El factor humano del debate

Aunque la mayoría quedó con una sensación clara sobre el debate, lo verdaderamente importante es cómo impactó en los indecisos

Nacional 14 de noviembre de 2023 Javier Boher Javier Boher
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Por Javier Boher

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Ya cumplimos 40 años de democracia y, sin embargo, estamos ante la que probablemente sea la peor elección en todo ese tiempo. No es que la oferta en otros momentos haya sido muy superior, pero el debate del domingo dejó en evidencia que la elección es una trampa: no hay forma de que el resultado sea bueno.

Sergio Massa y Javier Milei participaron del tercer debate presidencial del año, uno mucho más entretenido que los anteriores, pero también mucho más transparente respecto a lo que se estaba viendo. La política profesional aplastó a la política amateur, pero también se pudo ver cómo una forma de relacionarse con los otros se impuso sobre el escenario.

La inmensa mayoría de la gente cree que Massa fue el vencedor de la contienda. Se lo vio seguro, preparado, sin presión. Incluso se animó a salir del atril para ejercer el dominio del espacio físico, como una especie de macho alfa. Esa seguridad le permitió ocultar su casi total falta de propuestas y algunos errores conceptuales grandes.

Por el lado de Milei, lo que se vio fue que estuvo la mayor parte del tiempo a la defensiva. Repitió sus muletillas habituales, tuvo problemas para responder a las preguntas que lanzaba su contendiente y no fue capaz de imponer nunca el tema o el tono de la discusión.

Eso, que fue lo que pudimos ver casi todos, tuvo otro relato que fue pasando inadvertido por los que esperaban un determinado show. Massa se confió demasiado y jugó fuerte. Intentó conseguir quebrar anímicamente a su rival, tratando de que explote y se brote sobre el escenario. Pero eso nunca pasó. Milei resistió los embates, expuso una cara más humana que la del enajenado que andaba por los pisos de los canales como panelista invitado, y sobrevivió al encuentro.

Massa sintió la vulnerabilidad y presionó fuerte y duro tratando de ganar desde el inicio del encuentro. Las preguntas “por sí o por no” le robaron minutos a Milei allí donde se suponía que podía ganar algunos puntos y lo empujaron a ser el interpelado a pesar de que el ministro de economía debería ser el que respondiera sobre pobreza, inflación y corrupción en las importaciones.

En un momento Massa estuvo poseído y mostró que puede ser tan violento y repelente como su madrina, Cristina Kirchner. Cuando entró en el terreno del ataque personal, usando información sensible, apuntando a la pasantía de Milei en el Banco Central (que se terminó sin saber porqué) o a que se deberían hacer un psicotécnico, lo que quedó en evidencia es de todo lo que es capaz Massa cuando tiene el poder.

Los kirchneristas más fanáticos vieron a un conductor, a un boxeador que tenía contra las cuerdas a su rival. Otros, los que no elegimos a ninguno de los dos en primera vuelta, vimos a un rival quebrado, al borde del llanto. No era un boxeador en el rincón, sino un alumno acosado por los compañeros, que lo picaban con los dedos, le ponían apodos o le apretaban la panza. Fue un abuso emocional claro, que estaba dentro de lo previsible, pero que a los neófitos asesores de Milei se les pasó por alto.

Ese tipo de interacciones están grabadas a fuego en la memoria emocional de la gente. Para los que han -hemos- tenido que estar en esas situaciones, no es para nada difícil empatizar con el acosado.

Cómo será de fuerte la marca que en un capítulo de Los Simuladores se toca el tema. Es un episodio de la segunda temporada que gira en torno al bullying que sufre un nene, que moviliza incluso a un miembro de equipo, que revive aquellos viejos tiempos en los que se divertían a partir de burlarse de él. Incluso en Iron Man 3 Tony Stark le entrega al nene que lo ayuda a recuperar el traje algo para librarse de los acosadores. Quizás todo eso sea de lo más humano, pero no es menos cierto que deja sus marcas.

Tal vez por eso no podemos saber efectivamente cuál fue el impacto del debate. De uno y otro lado han blindado sus opiniones y están convencidos de su voto, pero hay un tercio de ciudadanos que no los eligió en primera vuelta y tiene que tener argumentos para elegir alguno ahora.

Massa le quiso mostrar liderazgo a los propios, mientras que Milei quiso mostrar moderación (aunque quizás fue menos premeditado). En el tercio libre hay un voto que no es homogéneo, que tiene componente no peronista, antikirchnerista, peronista, liberal o de izquierda. No hay forma de apuntarle a todos al mismo tiempo, sino que hay que elegir. Salvo, claro está, que no se apunte a lo ideológico o político (donde hay votantes más informados que ya eligieron), sino a lo emocional, dejando que la pulsión destructiva de Massa corra en busca de sangre ante un Milei vulnerable, algo que puede ser más cercano para mucha gente a la que la política no le importa.

Todos los sondeos registraron el intercambio de la pasantía como el momento más negativo de todo el debate, que perjudica específicamente al poderoso: cuando en Animal Planet vemos que el león corre a la gacela todos esperamos que la presa logre escapar. Lo más probable es que haya sido un golpe de suerte, un error en la preparación. El profesionalismo de Massa llegó al detalle, pero se le escapó el factor humano de la interpretación que hacen los receptores.

No importa la página montada para que sea la primera opción en el buscador de google, no importa que no se haya evitado hablar de la inflación, no importa si Massa hablaba a la cámara, si realmente hubo tosedores o si usaba un tono presidencial. La mayoría vio a Massa ganador por todo eso. Sin embargo, lo que hay que ganar es la elección del domingo. Y eso es otra cosa.

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