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El senador sigue siendo una molestia para oficialistas y opositores que no pueden entender cómo sigue vigente
El presidente se comporta en sus redes sociales con el mismo pobre juicio de un adolescente
Nacional 02 de febrero de 2024Por Javier Boher
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El debate presidencial antes del ballotage fue un punto de inflexión para muchos votantes indecisos. La actitud agresiva de Sergio Massa hacía Javier Milei ayudó a que la gente se ponga en lugar del agredido, por lo que parecía una escena de bullying sacada de alguna película norteamericana en la que el deportista de campera en dos tonos hostigaba a un "matematleta" o integrante del club de ajedrez.
Ese tipo de relaciones, sin embargo, suelen esconder una parte que todos eligen ocultar. Si la violencia y la asimetría deben ser condenadas para garantizar la convivencia (lo que se supone es el rol del director en una escuela o de la autoridad en cualquier organización social) lo cierto es que premiar al agredido no puede ser tomado como sinónimo de eso.
La sociedad argentina decidió, en las elecciones, apostar por el agredido, que al final está resultando ser aquello que todos esperaban de él antes de que se quedara con el primer lugar en las PASO. El uso que Javier Milei hace de su cuenta de Twitter demuestra por qué (a pesar de las intervenciones) el ciclo reproductivo del abusivo escolar no se corta nunca. Simplemente hay algunos que tienen problemas para encajar.
Alguien del medio Corta se tomó el trabajo de seguir la actividad tuitera del presidente durante la sesión por la Ley Bases, que llevó la cuenta de Me Gusta a 400 en las casi 12 horas de sesión hasta el momento de la nota. El promedio da algo así como un Me Gusta cada 108 segundos. Aunque pueda ser obra de su community manager, es lógico creer que se trataba de él, aprovechando que la presidencia en Argentina es algo tan relajado como conducir un municipio suizo.
Si hacemos algo de memoria, allá por los comienzos de su presidencia Alberto Fernández solía interactuar con quienes lo mencionaban en la ex red del pajarito. Les deseaba buena suerte en los exámenes, compartía los dibujos del Capitán Beto que padres con problemas le hacían hacer a sus hijos y se emocionaba con alguna canción de Bob Dylan.
Esto no pretende relativizar lo que hace Milei ni exculparlo porque también lo hacía su antecesor, sino todo lo contrario: debería ser una señal de alarma para los libertarios, a los que debería servir ese ejemplo para saber cómo no se debe encarar una presidencia. Las redes no son ese aliado que podían ser los medios tradicionales, que otrora filtraban Ias peores cosas y limpiaban (o empeoraban) la imagen del presidente. Estas interacciones lo muestran desnudo en toda su magnitud, actuando como un adolescente que no entiende sus limitaciones antes de provocar al popular que en condiciones normales prefiere ignorarlo.
Lo que hace el presidente demuestra que está desdibujado en su rol, como si no entendiera de qué se trata la Jefatura de Estado. Para colmo de males, no tiene peso legislativo ni un partido de gente capaz que pueda administrarle el gobierno mientras él interactúa en redes como si tuviese 13 años. Solamente cuenta con un piso de popularidad que todavía no parece diluirse, lo que le asegura un capital político que más de uno envidia (especialmente los que de tanto preocuparse por las formas se olvidaron de ganar elecciones).
El ballotage nos enfrentó al peor escenario posible, una contienda entre dos populismos de signo ideológico opuesto. Un tercio del electorado, más atento a la división de poderes y al respeto por el otro, quedó huérfano de candidato y tuvo que elegir entre el matón y el acosado. En ese momento Argentina renunció a la posibilidad de volver a ser un país medianemente normal. Ahora solamente queda reunirse alrededor de los que se pelean a disfrutar el espectáculo lamentable que dan, despejando las dudas sobre por qué no están en condiciones de resolver los graves problemas que pesan sobre nosotros.
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