Una invitación a la nostalgia
En el legendario Bar El Gringo de la calle Ambrosio Funes, se realizó hace algunos días la presentación de una nueva versión de “San Vicente Super Star”, original de Miguel Iriarte que se estrenó el pasado fin de semana en el Teatro Real bajo la dirección de Julieta Daga.
J.C. Maraddón
Los cambios que se han dado en la sociedad en los últimos cincuenta años son homologables a los lugares que habitamos, que han ido tomando formas más acordes a las necesidades y las costumbres de los tiempos actuales. A la vez, se han ido esfumando espacios y ámbitos que en alguna época fueron trascendentales, pero que parecen haber perdido su razón de ser en una modernidad que ha trastocado los hábitos de la gente y que no ha tenido piedad con ciertos escenarios muy frecuentados hasta la segunda mitad del siglo pasado, que van quedando en el olvido según pasan las décadas.
El barrio, en el sentido más amplio de la palabra, llegó a ser la patria chica de muchos ciudadanos que no sólo conocían a todos sus vecinos, sino que además pasaban junto a ellos buena parte del día. Cuando el reloj no corría con tanta velocidad, siempre se podía salir a la vereda a conversar con los habitantes de la cuadra, de los que se sabía nombre, apellido, ejercicio laboral, composición familiar y otros detalles menos visibles. Los clubes, los cafés, los centros vecinales, los bares y los negocios de cercanía, también eran propicios para iniciar una charla.
La dinámica urbana desbarajustó ese ecosistema demográfico y convirtió a cada hogar en un reducto aislado, que se vincula con el universo circundante lo justo y necesario. Hasta los edificios, que obligan a sus ocupantes a transitar zonas comunes como el ascensor o el hall de entrada, han adoptado ese modus vivendi que reduce al mínimo el contacto con los semejantes. La virtualidad ha contribuido a acentuar ese aislamiento que no es visto como un flagelo, sino como una consecuencia natural de las exigencias cotidianas que otorgan preferencia a lo remoto y acotan los márgenes de lo presencial, fenómeno extendido a partir de la pandemia.
En la ciudad de Córdoba, donde solo en los sectores más humildes subsiste el primigenio espíritu barrial, queda todavía un perímetro no muy alejado del centro donde perviven rituales que datan de la vieja usanza y que le otorgan a ese paisaje características peculiares. No en vano a San Vicente se la proclama como “la República”, porque más allá de la anécdota histórica hay en sus calles un estilo de convivencia que se aproxima bastante a lo que alguna vez fue habitual en todos los suburbios y que fue sacrificado en aras de un progreso que se llevaba todo por delante.
Como buen sanvicentino, Miguel Iriarte supo compartir esa raigambre, y como alma sensible se propuso capturarla en una obra de teatro que se estrenó en mayo de 1976 y que contra críticas y censuras se transformó en un gran éxito, al punto de trasladarse luego a la cartelera de verano de Villa Carlos Paz. A la manera de una parodia a las óperas rock estadounidenses tan de moda en los setenta, Iriarte tituló a su pieza “San Vicente Super Star” y trasladó a la escena a todos esos personajes que él había conocido en persona.
En el legendario Bar El Gringo de la calle Ambrosio Funes, se realizó hace algunos días la presentación de una nueva versión de “San Vicente Super Star”, que se estrenó el pasado fin de semana en el Teatro Real bajo la dirección de Julieta Daga y que permanecerá en cartel en esa sala todos los sábados de septiembre y el domingo 15 de este mes. Quizás sea irrecuperable esa épica del barrio que alumbró las vivencias de varias generaciones, pero este tributo funciona como un rescate arqueológico de aquel mundo antiguo y como una invitación a la nostalgia para quienes crecieron en ese entorno.
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