Los fantasmas no deshabitan el recuerdo
La figura de Jorge Bonino evocada por una muestra que reúne materiales gráficos inéditos sobre su vida artística en la Argentina y en Europa. Su imagen atraviesa también la experiencia personal del cronista. Entretanto, en el Cineclub hay un nutrido programa de películas.
Por Gabriel Abalos
gabrielabalos@gmx.com
Bonino en la memoria
El viernes pasado abrió en el Centro Cultural Casa de Pepino, de Güemes, (Fructuoso Rivera 287) la muestra Imagina Bonino, un recuerdo y homenaje a un artista fuera de norma de la Córdoba de los años sesenta y setenta, parte del under local y luego una figura de proyección intermitente, nunca altisonante, en otros escenarios del país y del mundo, a quien la historia misma y el paso de los años le fueron reconociendo su carácter irrepetible y su halo bien merecido. Jorge Bonino no es que iba hacia la locura, como en un proyecto épico, sino que volvía de ella, o vivía en ella con sus ribetes no menos patéticos. De hecho, se arrojó al vacío y a la muerte en la colonia Emilio Vidal Abal de Oliva, en 1990, porque cuando la locura no se da en la forma de arte, se sufre en la forma de una maldición. Un elemento determinante para el armado de su leyenda.
La muestra, curada por Gabriel Orge, aporta elementos inéditos sobre su carrera, como fotografías, notas periodísticas y afiches conservados por un hermano suyo, que recién se dan a conocer y habilitan una especie de loop a aspectos de su figura todavía difusa, incluido material de su vida y sus presentaciones en Europa.
Dos veces en mi vida vi a Bonino, no recuerdo bien cuál ocurrió primero. Una vez en Elodía, antro legendario de la ciudad de ayer, donde asistí entre el público a una de esas clases que daba con un pizarrón donde trazaba con mano de arquitecto unos signos que solo abrían interrogantes, mientras en un idioma propio, acaso comprensible en sus inflexiones y entonaciones, desarrollaba un tema incógnito que conducía a una rara especie de fascinación y revelación, entre las risas de la concurrencia. No recuerdo haber reído. La otra vez fue cuando la Pepa Duarte, un amigo, lo llevó al diario Tiempo de Córdoba, donde yo trabajaba, para presentármelo. Y conversamos un rato allí, en el hall del edificio que ya no existe, sobre la avenida General Paz. Los tres de pie, él en mangas de camisa, hablando con el cuerpo y con los brazos y manos que dibujaban en el aire sus palabras. Yo atento a su relato de lo que le ocurría cuando -como si se hubiese tomado un ácido lisérgico, según explicó- alguna mañana iba por la peatonal y de pronto le venía un irrefrenable deseo de volar, por lo que desplegaba sus brazos y carreteaba, y tal vez cobrase altura en su imaginación, ante el desconcierto y el temor de los viandantes que a su alrededor caminaban sobre las meras baldosas. Entendí que ese vuelo le permitía despegar de un sufrimiento no tan difícil de comprender, ya que la vida puede ser extremadamente chata. El vuelo le producía una breve felicidad. Contó que había muerto su madre y no me quedaron dudas, por sus palabras, que eso lo había quebrado. Me dijo que sus hermanos, al perder él contacto con el suelo por donde nos es ineludible caminar, lo llevaban a internar, sin entender lo que él sentía. Lo dijo, a mi amigo la Pepa y a mí, indudablemente como si hablase de un castigo que le era impuesto, siendo que él -según manifestó- no tenía intención de molestar a nadie. Pero sí, la locura molesta y da temor, y puede derivar en una forma de arte que muchas veces no estamos preparados para disfrutar relajadamente. Ese hombre en el hall del diario nos revelaba un sufrimiento y yo lo escuchaba, tal vez incapacitado para contener sus vivencias, entregadas así, con una sinceridad poco común, a la atención de un desconocido. Recuerdo, eso sí, sentir que había estado ante un ser especial, bajo la cáscara de un hombre común, alguien extraño capaz de compartir a primera vista su tan humano desconcierto.
La muestra se puede visitar todos los días de 8 a 20, con entrada libre y gratuita.
Funciones en el Cineclub
La programación de este martes en el Cineclub Municipal (Bv. San Juan 49) ofrece dos ciclos, en complemento con los últimos estrenos incorporados. Los títulos estrenados el jueves pasado se pueden seguir viendo hasta mañana miércoles. A las 18.30, El juicio, documental que da acceso a una edición de los registros originales del juicio a las juntas militares realizado en 1985, primera condena a las atrocidades de la dictadura militar que asoló el país entre 1976 y 1983. Lo dirigió Ulises de la Orden y constituye un impactante testimonio que no deja lugar a los debates que despertó la película Argentina, 1985, recreación del mismo tema. El otro estreno es Clorindo Testa, dirigido por Mariano Llinás, que se exhibe a las 21.40, un documental donde el director recrea en su estilo personal la amistad entre su padre, el escritor y crítico de arte Julio Llinás, y el arquitecto y artista vanguardista Clorindo Testa.
Los ciclos que completan las funciones de hoy son el presentado por IICANA sobre Grandes hitos de la historia norteamericana, que ofrece a las 15 en la sala Trece días (2000), dirigido por Roger Donaldson, con actuaciones de Kevin Costner y Bruce Greenwood, referido a la crisis de los misiles instalados en Cuba por la Unión Soviética en 1962. Por su parte, el Festival Internacional de Cine Africano de Argentina presenta en el Auditorio Fahrenheit, a las 21, Lila (2022), documental mozambiqueño dirigido por Ana Bárbara Iglesias. Trata sobre una niña que trabaja con su familia en un arrozal y tiene el anhelo de ser médica en el futuro. También se pasa Maputo Nakuzandza (2021) dirigido por Ariadine Zampaulo, filme coproducido por Brasil y Mozambique que relata entre la ficción y el documental un día en la vida de varios personajes, en la ciudad capital de Mozambique.
Entradas $ 650, abonados $ 60.
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