Caras y caretas cordobesas
Un diario cordobés de 1835 ofrece un complemento a la nota de Fortuny publicada por el semanario porteño, referido a sucesos posteriores al asesinato de Facundo Quiroga en febrero de ese año
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
Trayecto de una galera hacia la muerte (Segunda parte)
La cita del mapa que Francisco Fortuny daba a conocer en Caras y Caretas, en 1914, en el cual se detallaban las postas y paradas de la diligencia de Facundo Quiroga hasta la emboscada fatal en Barranca Yaco, invita a leer otro documento de la época: el diario El Cordobés, aparecido en septiembre de 1835 en la provincia misma donde se había cometido el crimen. Su letra se embebía en el clima de la época, en la vivencia emotiva de un hecho alevoso que había sacudido al país.
El asesinato de Facundo Quiroga había tenido lugar el 16 de febrero de 1835, y El Cordobés aparecía siete meses después. El primer número de esta publicación mostraba que aún reinaba la conmoción y su contenido refería a las derivaciones que había desatado la atroz emboscada. Allí se leía:
“¿Quién no se llena de espanto y de dolor al ver el fin funesto de tanta víctima, sacrificada a la codicia y ferocidad de unos monstruos? Una numerosa partida armada aguardaba a los desgraciados con la misma serenidad que debían esperar al enemigo en el campo de batalla: la malhadada galera apareció, y cual tigre rabioso se lanza sobre su presa, así aquella horda de malvados vuela y la circunda; el acero cobarde y asesino traspasa el pecho de un valiente, a cuyo aspecto huía la muerte en medio de los combates: el acero asesino corta la vida de un héroe, que aunque agobiado por sus males, no había rehusado prestar el último servicio a su Patria.”
En una nota al pie del texto que así describía el hecho, se leía un detalle fuertemente emotivo y macabro: “Entre los cadáveres se halló el de un muchacho de diez a doce años, que conservaba las lágrimas impresas sobre el rostro; el padre de este inocente falleció al poco tiempo de dolor y pesar.”
El Cordobés tenía por redactor y por director a Santiago Derqui, nacido en Córdoba, más tarde presidente de la República, quien en aquel momento presidía la legislatura de la provincia en la que se había cometido el crimen. Antirrosista, partidario del General Paz (entonces prisionero de Rosas) Derqui había vuelto a residir en Córdoba en 1833. Elegido legislador provincial, presidió la legislatura en tiempos en que José Vicente Reinafé era gobernador. En tanto tal, representaba la máxima autoridad legislativa cuando se realizó la designación del sucesor interino de Reinafé, Pedro Nolasco Rodríguez. Con alta responsabilidad política durante esas tensas horas, Derqui sacó paralelamente a circular El Cordobés, hojas que nacieron pendientes de los acontecimientos que siguieron al crimen de Barranca-Yaco.
La acción había sido comisionada por cordobeses de todos conocidos, gente poderosa que sometía al pueblo de esta provincia a abusos y maltratos. Los hermanos José Antonio, Guillermo, Francisco y el gobernador depuesto José Vicente Reinafé, que se repartían la autoridad en la provincia, intentaron inculpar al gobernador santiagueño Felipe Ibarra. Pero dos sobrevivientes a la masacre habían reconocido a Santos Pérez, hombre de confianza de los Reinafé. Ante la circunstancia, los hermanos intentaron huir cada cual por su lado y El Cordobés de septiembre de 1835 daba cuenta de las diligencias para que ellos y el autor material, Santos Pérez, fuesen juzgados y condenados, proceso que no concluiría sino muchos meses más tarde, en Buenos Aires.
El primer número del periódico salido de la única imprenta cordobesa, la de la Universidad, publicaba cartas de los gobernadores de Santiago del Estero y de Catamarca dirigidas al de Córdoba, Pedro Nolasco Rodríguez, saludándolo por su investidura y urgiéndole a colaborar en la captura de los hermanos Reinafé y a sus cómplices. El gobernador de Córdoba se mostraba ecuánime en las respuestas a sus pares y comunicaba que había mandado abrir un sumario con el fin de “descubrir a los autores de asesinato y saqueo cometido en las personas y equipages del general D. Juan Facundo Quiroga, coronel mayor D. José Santos Ortiz, y demás de su comitiva”. También había ordenado “poner a disposición del Auditor de Guerra al ex-gobernador Dn. José Vicente Reinafé y demás reos presuntos en el delito de que se habla”.
Al situar prácticamente en el mismo nivel la carnicería humana y el saqueo a las pertenencias de los viajeros, el gobernador perfilaba un argumento apuntando a despegar a los Reinafé del crimen y a culpabilizar a Santos Pérez, brazo ejecutor del mismo, como si su móvil hubiese sido el robo, y no el asesinato. Lo cierto es que los hermanos Reinafé habían resuelto matar a Facundo al sentirse amenazados por las gestiones implicadas en ese viaje que había unido Buenos Aires y Santiago en la “malhadada” diligencia.
Semanas más tarde, la figura de Derqui quedaría expuesta al bajarle Rosas el pulgar a Pedro Nolasco Rodríguez, acusándolo de no activar con la premura debida el apresamiento y juzgamiento de los culpables. También fue acusado de haber manipulado el juicio favorable a los acusados, haciéndolo pasar por un asalto de forajidos en lugar de su objetivo de eliminar a un adversario político. Tras la renuncia bajo presión de Rodríguez, el 27 de octubre de 1835, la sala de representantes que presidía Derqui trató de manejar dentro de lo posible la compleja situación reinante, en que se sucedieron tres gobernadores en muy breve plazo. Hasta que en marzo de 1836 fue elegido definitivamente Manuel Quebracho López, candidato favorable a Rosas.
La llegada de Quebracho abrió un período oscuro para Derqui, de quien se determinó su captura, junto a Pedro Nolasco Rodríguez, para ser remitidos a Buenos Aires acusados de negligencia e incluso complicidad con los Reinafé. Liberado meses después, Derqui se exilió en la Banda Oriental y prosiguió los caminos de su historia. El Cordobés, naturalmente, interrumpido el beso de la imprenta con el papel, dejó de salir en aquel mismo momento. Y los hermanos Reinafé, junto a Santos Pérez, fueron fusilados y colgados frente al Fuerte de Buenos Aires, el 24 de octubre de 1837.
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