Caras y caretas cordobesas
Concluye aquí la semblanza breve de Martín Goycoechea Menéndez, un cordobés errante, bohemio y poeta visto por los testimonios de sus notables contemporáneos en el 1900.
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
La vida joven de un poeta modernista (Segunda Parte)
Si Martín Goycoechea Menéndez contaba bolazos a sus interlocutores o no, eso depende de cuánto sus originales actos se correspondían con lo que disparaba en los encuentros sociales. Es posible que su imaginación ayudara a hacerles los rulos a hechos apenas pintorescos; sin embargo, el uruguayo Rafael Alberto Palomeque en Caras y Caretas, el 3 de agosto de 1918, confirmaba al menos una de sus historias: la de que era vigilante y hacía guardia nocturna en tal y tal esquina. Sus conocidos montevideanos lo acecharon una noche y allí estaba, vestido de uniforme, Martín sin ochava y bajo el farol.
Esa “estadística de un caso” no resuelve el asunto, por supuesto. La impresión de que Goycoeche mentía en sus relatos era generalizada. Por citar un testimonio, va el de Martiniano Leguizamón, quien lo recuerda “en aquella salita de conversación de Caras y Caretas, que el espíritu burbujeante de Fray Mocho hacía tan amena con sus alegres charlas.” Goycoechea, refiere Leguizamón, “acababa de llegar desterrado de Córdoba; era un tipo inconfundible de escritor bohemio por las ideas y por la catadura”. Cuando, entre las voces de aquella redacción, el joven cordobés “lograba tomar la palabra, lo hacía con garbo, y sobre todo mentía, mentía gravemente, de una manera admirable. (…) Contaba cosas asombrosas, narraba aventuras extraordinarias de regiones que nunca conociera, que muchas veces sólo había visto a través de un relato recién escuchado, y lo hacía, sin embargo, con tal colorido de verdad, que uno, al escucharlo, no podía menos de admirar aquel prodigio de imaginación fantasista.”
Retomando la semblanza del capitán de navío y periodista uruguayo Rafael A. Palomeque en Caras y Caretas, llegaba el momento en que la ansiedad de “picar llanta”, a lo cordobés, de Goycoechea Menéndez le hacía desertar de sus amistades montevideanos. “Su manía ambulatoria pronto lo haría abandonar la capital del Uruguay, silenciosamente —como prueba de que en todo ser humano se encierra lo contradictorio— para hacerse presente desde otra villa, ciudad o país. Semejante al somormujo, hundíase de pronto, desaparecía de la superficie por largo rato y cuando se creía seguir su rastro con la vista o se le perdía, volvía a emerger allá en otro sitio tan distante como inesperado. ¡Ese prurito emigratorio acusaba un evidente desequilibrio psíquico! la necesidad de mudar por momentos de suelo, de costumbres, de relaciones, de ambiente para satisfacer sus ojos siempre ávidos de cambiantes calidoscópicos y su imaginación versátil.
Así como partiera de Córdoba, su ciudad natal; de Buenos Aires,—donde diera a luz «Los primeros» bajo el seudónimo de Lucio Stella (1897), «Poemas helénicos» (1899), «Cuento pompeyano» (comedia, 1899), «A través de la vida» (drama, 1900) y donde circulara en los elans literarios bajo un cielo de bohemia, que iluminaba Rubén Darío, del mismo modo saldría del Paraguay, y más tarde de Montevideo, para asomar un instante en San Eugenio, pequeña ciudad uruguaya cercana a la frontera brasileña, en uno de cuyos periódicos, «Artigas», escribió. Menos duró allí su permanencia. En marzo de 1903 recibíamos una carta fechada en un paraje del Brasil, última noticia directa que obtuvimos de aquel sempiterno viajador sin norte. Esos renglones lo retratan al natural: ligero, imaginativo, tristeando y sonriente; en trance de comedia prosaica y fugas hacia lo superior e idealista; sin arraigo, más que en su propia inconsistencia.”
No omitiremos transcribir algunos párrafos de esa última carta enviada por el cordobés al uruguayo, que bien podría referir una invención más, pero esta vez no se hallaba el receptor lo suficientemente cerca para ir a constatarlo con sus propios ojos.
«Mburucayupé, marzo 8 de 1903.Mi querido amigo: Ando otra vez de tragedia o de sainete, como a usted le parezca. Yo soy lo irremediable o lo imposible. Eterno viajero a través de los crepúsculos de la vida, sí sobre mi cabeza florecen en luz las estrellas, en cambio, bajo mis pies pasan torrentes de sombras. Dirá usted, sin duda, que esto tiene mucho de melodrama; pero, mi buen amigo, ¿me podría usted decir dónde comienza lo triste y concluye lo alegre de la vida? Yo soy una tristeza sonriente. Y ahora comienza lo alegre. ¿Qué cree usted?… todo menos rentista, ya que su pobre amigo es la antítesis viviente de los billetes de Banco. Pues bien, caro amigo, soy soldado de S. E. el señor Presidente de los E. U. del Brasil.
(…) Decidí vestir el uniforme de caballería de las fuerzas federales y aquí me tiene usted cubierto con un traje que no tiene otros defectos, que el ser azul, blanco, encarnado, verde y amarillo. Con semejante traje resulto poco menos que imponente. El sable que llevo excede dos centímetros de mi estatura y creo que tendré necesidad de colgármelo del pescuezo.”
Para cierre queda mencionar que siguientes noticias ubican a Goycoechea del otro lado del charco, en París, donde pronto hace amistades y resurgen su bohemia y su imaginario. De allí pasará a España y para entonces, ya solo quedaba un nuevo cruce del mar, en 1906, de lo que poco se sabe y que informa una referencia final, cuando La Nación publica la noticia que citamos de Martiniano Leguizamón: “Recorría días pasados un diario sin mayor curiosidad, cuando al pronto mis ojos se detuvieron ante esta breve información transmitida por el telégrafo con su lacónico frigidismo: “Ha muerto en Mérida, Méjico, el joven escritor argentino Martin Goycoechea Menéndez.»
El diario no agregaba ningún comentario sobre aquella muerte prematura. Quizá pasó desapercibida la noticia, o bien no le conocían en la redacción y no se tomaron la molestia de averiguar de quién se trataba.
Y, sin embargo, qué vida más curiosa y accidentada la de ese bohemio peregrino, condenado quién sabe por qué secreta fatalidad a cruzar melancólico la tierra tras la sombra de una dicha quimérica que no debía alcanzar.”
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