Triste niño progre

El progresismo no está pudiendo procesar el cambio de tiempo y quedó imposibilitado de reír, algo fundamental para debilitar a cualquier gobierno

Nacional 14 de mayo de 2024 Javier Boher Javier Boher
2024-05-09-milei

Por Javier Boher

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No hay nada más sano que el humor, una herramienta fundamental para mantener la cordura en medio de tantas pálidas. Tener la capacidad de reírnos -primero de nosotros mismos y después de los otros- es algo necesario para poder disfrutar de la vida, entendiendo que hay cosas mucho más graves que un comentario que hace reír a unos y ofende a otros.

Por supuesto que el humor tiene sus límites. No puede existir algo así como un humor oficialista, porque -tal como sucede con el periodismo- es un recurso que está a disposición de los que no tienen otras herramientas para defenderse. Si el aparato del Estado ya está en nuestra contra, sumarle operaciones de satirización contra el ciudadano de a pie ya entra en la categoría de abuso o acoso. Por eso los autoritarismos no permiten las risas, como tan bien se retrata en “V de Venganza”, que termina con la detención del conductor televisivo que osa ridiculizar al líder.

Eso entra en un terreno algo difuso si se trata de otros personajes con alguna cuota de poder. Los reposteos de memes, tuits y chistes que hace el presidente Milei pueden resultar ofensivos para algunos, aunque no sea lo mismo mofarse de la supuesta relación homosexual entre un gobernador y un kirchnerista de pasado radical usando un meme de “Secreto en la Montaña” que avalar un ataque furioso de tuiteros contra un ciudadano común que se ríe de los canes del Jefe de Estado. La exposición pública conlleva esos riesgos.

El meme en cuestión aludía a la fotografía de Maximiliano Pullaro siendo abrazado de atrás por Leandro Santoro de una manera en la que el meme de la película le calzaba como anillo al dedo. Buena parte del progresismo se mostró ofendido por ello en un momento en el que además se conocía que había una tercera muerte por el ataque incendiario contra una grupo de mujeres que abordamos desde esta misma columna la semana pasada. 

Quizás haya algún tipo de relación entre el ataque y los tuits del presidente, aunque no se puede afirmar de manera categórica. ¿Corresponde a la investidura presidencial hacer ese tipo de publicaciones que dividen a la población y generan odio y resentimiento? Personalmente creo que no, pero ya se ha convertido en una forma de ejercer el poder desde que todos aplaudían la chicana de Néstor Kirchner a un periodista que estaba haciendo preguntas en una conferencia de prensa. Cada vez que aparece un líder que piensa en todos y no en su nicho de votantes se lo cataloga de tibio o algo por el estilo. El argentino solamente premia a los líderes que se muestran así, abusadores.

En ese contexto el progresismo sufre un problema doble. Por un lado, considera que hay temas sagrados que no se pueden tocar para hacer humor, porque pueden ofender a alguien. ¿Chistes de suegras? patriarcal. ¿Chistes de travestis? transfóbico. ¿Chistes de enfermedades? desubicado. ¿Chistes sobre cualquier cosa que se oponga a los cánones de la corrección política? ofensivo para los que se resisten a reír, pero muy divertido para muchísima gente. Por eso Milei tiene una imagen positiva tan alta y por eso al peronismo le está yendo tan mal: se infectó con el virus progresista de la corrección política y no puede ser tan cínico como lo ha sido siempre.

El otro problema del progresismo es su propia incapacidad para hacer chistes. Si todo es sagrado, todo es motivo de lucha y de poner cara de constipación, se queda sin otras herramientas para atacar al poder que el enojo y la movilización. ¿La gente prefiere ver videos y memes en redes sociales o salir a marchar al ritmo de alguna murga de sindicalistas en cuero? el colectivo político que ganó la última elección presidencial se hizo fuerte por lo primero, aprovechando la apatía que generó gente que se toma todo muy en serio y vive bajando línea sobre qué se puede decir o qué se debe hacer.

Esto queda en evidencia en las dificultades que tienen para hacer humor sobre los políticos. Todavía me acuerdo de un estandapero cordobés en tiempos de implementación inicial de la boleta única en la provincia. Uno de sus chistes era que se podía marcar la celda con una cruz, una tilde o una esvástica si se votaba por Aguad. A mí me pareció un chiste tan malo que lo recuerdo, pero mucha gente se rió. ¿Puede ser ofensivo? quizás, pero es -fundamentalmente- demasiado intelectual y alejado de la realidad llana y poco ilustrada del votante argentino promedio, que prefiere reírse de un gordo que se cae de una bici que de algo que cada vez le dice menos.

En lugar de reírse de los perros muertos del presidente o de la presunta relación incestuosa con su hermana pintan pancartas para echar al FMI del país. No se pueden reír de la designación de Scioli, porque lo votaron en 2015, aunque deberían hacerlo si pretenden sembrar dudas en los votantes que no pertenecen al núcleo duro libertario. ¿Alguien se puede llegar a ofender? seguro, pero eso es problema del que se ofende, no del que hace el chiste, porque no es lo mismo reírse de algo que señalar directamente a alguien indefenso para que lo ataque otra gente. Ricky Gervais, uno de los grandes provocadores de estos tiempos, lo deja más que claro en su último show.

¿Por qué llora y está triste el niño progre? porque no sabe hacer chistes y los demás blasfeman contra las cosas que considera sagradas. ¿Por qué le pesa el gobierno libertario? porque no puede oponer la ironía al ajuste, como se hizo tan bien durante los ‘90. Ojalá consiga salir de ese lugar y devolvernos un par de sonrisas desde la vereda de enfrente a la del Gobierno, cosa fundamental para darle una mano a los que no tienen otra forma de enfrentarse al poder del Estado.

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