Cultura Por: Gabriel Ábalos25 de noviembre de 2024

Caras y caretas cordobesas

En abril de 1903 tuvo lugar una evasión de reclusos de la cárcel penitenciaria de Córdoba, por medio de un túnel que llevó varios meses excavar. La fuga costó la vida de tres de los prófugos.

Fotos publicadas en "Caras y Caretas" el 2 de mayo de 1903.

Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com



Fuga y muertes en la cárcel penitenciaria, 1903 (Primera parte)

A caballo entre la leyenda popular y el galope de la historia, dos décadas después de la muerte del Juan Moreira real (1872) y en tiempos en que se producía su mutación en personaje de teatro (lo que sintonizó con su memoria emblemática en el imaginario popular), los cordobeses gauchos Mugas fueron figuras del ámbito rural que cometían delitos, previas a los bandidos urbanos. Se movieron en el ámbito de la campaña santafecina y cordobesa, robando ganado y caballos, o asaltando proveedurías. Sus mayores hazañas fueron sus fugas, siempre salvando el pellejo entre las balas y volviendo como promesantes a las correrías de su oficio. Dado que hubo varios hermanos comprometidos en actividades que coincidían del otro lado de la línea de la ley, la identidad de cada uno de ellos dio lugar a superposiciones, errores, atribuciones y supersticiones; sin embargo, varios de esos fragmentos de leyenda pueden ser medianamente pasados en limpio para armar un relato histórico más completo. El caso que aquí nos importa, finalmente se resuelve en la figura de uno de los hermanos, Jesús Mugas, que para 1903 ya llevaba a cuestas una serie de episodios delictivos y hazañas dentro de esa franja criminal del tipo que a la imaginación popular suele atraer. Algunos bandidos rurales contagiaron juicios que los aproximaban a las ideas de resistencia y valor, al arquetipo de la reivindicación frente a los innegables abusos de un estado que, si no tenía del todo la vaca atada, se aprestaba a cerrar el moño a comienzos del siglo veinte.

Jesús Mugas fue uno de los protagonistas de un plan de escape de la penitenciaría cordobesa en 1903, en la que varios reclusos lograron huir y tres de ellos resultaron muertos por las balas policiales. La cobertura del hecho, con fotografías incluidas, es tomada de la edición de Caras y Caretas del 2 de mayo de ese año. El artículo se centra, en primer lugar, en ese episodio y en el relato que brinda el corresponsal del semanario de Buenos Aires, para quien el método empleado era “de remotas épocas”, aunque aún hoy tiene vigencia. A su vez, como se verá, este mismo hecho daría lugar a una vuelta de tuerca varios años más tarde sumando, más que nada, un nuevo dije a la leyenda intermitente. 

Vamos a los hechos transcriptos de la revista porteña, desde el comienzo. La fuente se detiene a transmitir los detalles del plan y de la excavación del túnel por el que salieron a la libertad, o a la muerte, un número de presos que cumplían diferentes condenas. La figura de Jesús Mugas no aparecerá citada hasta unos párrafos posteriores, en la continuación del informe que se incluirá en la próxima nota de nuestra página, aunque sin duda era la figura más conocida que tomó parte en la evasión sobre la que trata la cita que desde aquí se ofrece.

“LA EVASIÓN DE PRESOS EN CÓRDOBA
Córdoba, ordinariamente tan tranquila, ha tenido en la pasada semana su pequeño episodio dramático que pudo haber degenerado en detestable historia de criminales alzados ante la autoridad, impotente para contenerlos dentro de muros, en la penitenciaría.
Un preso hábil, Isidoro Méndez, condenado a tiempo indeterminado por asalto y homicidio, imaginó un medio sencillísimo de evasión, puesto en práctica con éxito en remotas épocas, y que, con sorpresa, vemos aún de fácil intentona en algunos de nuestros establecimientos penales.
Méndez practicó un agujero en el piso de su celda, la última del pabellón número 5, consiguiendo sacar un trozo del cemento que forma el piso y disimulando luego las ranuras, al punto de confundirlas con las producidas por el desgaste, valiéndose de una pasta mezcla de ceniza y jabón. Hecha la abertura, cuya forma trapezoidal medía 40 centímetros en la base mayor, 20 en la menor y 50 de altura, se practicó hacia el este la excavación buscando la pared externa de la cárcel, para lo cual después de atravesar un cuarto de baño, de suelo nada resistente, en que además un pozo permitía esconder la tierra sobrante, se llegó al espacio intermedio entre las paredes de los pabellones, y estrechándose más y más el pasaje hasta el grueso murallón que circunda el edificio, cuyos cimientos fueron salvados ahondando en dos metros el subterráneo. Tarea hábil, admirable es ésta en que Méndez valiéndose de un instrumento que no pudo ser más que un cuchillo, ha perforado en menos de un año, 12 metros, sin que en ningún momento el celador encargado de batir diariamente los pisos advirtiera nada sospechoso ni extraordinario en la celda.
Para colmo, el émulo moderno del abate Faria, y del conde de Monte Cristo, logró fugarse, sin arriesgar ninguno de los novelescos peligros de sus predecesores, si bien el «chateau d'If» cordobés ha sido menos clemente para cuatro de los ocho que imitaron su fuga en los primeros momentos. Vengamos al hecho: Méndez se fingió enfermo la noche del 20 y obtuvo de uno de los alcaldes que le acompañara en su celda otro penado, Ignacio Peralta, con quien desapareció por el subterráneo antes de la madrugada.
Al día siguiente, a las seis, hora en que se acostumbra abrir las celdas para hacer la limpieza, acudieron los demás presos a la de Méndez, con objeto de «ver al enfermo», deslizándose en su lugar bonitamente, por el agujero, a medida que entraban y saliendo después al campo, donde la casualidad los hizo descubrir. Moisés Pueblas, ordenanza del mayor Tabares, que pasaba a caballo como a 25 metros de la brecha, notó en aquel punto de la muralla, algo extraño, vio a un hombre y luego a otro surgir por aquella puerta inusitada, y dando la voz de alarma al subteniente Juárez, jefe del piquete, cumplió éste con su deber persiguiendo a los prófugos. Joaquín Romero y Elíseo Machado, condenados a 13 años, fueron muertos, y los condenados a tiempo indeterminado, Florencio Retamoza y Estanislao Sánchez, heridos tan gravemente que los dos fallecieron algunos días más tarde.”



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