Iniciativa privada en La Matanza

Las fuertes escenas de los asesinatos en dicho partido bonaerense reflejan con crudeza los resultados de una forma de hacer política

Nacional 16 de enero de 2024 Javier Boher Javier Boher
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Por Javier Boher
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La Matanza es la capital nacional del peronismo, su bastión, su aldea irreductible, su Meca. Es el punto neurálgico de un dispositivo de poder que tiene allí el centro de su cosmovisión política, donde se resumen o condensan todas las prácticas y deseos de un kirchnerismo que soñó con ser eterno. 
Si fuese una provincia, por su cantidad de habitantes entraría en el top 5: las dos Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe serían las únicas por encima de los 1,8 millones de matanceros. En un país en el que hay 24 entidades federales, estar más poblada que el 85% de ellas no es poca cosa.
La Matanza se volvió un fetiche para muchos kirchneristas que pensaron que proyectar ese modelo sobre el resto del país era algo posible. Quizás por su vida pueblerina en Santa Cruz, Néstor y Cristina Kirchner pensaron que todos los rincones de Argentina se podían someter a un régimen político que combinó hostigamiento sobre los disidentes con un aparato público de compra de lealtades a través del clientelismo. Todo en la cabeza de los conductores del kirchnerismo se pensó bajo ese filtro: violencia "soft" de marginación del diferente para lograr una única voz para entender el mundo.
Tal vez por eso prendió con tanta fuerza en las provincias que más necesitaban de la billetera de la Nación, donde además esas redes de lealtades que exceden a las transacciones económicas electorales están más instaladas. El centro productivo, aunque alguna vez afín, se mantuvo más reacio a caer en ese modelo sin pelear.
El conurbano bonaerense en general, y La Matanza en particular, son el fiel reflejo de la Argentina que supo y quiso construir el kirchnerismo. Sus indicadores sociales son incompatibles con la cercanía a los lugares más desarrollados del país, aunque propios de las zonas más marginales del históricamente abandonado noreste. En ese lugar se ve reflejada una forma de construir poder que generó aún más problemas sociales que los que había.
El domingo se viralizaron las imágenes de muertos y heridos por una toma de tierras. La mayoría de los involucrados pertenecían a comunidades de inmigrantes, asimilados a las prácticas propias de una zona que lleva décadas al margen de la ley (vale la pena recordar que Luis D'Elía siempre valora positivamente las primeras tomas en dicho partido, que realizaron aprovechando la crisis del fin del gobierno de Alfonsín). La usurpación, la corrupción y el robo, se legitimaron durante el kirchnerismo, a un nivel en el que se consideraba digna esa actitud de "resistencia" ante los poderosos. Recuerdo cuando en mis épocas de universitario debíamos estudiar sobre el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil o los movimientos campesinos e indígenas en Perú y Bolivia, en una tónica de algo casi deseable. 
A esta altura del partido se puede ver que toda esa romantización de las luchas populares fue solamente eso, un relato celebrado por sectores universitarios urbanos acomodados, que hicieron de propagandistas del régimen para blanquear los verdaderos propósitos de esa construcción de poder. La prolongada crisis económica se llevó la plata pública usada para alimentar esa máquina, que se empezó a descontrolar en busca de combustible. Nadie quiere decir cuánto tiene que ver en este conflicto el narcotráfico, por esa tara absurda de que si se las nombra recién ahí las cosas empiezan a existir, pero es la versión más extendida en el submundo de las redes sociales. En épocas de vacas flacas no hay mejor financista de todo lo que signifique control de la calle que los sectores que controlan la droga.
Cuando Julio Argentino Roca decidió asumir su protagonismo en la conformación de esta nación, el caos existente tenía mucho de estas cosas. Los malones arrasaban con tierras productivas, se llevaban animales, tomaban a mujeres y niños como cautivos para esclavizarlos e impedían el correcto desarrollo de una sociedad pacífica y próspera. Por eso "Paz y Administración" fue el lema de su gestión presidencial, exactamente lo opuesto del usufructo de la barbarie que quiso el neorosismo bonaerense kirchnerista.
A mayor o menor escala esas situaciones se repiten en todo el país, por el denso entramado de grupos y organizaciones sociales que construyó el gobierno anterior en dos décadas de existencia. Su minoría intensa dispone de una fuerte actitud militante, buena capacidad de organización y bastante gimnasia para ocupar espacios públicos. Aunque cansados y con menos recursos económicos que otrora, el músculo de la movilización tiene bastante memoria como para ponerlo de vuelta a trabajar cuando sea necesario.
Esa situación es un problema para un gobierno que quiere reducir el rol de Estado, en lo que puede terminar generando una proliferación de este tipo de situaciones a lo largo y lo ancho del país, antes que su desaparición bajo la idílica visión de un liberalismo teórico en el que los individuos son buenos y entablan relaciones amistosas a través del comercio. La realidad, especialmente en los lugares entregados al salvajismo como el nunca mejor nombrado Partido de La Matanza, se encarga de desmentir las bondades de un régimen de ausencia estatal como organizador de las relaciones sociales.

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