El bipolar estómago radical

Parece que la rosca política les cae bien solamente cuando uno de ellos está involucrado.

Nacional 12 de junio de 2024 Javier Boher Javier Boher
2024-06-11-boher

Por Javier Boher
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La política no es para cualquiera. Hay políticos con mucho corazón, otros con un gran cerebro, algunos son puro testículo y a varios los ayuda la suerte. Eso sí, ninguno llega a ningún lado si no tiene un estómago muy fuerte.

La larga historia de la política se divide en dos ramas. Por un lado están los idealistas, los que creen en un mundo mejor, utópico, regido por una cierta ética de la responsabilidad. Son los que presentan grandes proyectos basados en la bondad natural del ser humano y confiados en las buenas intenciones de todos los políticos. 

En la otra vereda están los realistas. Esos son los que creen en alcanzar sus fines independientemente de sus medios. Son los que aceptan que el mundo ideal no existe y que apenas si podemos tener algo aproximado. En lugar de llorar por la falta de perfección, los realistas aprovechan las grietas del sistema y la naturaleza especulativa y artera de algunos humanos para usarla en su propio beneficio. 

La sociedad algunas veces va para un lado y otras veces va para otro, pero los políticos quedan. Si llegaron como idealistas les quedan dos caminos: se van con sus ideales a cuestas, asqueados por la política, o los van dejando en un plano discursivo, atrapados por el ejercicio real de un poder que sólo reconoce a los realistas. Por eso es que todos los políticos tienen un precio, aunque eso no sea necesariamente en términos de dinero.

Más allá de esas dos grandes tradiciones políticas, acá en Argentina hay muchos que repiten aquel mantra de Emilio Monzó en su tiempo de presidente de la cámara de diputados en tiempos de Cambiemos: “yo reivindico la rosca”. Les encanta hablar de grandes jugadas políticas, de acuerdos sacados sobre la hora, de compensaciones políticas que destraban leyes y cosas por el estilo. Disfrutan relatar las epopeyas de dirigentes políticos que les gustan y tratan de venderlos como mentes maestras de la política para ver de conseguirle un voto más y -por qué no- un carguito político para ellos si prospera su referente.

Aquella frase de Monzó en realidad era parte de un discurso más largo, donde agregó: “Los acuerdos se logran gracias a la llamada rosca política, no por las redes sociales”. Así, el paso de los meses y la proximidad (o no) a la rosca cambian la perspectiva de los que miran. Cuando comenzó el experimento de la presidencia Milei los políticos tradicionales (de 70, 40 o 20 años, no hay edad para esa cuadratura) consideraban que los libertarios eran solamente trolls pagos al servicio del gobierno, gente de redes que no entendía nada de la política y que se los iban a comer crudos. Es verdad que faltan experiencia y cuadros, pero si se está sintonizado en la frecuencia correcta eso se va aprendiendo con mucha rapidez. 

Ayer se viralizó la designación de la senadora neuquina Lucila Crexell en la sede de la UNESCO en París. La designación es para un día después de la votación de la Ley de Bases, sobre la que no hay muchas certezas de que salga como se esperaba, por la posibilidad de que se vote el dictamen en minoría que impulsó Martín Lousteau o por los cambios que se podría poner en la votación en particular. Crexell era uno de los votos en duda para todo el proceso y se especula que un sueldo de entre 20 y 22 mil dólares para la función diplomática por encarar la habrían convencido de las virtudes de la nueva ley.

No faltaron los que salieron a reclamar corrupción y Banelco por una jugada reñida con la ética que se espera de la clase política y abiertamente contradictoria respecto al discurso anti casta que puso a Milei en la Rosada. Como siempre, las quejas son por lo mismo: la rosca los dejó afuera y los números permitirían que salga algo para lo que ellos rosquean en sentido contrario. 

Cuando la semana pasada los diputados radicales y kirchneristas votaron juntos seguramente lo hicieron por el bien de los jubilados y no para retener su cuota de poder. Capaz se traten de convencer de eso para sentirse menos culpables, aunque los que sellaron el pacto lo hicieron elevando en alto la bandera del realismo y la rosca. Cuando Yacobitti arregló el aumento de las partidas para la UBA o De Loredo consiguió el aval para la universidad de Río Tercero seguro que tampoco había rosca. Sólo un radical alfonsinista que nunca salió del nivel mental de pintar paredes puede creerse ese cuento que manda al congreso a los correligionarios que creen en las virtudes de las negociaciones políticas. 

Así, se ofenden por algo que ellos mismos hacen regularmente, por más que después los expulsen del partido y ese circo. Un Lousteau puede haber sido ministro de Cristina o un Alfonsín embajador de Alberto, pero la neuquina no puede negociar su voto para integrarse al gobierno. Si sos del interior y del otro bando parece que está mal. Se hacen los exquisitos cuando ven estas burdas negociaciones entre otros espacios pero les sobra estómago cuando las hacen con ellos. Y la peor parte es que creen que nadie se da cuenta.

 

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