Cultura Por: J.C. Maraddón20 de julio de 2023

Una moda poderosa

La breve carrera de uno de los principales exponentes de los corridos tumbados mexicanos, el cantante Peso Pluma, levantó un vuelo inusitado con el lanzamiento de la sesión 55 de Bizarrap, en la que su voz se desliza sobre una base que acopla dosis acústicas y eléctricas.

J.C. Maraddón


Cuando un cuarto de siglo atrás comenzó a tomar fuerza el reguetón como ritmo bailable dentro de la amplia gama de la música latina, todos pensaban que no iba a pasar de ser una moda a la que, como tantas, el tiempo desgastaría hasta sumergirla en el olvido. De más está decir lo errados que fueron esos pronósticos: a través de constantes fusiones con otros estilos, como el hip hop o la cumbia, eso que alguna vez parecía ser una tendencia pasajera se transformó en una presencia dominante en el mercado internacional a lo largo de lo que va de la actual centuria.

Y así como Argentina se acopló a esa influencia y prohijó varias camadas de intérpretes que navegan en esas aguas sonoras, también en otras regiones del continente latinoamericano se hizo sentir esa oleada que en un principio partió desde Panamá y Puerto Rico, pero que luego se multiplicó sin respetar las fronteras. Hasta Brasil, que habitualmente suele ser la cuna de cualquier innovación musical de origen afroamericano, se rindió ante los nuevos sones y los mixturó con sus propios folklores, dando lugar a una paleta rítmica que muy pronto empezó a sonar con fuerza a escala global.

Mientras eso ocurría, México empezaba a experimentar sus propias fusiones, con la intervención de corrientes locales como la cumbia norteña y, en especial, el corrido, cuyo nacimiento se remonta a la época de la independencia y que tiene como característica que, entre otras cosas, narra en sus letras hazañas, tragedias, venganzas e historias de amor. Hacia finales de la pasada década, esa expresión tradicional se apareó con el trap y el reguetón, para abrir la senda de una veta innovadora, la de los corridos tumbados, cuya embestida inicial se le atribuye a Natanel Cano, quien contaba con apenas 18 años al momento de publicar su primer álbum.

Al igual que sucedió con los narcocorridos, que cantaban loas a los grandes traficantes, también esta variante se vio tentada a rendirles pleitesías a los barones de la droga, que estaban dispuestos a pagar para que les compusieran canciones en su honor. Estos deslices, sumados a una lírica que no se ahorraba alusiones al sexo y la violencia, desataron una campaña de condena oficial a estas jóvenes figuras, que sin embargo en pocos años trascendieron más allá de la escena mexicana y fueron reclutados como promotores del baile y la fiesta en todo el continente.

La breve carrera de uno de los principales exponentes de los corridos tumbados, el cantante Peso Pluma, levantó un vuelo inusitado hace algunas semanas con el lanzamiento de la sesión 55 de Bizarrap, en la que su voz se desliza sobre una base que acopla dosis acústicas y eléctricas de un modo que provoca un curioso efecto. A poco de ese acierto, Peso Pluma acaba de subir a las plataformas de streaming su tercer disco, “Genesis”, que se apoyó en una campaña difusión donde aparece el archifamoso exboxeador Mike Tyson, un confeso fanático de este mexicano de apenas 24 años de edad.

Entre todos los híbridos a los que ha dado lugar la denominada música urbana, tal vez se cuenten los corridos tumbados como uno de los derivados más exóticos. Después de aquellas fallidas premoniciones acerca de un supuesto destino efímero del reguetón, habría que tener cuidado a la hora de juzgar las posibilidades que tiene de perdurar este flamante hallazgo, al que la repercusión mundial le ha permitido salir de la encerrona en la que lo habían metido sus vínculos nunca disimulados con el narco, ese poder por encima del poder que dicta sus propias leyes no solo en el territorio mexicano.

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