
Juez opinó sobre la marcha organizada frente al Congreso: "Ya olieron sangre"
El senador Nacional aportó su visión sobre lo ocurrido el miércoles 12 frente al Congreso y aseguró que la oposición ya "olieron sangre y vana ir por más".
Se nota en las nuevas producciones audiovisuales un temor respecto al futuro, como si solo nos esperara miseria y tristeza
Nacional14 de marzo de 2025Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
Las sociedades están cruzadas por procesos que no pueden ver, pero que tienen efectos concretos en sus vidas. Aunque las pautas más estables de relaciones sociales son las estructuras (más duraderas y con efectos más visibles), hay otras que son un poco más efímeras y de efectos más cortos. En ese sentido, Émile Durkheim (pionero de la sociología) se adelantó a su tiempo al describir las corrientes sociales, olas de entusiasmo o indignación que atraviesan abruptamente a las sociedades, algo difícil de ver hace un siglo, pero mucho más palpables en tiempos de hashtags y trending topics de redes sociales.
Esos procesos se ven magnificados por los medios y las nuevas tecnologías, presentando como víspera del Armagedón cosas que son rápidamente olvidadas al cabo de algunas pocas semanas.
Entré tarde al mundo del consumo de streaming, pero lo hago con la misma fruición con la que siempre consumí libros. Veo las cosas de moda, las que son un poco más viejas, los clásicos y prácticamente cualquier cosa que me llame la atención. Siempre ha pasado que la industria audiovisual ha atravesado procesos sociales en los que las producciones de estudios y productoras rivales representan más o menos las mismas inquietudes del público. En algún momento fueron películas de magos, en otro tiempo de vampiros, cada tanto reflotan las del fin del mundo y nunca faltan las de padres justicieros. Suelen salir juntas, como si la decisión de darle para adelante a la filmación estuviese atravesada por alguna de esas corrientes sociales que identificó Durkheim. Es imposible olvidar los documentales de Gastón Paula o el programa de Juan Castro, que le abrieron la televisión a lo que estaba en los márgenes de la sociedad en elmpost 2001. Eran el producto de su tiempo.
Hoy las producciones están tocando un tema que refleja una preocupación creciente en algunos sectores de la sociedad, que es el de la dependencia de la gente respecto a los dispositivos tecnológicos, la influencia de los medios de comunicación y los riesgos que implican para el correcto funcionamiento de la democracia.
Así es como en estos últimos meses han proliferado series o películas en esa línea, que buscan retratar con cierta complejidad (pero aún así deaneta simplista) el complejo entramado de intereses que hay en las democracias modernas y la forma de recepción de información en la que cae la mayoría de los ciudadanos. Cada uno en su burbuja, consumiendo ciertas visiones cada vez más influenciadas por los que tienen más cosas en juego, ceden a la tentación de odiar al tipo que está del otro lado, facilitándole las cosas a los poderosos. Es una visión bastante marxista de las cosas, pero eso no le quita su cuota de verdad.
Las redes sociales y los medios digitales han transformado nuestra forma de ver las cosas, mientras que la inteligencia artificial agrega aún más ruido a una comunicación en la que es difícil discernir entre lo que es cierto y lo que es falso. Hace unos años el concepto más importante fue el de posverdad, la multiplicación de relatos hasta que sea difícil saber realmente cual es el verdadero. La discusión ya no se trata de hacer creer algo a alguien, sino evitar que la gente siquiera crea en algo.
Este proceso está en la base de la apatía generalizada que hay en todas las sociedades occidentales, en las que se diluye la confianza en la democracia por los malos resultados de algunos políticos o gobiernos, pero también porque todo se relativiza al punto de no saber darse cuenta de cuánto mejor vive hoy la humanidad que hace 100, 200 o 500 años. Como parte del mismo cuadro, se idealizan procesos del pasado por miedo al futuro. Es una combinación letal de gente que no entiende hacia dónde va el progreso humano y tiene problemas para discutir qué límites hay que ponerle a la innovación, con creencias conspirativas sobre cuáles son los poderes que conducen el mundo y una visión excesivamente positiva de un pasado en el que la gente no llegaba a los 50 años. Es tenerle miedo a lo que viene por no entender de qué se trata, una incomodidad e incertidumbre que angustia al ser humano.
Muchas de estas nuevas producciones audiovisuales se enfocan en los aspectos más nocivos y problemáticos de las redes sociales y los medios digitales, en lugar de destacar la libertad que le ha dado a la gente para dar su opinión, saltarse los intermediarios y agruparse con aquellos que piensan igual que ellos. La tecnología es una herramienta que nos permite resolver problemas y cubrir necesidades, algunas tan básicas como encontrar a alguien que nos quiera escuchar o juntamos con gente afín a nosotros. Si después resulta que hay demasiada gente rota producto de una sociedad en permanente crisis por otras cuestiones, no sirve culpar a las plataformas que lo hacen visible. Trump, Milei o cualquier líder carismático y supuestamente antisistema no llega porque manipuló los grandes medios o tergiversó la verdad (aunque hayan jugado un poco en ese espectro), sino porque supo conectar emocionalmente con mucha gente que antes no podía darse cuenta de que en la elección no está solo ante una urna, sino que es parte de algo mucho más grande.
Siempre es lo más fácil dividir al mundo en buenos y malos, en una mayoría dominada que sufre a una minoría que los usa y explota en su propio beneficio. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja que eso y se la pasa demostrándolo todo el tiempo. No hay que tenerle miedo al mundo, solo hay que tratar de conocerlo.
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