darle media sanción a la Ley de Bases pueden hundirle el gobierno, especialmente ahora que demostraron que tienen números hasta para iniciar el proceso de Juicio Político para destituirlo.
El problema de jugar a ver quién tiene el falo más portentoso es que puede ocurrir que nadie deje de tratar de demostrar quién es el que manda. ¿Qué pasaría si Milei, Villarruel y todo el gabinete denunciarán a sus cargos?¿Quién podría ser hoy un candidato competitivo contra un Milei plebiscitando su gestión?¿Quién aceptaría ser la cara de una potencial Unión Democrática como la que quiso juntar a todos para derrotar a Perón y le dio más legitimidad y relevancia a su triunfo? 
Incluso pensando un poco más allá, ¿qué pasaría si Milei mantuviera la escalada y el ataque contra el legislativo, renunciará en junio de 2025 y hubiese elecciones junto con las PASO de agosto?¿quién podría evitar el arrastre y efecto ganador de una elección presidencial con el candidato más sólido compitiendo contra virtualmente nadie? Incluso en un interinato del presidente provisional del Senado o del presidente de diputados se podría hacer nombrar jefe de gabinete para seguir encabezando el gobierno, una locura institucional que se ajustaría a las reglas pero destruiría la confianza en las mismas.
Milei es un político hábil que no cree en las instituciones del liberalismo republicano, a las que considera un conjunto de reglas formales que se pueden manipular libremente. El presidente ha demostrado ser un jugador irracional en términos de cultura política, actuando de un modo imprevisible de acuerdo a los cánones aceptados por los políticos profesionales, la casta contra la que tanto despotrica. Ni siquiera el kirchnerismo se ha animado a tanto, por eso suena casi imposible, inimaginable. Sin embargo, por esta decadencia y destrucción del ideal democrático que se viene llevando a cabo desde hace un cuarto de siglo, quizás sea demasiado tildar tal posible movida como algo sorpresivo.

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