Dos soledades gemelas
Una madre muy joven y su hijo adolescente se brindan mutuamente un espacio común de disfrute y confort en la película “Blondi” (disponible en la plataforma de Amazon Prime), que está protagonizada por Dolores Fonzi pero que además marca su debut como directora.
J.C. Maraddón
Cuando el mundo estaba bastante menos poblado y las ciudades eran apenas un pequeño punto en medio de la tierra virgen, la soledad era una sensación que todos podían llegar a experimentar con frecuencia y tal vez por eso mismo estaba incorporada a las vivencias cotidianas. Recorrer ciertas distancias tomaba muchísimo tiempo y todavía estaban lejos de materializarse medios de comunicación como el teléfono, por lo que la única forma de vincularse con gente lejana era el correo, que podía demorarse meses en llegar. Ninguna de esas circunstancias contribuía a hacer más fluidos los lazos entre quienes querían socializar con sus semejantes.
Quizás deba buscarse allí la razón por la que las personas de aquellas épocas sostenían una profunda vocación comunitaria, que las motivaba a conocer a quienes residían a su alrededor, más allá de que las viviendas estuviesen separadas por varios kilómetros. Sobre todo en el campo, donde se encontraba la mayor parte de la población, era imprescindible ayudarse entre todos, porque ante ciertas contingencias no había chance de arreglárselas a solas. A medida que los centros urbanos fueron creciendo y empezaron a funcionar como un imán para los migrantes, se fueron perdiendo esas costumbres y alguien que iba por la calle se dedicaba a ignorar a quienes caminaban a su lado.
Esa ha sido la cruel paradoja de la sociedad moderna, en la que millones de ciudadanos comparten el mismo hábitat pero sumidos en el mayor de los anonimatos, sin siquiera molestarse por averiguar qué pasa más allá de la puerta de calle. El diálogo telefónico, que luego dio paso al mail, al chat, a las redes sociales, al WhatsApp y a las aplicaciones de citas, alimentó la fantasía de que hay muchos que se interesan por nosotros y están atentos a lo que hacemos, aunque esa cercanía se agote en la mera virtualidad.
Y si quedaba la familia como último resguardo para una vida acompañada, los vaivenes que ha venido sufriendo esa institución también han puesto en duda la seguridad de que se puedan refugiar allí las necesidades de estar en contacto con aquellos que puedan contenernos. Excepto en los sectores de menores recursos, los padres sobreocupados, los hijos saturados de actividades extraescolares y los abuelos internados en geriátricos muestran una galería de personajes que alguna vez supieron convivir bajo el mismo techo y que ahora tan solo se dedican un saludo al pasar. Las casas y los departamentos habitados por un solo ocupante representan un porcentaje cada vez mayor en los censos.
En ese contexto, no llama la atención que Dolores Fonzi haya elegido una temática vinculada a la soledad para su primer largometraje como directora, “Blondi”, que está disponible en la plataforma Amazon Prime. Allí, ella misma encarna al personaje central, una madre que vive en un barrio porteño con su hijo adolescente, al que tuvo cuando ella contaba con 15 años de edad. Más que madre e hijo, esta dupla se asemeja a la de dos hermanos que van juntos a recitales y bailan en las fiestas que el chico organiza en su casa, donde hasta duermen en la misma cama.
Podría pensarse que son almas gemelas, pero en realidad se trata de un caso de soledades complementarias, que se brindan mutuamente un espacio común de disfrute y confort, en el que comparten códigos y apelan a un sentido del humor que raya en el cinismo para superar los conflictos. ¿Puede una situación como esta perpetuarse en el tiempo? Con algunas muy buenas actuaciones y un manejo narrativo simple y correcto, Dolores Fonzi aspira a responder a esa pregunta en esta ópera prima que obtuvo muy buenas críticas en ocasión de su estreno en abril dentro de la Competencia Internacional del festival BAFICI.
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